La Solana - Ciudad Real

Dicen que el movimiento se demuestra andando, ¿por qué la escritura no se puede demostrar escribiendo? ¿Es dificil escribir una novela? no sé, yo nunca lo he hecho...pero quizás entre varias personas se pueda conseguir, o no ¿quién sabe? Se puede intentar...¿quién ha dicho miedo? Se trata de que vayamos escribiendo cada uno nuestros textos, párrafos o frases, a continuación de lo ya escrito, en sucesivos mensajes, manteniendo cierto sentido, y guardando cierta lógica con lo ya dicho anteriormente. Así, si alguien introduce un personaje, pues hay que contar con él, o si da una respuesta a algún problema aceptarla, aunque todo se puede matizar, y cada cuál puede usar su estilo personal, su gracia y ocurrencias, procurando no perder de vista el conjuntos. Mejor sin tacos ni insultos, a mi, desde luego no me gustan, creo que empobrecen la escritura, son innecesarios y echan a los demás para atrás.
Puede resultar divertido e interesante, todos podemos llevar dentro un escritor y no lo sabemos, aunque, también es cierto que seamos sólo escritores de pacotilla. Pero ¿por qué no intentarlo? se trata simplemente de leer lo anterior, ponerse delante del mensaje en blanco, y dejar que la inspiración y el pensamiento nos hagan escribir unas frases que nos satisfagan. Nadie se va a reir de nosotros porque no saben quiénes somos, y si se ríen ya ha valido para algo el intento, aunque más difícil es conseguir hacer llorar al lector.
¡Ánimo valientes! Yo pongo el primer texto, el inicio de una novela escrita con muchas manos, de la que nadie sabe el argumento, su desarrollo ni su final.

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Al fin había llegado a aquel pueblo, dejé el coche en lo que parecía una de las calles principales y después de preguntar a un muchacho, me encaminé hacia la plaza, lugar de un posible encuentro con alguien que me diera más pistas sobre mi misión. Los edificios tenían un aspecto familiar, acogedor, como si ya los conociera por haber pasado junto a ellos en otra ocasión, o ¿tal vez había paseado aquellas calles en algún sueño ya olvidado? Caminaba por una estrecha calle en pendiente cuando, de pronto, apareció a lo lejos, como un artístico y enigmático telón de fondo, un alto muro decorado con grandes columnas y frontones de piedra. La sombra velaba aquella arquitectura dándole un aspecto irreal, extraño, como si perteneciera a un espacio inalcanzable, vedado a mi curiosidad; sin embargo, a medida que avanzaba el cuerpo de la plaza adquiría presencia y dimensión, iluminado por el sol del mediodía.
Me quedé quieto al final de la calle, leí su nombre sobre la pared, Torrecilla, y recorrí con la vista los edificios y personas de aquel vasto solar público. Edificios y personas que parecían hacerme preguntas y ofrecerme, al mismo tiempo, respuestas a interrogantes que yo aún no había hecho míos.

Me quedé parado al lado de una de las columnas dispuesto a esperar y mientras esperaba, mi cabeza no dejaba de dar vueltas, ¿por qué había aceptado esa misión?. Hacía tiempo que había decidido dejarlo, me iba bien y me había prometido a mí mismo que no velvería a alejarme de casa, sin embargo, esta misión me había vuelto a sacar de mi rutina, ¿por qué?.
Cuando volví a la realidad, él estaba allí, se acercó tan sigilosamente que no noté su presencia hasta que lo tuve delante. Era la primera vez que lo veía pero, de alguna manera, me resultaba familiar. Nos presentamos y me hizo una seña para que le siguiera a través de una de las estrechas callejuelas que daban a la Plaza.
Se paró delante de un viejo edificio de dos plantas y me pidió que le esperase mientras él desaparecia.

La espera, eterna, inquieta, no sabia que esperaba y lo que esperaba, tan sólo me encontraba allí, con mi retorcido pensamiento, observando todo. Eran doce las columnas que sostenían aquel viejo edificio de dos plantas, volví de nuevo a contarlas, siempre doce .Como si el tiempo, eterno en la espera, pudiera cambiar su estructura. Todo parecía tranquilo. Hasta la llegada de Agapito “Bocacho”. Era Agapito persona poca agraciada, de cortas entendederas, vamos que le faltaba “un agua”. Lo de “Bocacho le viene por la falta de tres dientes que perdió cuando intentó comerse un bizcocho de los “blancos” el cual llevaba hecho uno meses..De pocas palabras, lacónico observador, miraba con insistencia, a veces sin saber el que, sin comprender, pero miraba y miraba. Cuando estuvo enfrente, me miró, sin decir nada, así estuvo unos segundos, interminables, hasta que por fin dijo –ha muerto-

Fue entonces cuando el miedo se apodero de mi persona, un miedo algo extraño. Nada cuadraba en mi mente, nada tenia sentido, todo era ilógico… pero a la vez, todo tenia encanto, misterio y el mismo hecho me impulsaba a indagar algo mas. No podía dejarlo todo de esta forma, tenia que organizar mi mente y descubrir que estaba pasando. Ahora y sin quererlo me había convertido en el protagonista de una especie de trama arcana.
Fue entonces cuando vi correr a unos lugareños, poseídos por el mal de estos tiempos, la prisa. Apenas podían correr, pero lo hacían, parecían dirigirse a ninguna parte. Eran dos. El hombre portaba un elemento típico de la zona, le llaman boina. La mujer, un extraño atuendo para la época, muy recurrido en años pasados. Vestía de negro de la cabeza a los pies. Era un luto inquietante. ¿Dónde iban? ¿Por qué corrían?
No podía marcharme del sitio donde me dejo aquel extraño hombre, tenia que saber que quería. Pero aun más fue el enredo del momento. Los lugareños, buscaban con la mirada a alguien dentro de la inmensa y fría plaza, era como si de su escape una persona se tratase… y fue entonces cuando “Bocacho” se acerco a ellos, les susurró algo y los tres se escaparon por una de las callejuelas colindantes a esta enigmática plaza.

Entonces comprendiste que tus miedos eran infundados. Te diste cuenta que los recuerdos del pasado seguina vivos en tu interior, no dejaban de bullir en tu cabeza.La carrera de Bocacho por intentar alcanzar al lugareño y a la enlutada, solo tenía un objeto. Había comprendidp que ambos escapaban corriendo de la vieja casona en donde se celebraba el funeral del Conde de Mondoñedo, en ese funeral se sirvieron licores y dulces y en un momento de confusión, Bocacho escondió en su boina 5 bizcochos blancos como los que le dejaron sin dientes; pero esta vez no ocurriria lo que antaño, se aseguró de que eran del día, es decir la cochura procedía de la afamada bizcochería de Juanita la pulcra y todos sabian que esa buena señora cocia todos los dias, y no solo eso sino que si algo no vendía lo llevaba al convento de las melladas, para que con los restos de la comida dieran de comer a las palomas del claustro.La señora enlutada que corría tras él, no era otra que la viuda de Mondoñedo y corría al rescate de la dentadura de su difunto esposo, pues el bueno de Bocacho, por si los bizcochos no eran tan blandos como parecían, tambien habia rapiñado los dorados dientes del ilustre Conde.

Al pasar por mi lado, la viuda se dirigió a mí llamándome por mi nombre y este hecho me heló la sangre.
- ¿Ha pasado por aquí Bocacho?
No sabía qué contestar, al fin y al cabo no conocía a ninguno de los dos y no sabía si mi respuesta pondría en peligro al pobre Bocaho.
- Perdone, no soy de aquí y no sé de quién me habla.
- ¿Cómo puedes decir eso?, ayer hablaste con mi esposo. Él te llamó para que le ayudaras a resolver el enigma. Me dijo que sólo tú podrías hacerlo y ahora, está muerto.

Había acertado plenamente, yo era Domingo, su intuición le llevó a sospechar que ese forastero que tenía delante era el hombre que había hablado con su esposo. Pero yo no llegué a escuchar vivo al noble, el conde llegó hasta mí por terceras personas, Laura, aquella alegre compañera de trabajo a la que no veía desde hacía tiempo, me llamó una tarde en que el aburrimiento se apoderaba de mi:
- ¿Qué tal Domingo?...recuerdas cuando hablábamos de mi tierra, mi pueblo, Valdepeñas, decías que te gustaría conocerlo, sus contornos, visitar las Lagunas de Ruidera. Ahora necesito que me hagas un favor y vayas a un pueblo próximo al mío, debes hablar con el conde de Mondoñedo, él te explicará...
Laura debió dar mi nombre y así quedó en la memoria de esa mujer morena, que me miraba con ansiedad e interrogación, como si yo tuviera en mis manos las claves de su futuro.
-Lamento la muerte de su esposo...señora? -dije con cierta parsimonia, tratando de calmar con mis palabras su alterado ánimo.
-Luisa -dijo ella, sin apartar la vista de mi, con expresión más serena, aparentemente ajena y olvidada ya de la búsqueda del tal Bocacho.
Le expliqué mi verdadero conocimiento de su esposo, mi relación indirecta con él, sin hablarle de Laura, mostré mi disposición a ayudarla si podía serle útil. Ella me habló de sus problemas domésticos, la necesidad de reunirse con sus familiares para el funeral. Traté de ser amable y la invité a volver a su casa, descansar, ya tendríamos tiempo de hablar de su marido, sus negocios, relaciones y enigmas que le acosaban. Así hizo y yo volví de nuevo a la plaza, fría por lo poco transitada pero cálida en aquel día 4 de julio; el sol caía a plomo sobre los guijarros del suelo, el aire estaba caliente, limpio, como limpios eras los sonidos de los platillos de aperitivos que salían de las tabernas abiertas en los soportales.

NO CREIA QUE PUDIERAISER TAN BUENOS ENHORABUENA .

De repente caí en la cuenta de que no había buscado alojamiento y, estaba claro, que debería permanecer en ese pueblo varios días.
Sin pensarlo dos veces me encaminé hacia una de las tabarnas de los soportales. Tomaría un refrigerio y preguntaría a los lugareños por algún sitio cómodo, limpio y no demasiado caro en el que poder alojarme.
Mientras me dirigía a la taberna que había elegido, mi mente retrocedió en el tiempo y recordé la primera vez que visité un pueblo de similares características. Corría el año 1981, yo me había separado de mi socio y había montado mi propio negocio de investigación privada.
Fué uno de mis primeros casos, un pequeño pueblo en la Sierra Madrileña, una niña había desaparecido al volver del Colegio. Su búsqueda, llevada a cabo durante varios días, había resultado infructuosa y yo era la única esperanza para sus padres de encontrarla con vida. Las lágrimas acudieron a mis ojos recordando aquellos días...
- ¿Qué va a tomar el señor?
Esa voz me sacó de mis recuerdos y agradecí a ese desconocido que lo hubiera hecho.
- Una cerveza bien fría y pongame una tapa típica de la zona, estoy muerto de hambre.

El camarero me sirvio una Mahou 5 estrellas y un par de bolitas elipticas llamadas "morcillejas", al preguntar por los ingredientes del suculento aperitivo el camarero respondió: sebo, morcilla, sal y sobre todo sangre. Al oir la palabra sangre volvieron a mi mente los hechos ocurridos en la sierra madrileña. Y sobre todo el desenlace final, las palabras que pronunció la madre de la pequeña cuando tuvo ante sus ojos, el pendiente ensangrentado que estaba incrustado en un macabro jirón de carne, que recorda vagamente al lobulo de una pequeña oreja . - El pendiente es de mi hija, la oreja no sabría decirlo con seguridad, aunque por el pequeño lunar que se vislumbra tras la sangre reseca, es posible que tambien pertenezca a ella. En ese momento mire el caldo que quedaba en el plato de las morcillas y entre las manchas de aceite y los trocitos de cebolla, creí ver la cara de un hombre mayor, que dijo ser el conde Mondoñedo. Y no solo dijo quien erta, tambien me dijo que su muerte no habia sido causada por la cirrosis con la que convivia desde hace años. - He sido asesinado, dijo el platónico(por lo del plato),rostro.

A veces me ocurría esto, las obsesiones, las últimas palabras escuchadas, las imágenes y ciertos rostros añorados, no se conformaban con agitar mi memoria, sino que creía verlos y escucharlos en los espacios y objetos que me rodeaban. Extrañas alucinaciones que me asaltaban de vez en cuando y que sólo eran proyecciones de mis pensamientos, sentimientos y preocupaciones.
Tiempo tendría de despejar las dudas sobre el fin del conde, el enigma que me trajo hasta este pueblo seguía vivo, encadenado a dos mujeres que habían depositado en mi su confianza. Apuré con gusto mi cerveza, reconfortado con el murmullo de voces de la media docena de clientes que se acodaban en la barra. Había cumplido hacía pocas semanas los 48 años, y seguía sintiendo el cuerpo ligero, fuerte, bien entrenado por mi afición a las artes marciales; los años me habían enseñado a saborear el instante, percibir hasta el último detalle que valiera la pena, allí donde me encontrara.

Habían ocurrido tantas cosas en tan poco tiempo, en esa espera interminable, que no podía pensar, no podía retenerme en el tiempo, la curiosidad por aquel enigmático personaje, esa espera interminable, todo me parecía mentira, y de pronto, le vi cruzar por la plaza ,buscándome con la mirada .Dudé en ir a su encuentro, dudé de mí, dudé de mi pasado , pero ahí estaba él , esperándome , Y yo en mis dudas sin saber si acercarme .¿Porqué tendría que esperarle ?

Pagué rápidamente la consumición y salí a su encuentro, sin duda era él, sus rasgos eran idénticos a la fotografía que me envió Laura por correo electrónico, "señor conde...soy Domingo", dije "Domingo Hermoso del Campo". Al principio me miró extrañado, después, con cierta expresión de resignación dijo:
- Yo no soy el conde, soy su hermano gemelo, no sé quién es usted, he venido a este pueblo por la muerte de mi hermano, pero dígame, dígame qué quiere.
Comprendí que había que aprovechar la ocasión para obtener alguna información, la que permitiera aquel fortuito encuentro. "Pertenezco a una agencia de asesoramiento, documentación e investigación, una importante empresa me envió para informarse sobre los negocios de su hermano, con el que quería establecer lazos económicos, ¿usted puede decirme a qué se dedicaba el conde?
-Poco puedo decirle, poseía algunas tierras cerca del pueblo y una gran finca en Ruidera, además de participaciones en empresas nacionales e internacionales, pero al detalle no sé como andaban sus negocios.
Le agradecí sus palabras y él se despidió con media sonrisa, como alegrándose por la brevedad de mis preguntas. Miré el reloj situado en una torre de la iglesia que cerraba la plaza por el sur, y vi que marcaba la una de la tarde, en los soportales, pegados al muro interior, se veían barriles puestos de pie a modo de veladores, me acerqué a ellos con intención de tomar otra cerveza.

El benefactor efecto de la segunda cerveza, hizo que mi mente trabajara mas lenta, me puse a recapacitar y tras unos minutos decidí que no tenía ningún sentido mi presencia en ese pueblo. El conde había muerto, -¿ asesinado?.- ¿ muerte natural?. ! que mas da!. Lo cierto es, que el conde ya no estaba y yo, dentro de poco tampoco estaría ni en esta localidad ni en este mundo. Con los acontecimiento del último día, los oscuros pensamientos sobre la implacable progresión de mi enfernedad, se habían ido. Pagué mi cerveza y cuando yo tambien estaba a punto de irme de ese pueblo para siempre, una comitiva funebre hizo su aparición por una de las calles que desembocaban en la plaza. Mas de 20 coches, negros como curianas, iban tras una enorme limusina con una cruz de calatrava y varios ramos de flores. Supuse que en el interior de aquel edidicio andante, se encontraría el feretro del conde. Y en ese preciso momento tome una decisión que cambiaría para siempre: mi destino, el de la familia del conde,la historia de ese bonito pueblo y posiblemente la historia de la humanidad.. No me moriría y no abandonaría ese lugar de la mancha hasta no haber resuelto, el que sería el último caso de Domingo Hermoso del Campo.
Tenía que pasar a la acción rapidamente, no había tiempo que perder. A grandes zancadas recorrí el espacio que me separaba de la iglesia e irrumpí en el templo, como un poseso,gritando:
- el entierro no puede celebrarse.
- el conde ha sido asesinado y para que su muerte no quede impune, solicito formalmente que se haga la autopsia del cadaver.
Me arrroje sobre el ataud, y esposé mi muñeca a una de las asas del ataud, ante la mirada perpleja del cura, los monaguillos, el sargento de la guardia civil, el alcalde, un medico forense, el presidente de la diputación, un señor calvo con gafas y cientos de amigos y enemigos del ilustre conde.

En pocos minutos aparecieron agentes de la Policia Local y la Guardia Civil de la localidad, que me invitaron a quitarme las esposas y a salir del templo sin oponer resitencia.
¡Estaba decidido!, no me movería de allí hasta que aparecieran los agentes judiciales, y me aseguraran que trasladarían al conde para practicarle la autopsia. Tenía que ganar tiempo, así que eché mano de mis recursos e hice eso que tan bien sabía hacer, inculcar a las autoridades el miedo a ser castigados por sus superiores, si se llegaban a confirmar mis sospechas.
- Tengo serios motivos para creer que el conde ha sido asesinado y si ustedes insisten en darle sepultura, me las arreglaré para que la familia solicite la exhumación del cadáver.
La viuda no daba crédito a lo que estaba viendo, pero pude observar en su mirada una señal de asentimiento y entonces no tuve dudas, ella pensaba lo mismo que yo.
- Soy la viuda del conde de Mondoñedo y solicito que se practique la autopsia a mi marido.
Las horas que siguieron a estos hechos se me hicieron internimables. Yo, ateo convencido, estaba en la casa de Dios arrodillado (no podía tener otra postura a causa de las esposas), al lado de un féretro. Entonces pensé que quizás era el momento de pedirle ayuda (a Dios) y, de repente, me encontré contándole mi vida y cómo al ver que ésta tocaba a su fín, me sentía totalmente perdido.
Por fin llegaron los agentes y se hiceron cargo del muerto, yo quedé en pasar a recoger los resultados de la autopsia, autorizado por la condesa consorte, al día siguiente. La autopsia, se realizaría en un pueblo cercano ya que éste no disponía de las instalaciones necesarias.
Cuando salí de la Iglesia caí en la cuenta que aún no había buscado alojamiento y que necesitaba refrescarme y descansar un poco para poner en orden mis ideas.
Pregunté a uno de los Policias y éste me recomendó un modesto Hostal situado en la salida a Valdepeñas, el "Aranda" me dijo que se llamaba. Encaminé allí mis pasos y, lo último que recuerdo, es que subí a mi habitación y me tumbé en la cama.
Cuando desperté eran más de las 7, me dí una ducha rápida, bajé al bar, me pedí un bocadillo de calamares y un vino de la tierra y cuando hube terminado, volví a encaminarne hacía la Plaza del pueblo. Estaba decidido a empezar mi investigación y, para ello, tenía que ponerme en contacto con los lugareños, tenía que conseguir que me hablaran del conde y su familia.
Llegué a la Plaza que iluminada mostraba toda su belleza, con distintos tonos del color de la tierra para cada una de sus fachadas. Seguí caminando por una de las calles que salen de ella y vi que en un gran edificio de dos plantas, muy antíguo, entraban muchos hombres mayores. Decidí que ese era el sitio idóneo para empezar a investigar, a la gente mayor le gusta contar historias y de las historias es de donde más se aprende.
Entré y enseguida noté que todos estaban al tanto de quien era yo, así que no hicieron falta presentaciones. Me senté en una mesa, a mi lado cuatro viejos jugaban al tute y hablaban del padre del conde:
- "Mi padre contaba que estuvo en la División Azul ayudando a Hitler en la Segunda Guerra Mundial, y que allí se hiceron muchas barbaridades".
- "No me extraña que alguien haya localizado a sus familiares y haya venido a vengarse de lo que allí sucedió".

Intrigado por el pasado belico del conde, quise obtener mas datos y pregunte a un señor muy arrugado, de cara, que parecia dormir la siesta debajo de un gran ventilador de techo, que recordaba las helices de los viejos aviones, utilizados por la aviación alemana en la segunda guerra mundial.Con paso lentos y amortiguado, para no romper el sepulcral silencio que rodeaba la estancia, me acerque a su encuentro y le dije:
- buenas tardes simpatico lugareño, mi nombre es Domingo Hermoso y si no tiene inconveniente quisiera hacerle unas preguntas.
- Buenas tardes, me respondio el abuelete, yo soy el hermano "diente fino" y estoy a su disposición para lo que guste mandar.
- Por su edad usted debe ser de la quinta del Conde, que en paz descanse, y quisiera saber algunas cosas sobre él y sus estancia en la estepa rusa, alla por los años 40.
Nada mas oir "estepa rusa", su rostro palideció, las arrugas desaparecieron al mismo tiempo que ponia cara de estirado mientras me decia: " adios muy buenas" y se largaba.
Tremendamente sorprendido por el cambio de actitud del señor diente fino, abandone lo que resultó ser el casino del pueblo y me diriji al hostal Aranda para poner en orden mis ideas.
Tumbado en el suelo de mi habitación, el aire acondicionado no funcionaba y las baldosas estaban fresquitas, me puse a reflexionar, no sin antes echar mano de mi libreta de notas. Cuando buscaba la libreta en los bolsillos de mi chaqueta de lino, regalo de una clienta agradecida, descubrí una pequeña cajita que al se abierta me mostro dos pequeños gemelos de marfil con forma de colmillo de elefante.
En ese momento lo vi todo claro, aquello solo podía ser un mensaje para ponerme sobre la pista de algo importante.
Abrí la libreta y anoté todo aquello que pudiera ser trascendente para la resolución del caso:
- Dientes de Bocacho.
_-Viuda al rescate de una dentadura
- Pen- Dientes de mi primer caso
- Diente fino
- Gemelos
- Dientes o colmillos de marfil.
En ese momento llamaron a la puerta y el camarero me trajo la cena, unas sopas de ajo.
Ya no tuve duda, si quería resolver el caso tendría que prestar especial atención a dos cosas:
- Los dientes
- Los gemelos, es decir el conde y su hermano gemelo

Pero toda esta elucubración vampírica de dientes y colmillos, se esfumó de mi pensamiento al sorber las cucharadas de sopa de ajo. El ajo espantaba a esos seres chupópteros de mi imaginación y, junto a los tragos del coupage de cencibel y cabernet embotellado, daban a mi estómago agradecido trabajo y a mi mente nuevos espacios, más acogedores, de divagación.
Pensé en Laura, el tiempo que estuvimos juntos en aquella agencia en la que me pluriempleaba, cuando a la mía no acudían clientes, recordé su ingreso en un servicio ultrasecreto, según me contaron amigos comunes. ¿Por qué se acordó de mi para este asunto? me preguntaba, sin duda en su nuevo trabajo sabrían bien de mi experiencia...no contarían quizás con gente más a mano, tal vez la vieja amistad fue la causa. Ella debería saber o presuponer mi hastío por investigar infidelidades, seguir a adolescentes rebeldes de padres adinerados, descubrir las trampas de empresarios deudores o poco conocidos, y otros asuntos parecidos. ¿Realmente pensaba que yo era el tipo apropiado para este caso?¿acaso quería establecer relaciones entre su servicio y yo?...
Acabé la cena y me asomé a la ventana, se veía gente sentada en la terraza del hostal, enfrente una gasolinera con las luces encendidas en la que se detenía un coche a repostar; obserbé el bulevard con sus bancos de piedra, macizos, sin respaldos y los olmos enmarcando los paseos, con su fronda verde casi quieta, oscureciéndose a medida que la noche se extendía. Decidí salir a dar una vuelta.

Empecé asubir la cuesta que me llevaría de nuevo a la enigmática Plaza, al llegar a una Plazoleta contígua, puede observar que todos los bares tenían colocadas mesas en la calle y que nuemrosos grupos de gente charlaban animadamente en torno a las mismas.
Decidí que no me vendría mal explorar otras zonas del pueblo y seguí a un grupo. Al cabo de unos minutos el grupo cruzó una carretera desde la que se divisaba lo que podría ser un Parque. Seguí andando e inmediatamente aparecieron más bares, más terrazas y más gente charlando.
Caminaba despacio y al pasar al lado de la gente pude comprobar que la "comidilla" del pueblo esa noche, se centraba en el posible asesinato del conde de Mondoñedo y el misterioso hombre que deambulaba por el pueblo haciendo preguntas. Noté que todos me miraban, a psear de ser un pueblo grande (más de 16.000 habitantes), todos parecían conocerse y todos parecian saber que yo era forastero.
Me senté en la terraza de uno de los bares y me dediqué a observar y escuchar a quienes me rodeaban.
- "Yo no sé pero cuentan que cuando su padre se fué a Rusia era un muerto de hambre y que cuando volvió era rico".
- "Dicen que cuando acabó la Segunda Guerra Mundial lo ficharon como agente secreto y que lo fué hasta el día que murió".
- "Ya pero los agentes secretos no pueden hacer una fortuna como la suya, tiene que haber algo más".
- "Yo creo que el hermano gemelo del conde tiene algo que ver, ¿os acordáis cuando falleció la primera esposa del conde?. El hermano gemelo era novio de la que ahora es su viuda, y cuentan que juró que se las pagaría".
Ésto último me hizo pensar, no había dado mucha importancia al hermano aunque, a decir verdad, me resultó un poco extraña su reacción ante la muerte de su hermano. Tendría que averigüar más cosas sobre el pasado de los dos condes.

Entre risas de otra conversación escuché hablar de un mochuelo patético, me extrañó que esa ave nocturna pudiera resultar patética. Tendría que averiguar muchas cosas, sin duda, pero los largos años de profesión me habían dado cierto aplomo, tranquilidad a la hora de enjuiciar las situaciones, buscar los motivos y los cabos sueltos que nos ayudan a desenrrollar cualquier madeja. El bayleis con hielo me endulzaba la boca, entonaba el cuerpo y relajaba mi mente, me sentía a gusto allí sentado junto a los árboles de aquel parque; la noche estaba tibia, agradable, invitando a la charla y la amigable compañía.
Quizás por contagio de la gente allí sentada, empecé a sentir deseos de hablar con alguien, podía optar por hacerme el encontradizo o explotar mi condición de forastero para entablar alguna conversación, pretextando mi ignorancia sobre calles o bares, pero recurrí a algo menos trabajoso. Saqué el teléfono móvil del bolsillo y llamé a Laura:
- ¡Hola, Domingo! cómo va todo, ¿hablaste ya con el conde?
- Imposible, llegué demasiado tarde, o alguien se me adelantó, el conde murió ayer, he pedido que le hagan una auptosia. Pero por qué no me dices tú algo de lo que él me debería haber contado...mmmm está bueno este bayleis ¡a tu salud!
- No sabemos nada, Domingo, el conde había trabajado en otro servicio de espionaje hacía muchos años, mantenía ciertos contactos y por eso nos pidió ayuda, pero no sabemos qué le sucedía ni qué quería de nosotros, por eso te enviamos a ti. Supe que estabas desocupado y que no te vendría mal este encargo.
- ¿Cómo que no sabéis nada, pero qué servicio de información os creéis que sois?...bueno, está bien. Podías venir a echarme una mano, una pareja pasa más desapercibida.
- No puedo, amor, yo ya no hago trabajo de campo, pero si necesitas material o ayuda urgente avísanos. Te tengo que dejar ¡adiós y suerte!
Las palabras de Laura removieron mi ánimo y mi espíritu, su tono dulce y alegre sentaban aún mejor que el bayleis, acepté que tenía ante mi una roca pesada que tenía que mover yo solo. Tracé mentalmente un plan de actuación, el hermano del conde seguramente mañana se habría ido del pueblo, lo dejaría momentáneamente de lado, había que penetrar en el entorno, la casa, empleados, amigos, indagar sobre propiedades y negocios...Si el viejo se había decidido a pedir ayuda a sus antiguos amigos, no podía tratarse de un problema doméstico cualquiera.

Apuré mi copa y pensé que lo mejor era que me fuese a dormiar, mañana sería un día muy largo. Llamé al camarero pero éste parecía no oírme, inmediatamente supe por qué; las personas que hablaban del "mochuelo" no se referían a un pájaro, sino a alguien que estaba sentado en una parcilla frente al bar. Era un ser poco agraciado, estaba solo y se dedicaba a insultar a todo el que pasaba por delante suyo, el camarero y el resto de gente lo observaban mientras se compadecían de él.
Pagué la consumición y pregunté al camarero cómo podía volver a mi hotel, resultó que estaba más cerca de lo que creía así que no tardé más de diez minutos en encontrarme en mi habitación.
Lo primero que haría al día siguiente sería recoger los resultados de la autopsia, con ellos en mi poder, iría a vsitar a la afligida viuda, para hacerle unas cuantas preguntas sobre el trabajo de su marido y al mismo tiempo me informaría sobre el servicio y las amistades de éste, que no sé por qué me daba que no debían ser muchas aunque a su entierro asistiera mucha gente.
Pero ahora tocaba dormir y esperaba hacerlo sin ayuda de las pastillas que me acompañaban desde hacía dos años. Lo intenté, estaba agotado. Pero entre el calor sofocante (ya sabemos que el aire no funionaba), el murmullo de la gente en la terraza del bar y mis pensamientos, esos que me hacían más daño que la enfermedad que acabaría con mi vida, me resultaba imposible, me dí por vencido y volví a las pastillas.
Como ocurría desde hacía dos años, no desperté hasta pasadas las 9, tomé una ducha y bajé al comedor para desayunar. Estaba vacío, me senté en una mesa desde la que se veía la gasolinera. Al cabo de un rato me llamó la atención un gran coche que se detuvo a repostar, pero me quedé aún más perplejo cuando vi que quien se bajaba de él era la señora condesa. Se encaminó hacía la carretera de Valdepeñas y, entonces, caí en la cuenta. Allí es donde habían practicado la autopsia al conde, estaba claro iba a por los resultados y quería ser la primera.
Apuré mi café y salí corriendo hacia mi coche, tenía que llegar antes que ella, y aprovecharía el encuentro para realizar mis averigüaciones.

No hay como un buen café cargado, para sentarse después al volante, desde el puente que salta la carretera nacional 430, vi el Audi de la condesa Luisa marchando solitario hacia Valdepeñas. Cogí una gorra de la guantera y me la puse torcida a la derecha, para que no me reconociera; aceleré mi BMW hasta situarme a cien metros de distancia pero, entonces, como si hubiera descubierto mis intenciones, la condesa empezó a alejarse a gran rapidez. Yo reaccioné al instante, metí una marcha más corta y pisé a fondo el acelerador; la carretera parecía estrecharse más y más, veía como la aguja del velocímetro se acercaba a los 180 kilómetros por hora y los pasaba. Saltamos una cuesta y entramos en una recta de dos kilómetros, era el momento de adelantar; nada más pasar un río me puse a su lado y la pasé, noté entonces que su coche, extrañamente, reducía de golpe la velocidad. Sonreí, pensando que no había podido aguantar la tensión, seguí corriendo como un loco hasta que tras otro cambio de rasante, al acercarme a un cortijo rodeado de parras, la Guardia Civil de Tráfico me dio el alto. "¡Un radar...no!¡había un radar y no me di cuenta!" grité en mi interior.

¡Lo tenía crudo!, al exceso de velocidad se sumaba que iba hablando por el móvil. Había llamado a Laura para que me esperara a la entrada del pueblo y me acompañara al Instituo Anatómico Forense.
Me detuve y, en ese momento, la condesa pasó a mi lado con su impecable Audi. Por su mirada adiviné que estaba disfrutando con esa situación, entonces me sorprendió ver que aparcaba su coche unos metros más adelante, se bajó y se acercó a uno de los guardias, parecía conocerlos.
- Hola Vicente, he visto que le habéis dado el alto al eñor Hermoso.
- ¿Quién es el señor Hermoso?
- Es un detective privado que he contratado para esclarecer la muerte de mi querido esposo. Ya sabréis que fué asesinado y en estos momentos nos dirigíamos a recoger los resultados de su autopsia.
- ¡Ya!, pero este señor iba a más de 180 y además estaba hablando por teléfono.
- Iba hablando conmigo, yo le he llamado para decirle que había que llegar cuanto antes, porque tenía la sospecha de que mi cuñado se encaminaba al mismo sitio que nosotros para evitar que fuésemos los primeros en ver los resultados. Así que si tenéis que sancionar a alguien, esa soy yo.
- Entendemos la urgencia señora condesa, les dejaremos marchar sin sanción alguna pero procuren que no vuelva a ocurrir, no todos los guardias son tan comprensivos como nosotros.
- Gracias Vicente, si pasas por el pueblo no dudes en ir a visitarme.
La condesa me metió en el coche sin mediar palabra, y me indicó que la siguiera.
Al llegar a la población ví que Laura me estaba esperando, así que paré mientras ésta subía al coche, y volvía a reanudar la marcha siguiendo sus indicaciones.
Cuando nos detuvimos en la puerta del Instituto Anatómico, me disponía a hacer las presentaciones oportunas, pero obeservé sorprendido que las dos mujeres ya se conocían y yo díría que bastante bien.
- Hola Luisa, siento mucho lo de tu marido.
- Gracias Laura, sé que le tenías mucho aprecio y él a tí.
Tendría que preguntar a Laura que amistad le unía a estas personas.
Nos adentramos en el edificio y después de recorrer pasillos, pasar por varios departamentos y dar nuestros datos a distintos empleados, nos entregaron los resultados. La condesa me los tendió para que fuese yo el primero en leerlos.
¡No me había equivocado!, el conde había sido envenenado con una sustancia poco común en nuestro país, pero que, sin embargo, era habitual en los países del Este.

Decidimos sentarnos en algún bar o cafetería para charlar, Laura por ser de la ciudad nos llevó hasta Melod'ys, una cafetería que me recordó el café Lyon de Madríd, en el que tantas veces tuve encuentros con clientes y soplones; ambos establecimientos disponen de dos salones a ambos lados de la entrada a un edificio, el salón que carece de barra es un sitio tranquilo, propicio a las confidencias.
- No sabía que os conocíais tan bien - dije yo.
- Somos parientes, yo procedo de Valdepeñas -añadió Luisa-, Laura entró en su trabajo actual con un poco de ayuda de mi marido, aunque más que ayuda fue, digamos, fianza de relación, pues ella por sus propios méritos no necesitaba más.
Miré a Laura, seguía con su aspecto de eterna adolescente, su cutis fino, sus ojos bien abiertos, expresivos, vivos, cálidos, de mirar limpio e inteligente. Aquella larga cabellera negra de otro tiempo que parecía de seda, se había acortado pero seguía igual de brillante y atrayente, como sus simpáticas y marcadas cejas negras, su nariz y sus labios. La condesa hablaba del conde, de sus negocios, relaciones, conflictos...tratando de encontrar las causas del asesinato, Laura y yo escuchábamos y nos mirábamos de vez en cuando, manteniendo al mismo tiempo una conversación paralela de miradas. Mis miradas le preguntaban por su nueva vida y, al mismo tiempo, parecían encontrar respuestas en otras miradas. La veía algo distinta, la evolución profesional había moldeado su aspecto, su personalidad; siempre fue diligente, con capacidad natural, había estudiado dos carreras, conocía varios idiomas..."¡y la infinidad de cursos que habría hecho en los últimos años!", me decía. Sin poder evitarlo me comparaba con ella, sólo fui capaz de acabar una diplomatura en turismo, el francés e inglés que estudié entonces lo tenia casi olvidado, nunca quise especializarme, ahondar en estudios...mi autosuficencia, quizás, fue la clave de mi decadencia.
Ella me miraba de una manera especial, no había compasión ni superioridad, nunca le vi una mirada de superioridad; me interrogaba, parecía querer encontrar vivencias ocultas, aspectos nuevos de mi, alguna herida abierta que poder curar. Pero ninguna pista, ninguna palabra clave, brotaba de la boca de Luisa, así que decidimos volver al pueblo; yo quería inspeccionar la casa del conde, examinar sus alimentos y reconstruir sus últimos días de vida. Laura se quedó en Valdepeñas visitando a su familia.
Don Antonio, el conde, tenía sus manías culinarias, sus caprichos, sin rayar en la extravagancia; el personal de servicio no levantaba sospechas. No había comido nada especial, nuevo, en los últimos días de vida; decidí echar una ojeada a la despensa y al frigorífico, donde todo parecía normal, marcas conocidas, productos frescos de suministradores habituales…entonces algo me llamó la atención. Sobre la bandeja superior del frigorífico había un yogur con un envase raro, sin etiqueta.
- ¿Le hacían al conde en la casa el yogur con una yogutera? – pregunté.
- ¿Lo dices por ese yogur? – preguntó Luisa- ese yogur es de los que le trae Martin de la vaquería de Ruidera.
Luisa me explicó que el conde había alquilado hacía uno diez años, una gran finca que tenía junto a las Lagunas de Ruidera, a un constructor murciano, que la usaba normalmente para cazar, pues casi toda la finca estaba cubierta de monte, pero hacía tres años había llegado un veterinario alemán y había instalado una vaquería, hacía yogur natural y le traía al conde cada vez que venía al pueblo. A ella no le gustaba ese yogur y sólo lo consumía su marido. Aquello hizo encender en mi interior una luz, pareció que una puerta se abría, se escuchara una voz en medio del silencio de la noche…Llamé a Laura para saber cuándo volvía a Madrid, me dijo que al día siguiente, le indiqué que pasara por casa de Luisa y se llevase el yogur para su análisis.
A mis requerimientos, la condesa viuda me llevó al despacho, donde guardaban los documentos de los negocios y propiedades, me ayudó a encontrar lo referente a la finca la Carrascosa, que así se llamaba. Por único enlace de confianza del conde con la finca, me habló de un tal Pablo, un vecino de Ruidera, que había sido su mayoral cuando don Antonio explotaba directamente su propiedad, y me explicó cómo llegar hasta su casa. Comprobé que el contrato de alquiler era por diez años, renovable de común acuerdo por otros diez, y su fecha de cumplimiento el 29 de septiembre de ese mismo año.
Ella no había notado nada raro respecto a la finca, ni Luisa ni su marido la visitaban desde que se arrendó, tampoco el conde le hablaba mucho de los negocios, pero sí recordaba que Pablo había estado hacía pocos días en la casa, conversando con don Antonio. Aunque insistió mucho, la convencí para que comiera sin mi compañía, quería ir a Ruidera cuanto antes. Pasé por el hostal, saqué de la maleta los pantalones cortos de mis excursiones a la sierra madrileña, los desenrollé con cuidado, examiné la pistola del calibre 7,62 que guardaba en ellos, me los puse y metí el arma en uno de sus bolsillos laterales, completé mi atuendo de excursionista con camisa y calzado apropiado y bajé en busca del coche.

El día se esperaba caluroso, veinte grados marcaba el termómetro del coche, arranqué y, me puse en camino. Nunca había estado en Ruidera, recordaba mis tiempos de estudiante ¡Cuántos años! Recordaba que allí se encontraba la cueva de Montesinos donde el gran Cervantes hizo pasar una noche a D. Quijote ¡quince lagunas!, ¡quince misterios! , su naturaleza, su origen…… en esto estaba cuando entré en el pueblo. Se notaba cierto aire veraniego, turístico, ya las terrazas en la calle, con los menús en esas pizarras de escritura dificultosa de tiza corrida, deslizante…AJO MATAERO • CALLOS AL ESTILO DE LA MANCHA • • CORDERO ASADO A LA MANCHEGA • JUDÍAS • CUCHIFRITO MANCHEGO • CHORIZO • FRITANGA • GALLINA EN PEPITORIA • GUISADO LABRIEGO • GUISO DE LAS BODAS DE CAMACHO • LENGUA A LA PIMIENTA PIERNA ASADA A LA CAZADORA • PINCHOS DE CERDO CON BERENJENAS de ALMAGRO…No está nada mal pensé ,pero mi estómago ya no permitía ciertos alimentos y mas con mi tendencia a engordar, entré al estanco -Pregunté por la casa de Pablo –el de los señores condes – aquel que estuvo años a su servicio- al servicio del Sr., Conde ,:- Un ducados- , aunque no debería de fumar, pero esta tensión me inclinaba a ello . Era. Pablo conocido en Ruidera y no me fue difícil encontrar su casa. De origen pobre de una sola planta, algo descuidada su fachada, con esconchazos, la puerta de madera dejaba notar el paso de los años. Llamé al llamador de hierro fundido simulando una mano cerrada. Abrió la puerta un niño de no más de diez años, pregunté por Pablo el casero de los marqueses, ¡ah si es mi abuelo! voy a buscarle. Me encontré en el porta, todo era sencillo, humilde como lo que correspondía a una casa de vasallos. Mi curiosidad me hizo asomarme a una habitación contigua y observé unos siete u ocho cuadros muy antiguos que desentonaban con la labriega casa, en eso estaba cuando a mi espalda oí. Señor, soy Pablo que se le ofrece. Enseguida noté que a Pablo no le gustó que hubiera visto esa habitación con los cuadros. La conversación fue corta. Hombre rudo de pocas palabras, áspero en el trato, pronto me invitó a salir de la casa. No había conseguido nada, era difícil la conversación con aquel hombre. Y yo no dejaba de preguntarme que hacían esos cuadros en aquella casa, ¿acaso era Pablo coleccionista de arte? ¿Cómo podía haber en esa casa , triste casa, esos maravillosos cuadros?

Lo siento, estoy teniendo problemas para introducir el texto, me dice que hay palabras ofensivas, pero por más que lo reviso no las encuentro. Probaré más tarde.

La calle principal del pueblo estaba formada por la carretera que lo atravesaba, a ella se abrían los principales establecimientos comerciales y hosteleros, se veían numerosos turistas paseando y haciendo sus compras, me senté en una terraza de la concurrida plaza del Ayuntamiento con la intención de comer algo. El sol calentaba sin molestar, corría un ligero viento que suavizaba el ambiente, recordé el nombre del veterinario anotado por don Antonio, en el reverso de un recibo del alquiler de la finca, Martin Müller, y llamé de nuevo a Laura:
- Quiero información sobre este tipo, Martin Müller, veterinario alemán, me han dicho que debe tener unos 30 años, de complexión normal y 1,65 de estatura, llama a tu centro que consulten las bases de datos, espero tu respuesta.
A la media hora, cuando había dado cuenta de dos cervezas y mi ración de lomo de orza, sonó la llamada de Laura:
- No existe ningún veterinario alemán ni austriaco de ese nombre, debe tratarse de un nombre falso, necesitamos su imagen y voz para para acotar la búsqueda, ¿tu móvil es el prototipo Lambda de transmisión de datos, no?
- Así es -dije yo-
- Pues si te encuentras con ese tipo, procura conectarte con este móvil mío sin que se dé cuenta, teniendo activado la transmisión de imagen, al escuchar vuestras voces yo haré una llamada, tú sacas entonces tu móvil de manera que se capte su imagen, todos estos datos son enviados en tiempo real a mi centro de búsquedas, y así trataremos de saber quién es realmente ese tipo.
- OK, Laura.

No había conseguido que Pablo me dijera como llegar a la finca, así que pregunté a un grupo de personas mayores que se encontraban sentadas en un banco de la Plaza, uno de los hombres contestó:
- Es complñicado indicarle el camino desde aquí, lo mejor que puede hacer es salir del pueblo y, al llegar al cruce, seguir por la carretera de las lagunas hasta un hotel llamado "El Molino". Está cerca de allí.
Cogí mi coche que estaba aparcado frente al estanco y salí del pueblo. La carretera era muy estrecha y estaba llena de curvas imposibles, esto me obligaba a ir muy despacio, de lo que me alegré ya que esta circunstancia me permitía admirar el paisaje. Ruidera aparecía como un gran Oasis en medio del gran desierto que era la Mancha. Las lagunas se sucedían una tras otra mostrando su belleza, en todas ellas podía verse gente bañándose o tomando el sol.
A ambos lados de la carretera se había hoteles, chalets y restaurantes (algunos de ellos a pie de laguna como los típicos chiringuitos de playa).
Pasados unos diez minutos vi un cartel que indicaba que el Hotel el Molino estaba a 500 metros. Al llegar a él no tuve ni que bajarme del coche, a la izquierda de la carretera había otro cartel en el que podía leerse: "Finca Carrascosa a 1,5 km). Unos metros después apareció ante mí una valla con una gran verja de hierro, desde mi asiento pulsé el timbre y, en un momento, una voz masculina me preguntó quienera en un perfecto castellano.
- ¿Quien es?
- Me llamo Domingo Hermoso y vengo a ver al señor Müller, me envía la señora condesa de Mondoñedo.
- Un momento por favor.
Al cabo de dos minutos la verja se abrió y me encontré en un gran jardín que ocultaba una preciosa casa rodeada de un gran porche. En la puerta de la casa me esperaba un hombre moreno de unos 30 años.
Antes de bajar del coche conecté mi móvil.
- Buenos días, soy Martin Müller, ¿en qué puedo ayudarle?.
- Quisiera hacerle unas preguntas sobre el conde de Mondoñedo y su relación con él. La señora condesa me ha contratado para esclarecer las causas de su muerte.
- ¿Esclarecer?, ¿acaso su muerte no ha sido por causas naturales?.
- No
De repente apareció una mujer que requería la atención del señor Müller, en ese momento Laura efectuó su llamada y yo, con más miedo que disimulo, saqué mi móvil y lo coloqué de forma que el veterinario estuviera en el objetivo de mi cámara.

Fingía que leía el número del teléfono de la llamada, hasta que capté la imagen de Müller durante unos segundos en la pantalla del móvil, una vez conseguido me acerqué el teléfono a la oreja y dije:
- Dime cariño ¿qué quieres?
La pareja que tenía delante dejaron de hablar y me observaban con curiosidad, inmediatamente se oyó una voz masculina por el auricular que decía:
- Lo tenemos, Domingo, tenemos las imágenes, sigue con el sonido abierto.
- Bien, bien...-seguí, fingiendo una conversación- me parece bien...diles que iremos a ver los muebles...adiós, un beso.
“Era mi mujer”, comenté con una sonrisa que pretendía ser contagiosa “¿están casados?” pregunté.
- No, ella cuida de la casa, pero siéntese –dijo señalando un tresillo de caña que había en el porche.
Tomé asiento y noté que Müller permanecía de pie unos segundos mientras me miraba quietamente, con una mirada fría cargada de maquinaciones. Era un hombre bajo de estatura, fibroso, tirando a delgado, la cara algo chupada, la frente amplia, de una mirada intensa, inquisitiva tras los vidrios de las gafas de miope, y con una boca recogida de labios inexpresivos, que sólo se movían para articular pausadamente las palabras. Finalmente se sentó en el otro sillón, frente al mío, quedándonos solos al alejarse la mujer por un lado de la casa.
Me contó que llevaba muchos años en España, de ahí su buen español, que había ido hasta allí para hacerse cargo del proyecto de la vaquería, por encargo de Servando Ruiz, el constructor arrendatario de la finca. Costaba sacarle las palabras, debí insistirle para que aceptara enseñarme la vaquería, lo que hizo a distancia, desde una pequeña elevación cercana a la casa.
- ¿Ve las vacas? – preguntó.
A unos 500 metros se divisaban dos grandes naves y un corral abierto con vacas, “¿qué hay en esas naves?” pregunté.
- Almacenes, establos, salas de ordeño, laboratorio, quesería, maquinaria…
Comprendí que no tenía sentido seguir indagando, era clara su actitud obstruccionista, tenía que ver por mis propios ojos el interior de esas construcciones, y lo haría más tarde o más temprano. Me despedí de Müller fingiendo satisfacción por sus respuestas, mientras sentía su falsa mueca de despedida que apenas disimulaba un violento e hiriente desprecio hacia mi persona.
Volvía por el camino de tierra muy despacio, sumido en mis pensamientos, recordaba el contrato de arrendamiento de la finca que leí en casa del conde, se prohibían en él las construcciones salvo autorización del propietario. ¿Había aceptado don Antonio la puesta en marcha de la vaquería? ¿decidió no renovar el contrato por otros diez años? Realmente no parecía un obstáculo grande la existencia de esa instalación en la finca, no parecía un motivo suficiente para negar la renovación; tal vez tuvo el conde otra oferta más lucrativa de arrendamiento, pero ese cambio de arrendatario no parecía motivo suficiente para un crimen, a menos que el perjudicado fuera un demente o tuviera intereses ocultos.
Sobre el camino se inclinaban las ramas de las encinas que lo jalonaban, cubierto a ambos lados por la vegetación espesa del monte, a trechos se veía correr algún conejo asustado entre la maleza, o volar una perdiz moviendo con estrépito las alas. Tras el robusto tronco de una encina pegada al camino, surgió lentamente una figura pintada con los mismos colores del paisaje. Fijé sorprendido mis ojos en ella, era una mujer joven con uniforme de guarda forestal que permanecía inmóvil, esperando que yo y mi automóvil llegáramos a su lado.
-¿Encontraste lo que buscabas? – me preguntó con tono de familiaridad sin ocultar una profunda inquietud, que ensombrecía sus bellos rasgos.
- Encontré respuestas y preguntas ¿qué sabes tú de mi búsqueda?
- Me han dicho que estuviste en casa de Pablo, él ya no dirá nada, le han comprado el silencio con unos cuadros que han traído de Marbella. ¿Vienes por el cocodrilo?
- ¿El cocodrilo? – dije yo- ¿es que hay un cocodrilo por aquí?
- Sí, yo he visto sus huellas, de noche me lo encontré cruzando un camino, es muy grande. Ha tenido que salir de ahí, de la Carrascosa, sus rastros lo llevan y lo traen de esa finca.
- ¿Lo ha visto más gente?
- No, lo dije en la guardería del parque y no me creen, temen que se asusten los turistas y se vayan. En esa finca pasan cosas raras desde que llegó el veterinario alemán, vinieron albañiles de Murcia para construir la vaquería, me hice amiga de uno de ellos y me habló de un sótano grande en una nave para bodega, y nunca ha habido viñas en la Carrascosa ni las han plantado después.

No podía dar crédito a lo que estaba oyendo. ¡Un cocodrilo! y nada menos que en la Mancha. ¿Sería una tomadura de pelo?.
No, no lo era, los ojos de esa mujer no engañaban, eran sinceros y, sobre to, mostraban miedo, mucho miedo.
- Me llamo Raquel Sánchez y soy Guarda Forestal del Parque.
- Mi nombre es Domingo Hermoso y estoy al servicio de la condesa de Mondoñedo. Pero eso ya lo sabe ¿no?.
- En los pueblos pequeños las noticias corren muy deprisa y más si se trata de un asesinato.
Me contó su teoría sobre lo que estaba ocurriendo en la Carrascosa, según Raquel, el veterinario alemán no era un veterinario al uso sino, más bien, una especie de científico loco que se dedicaba a hacer experimentos con los animales.
El cocodrilo podía ser uno de ellos, una mutación por la cual Müller habría conseguido crear un cocodrilo gigante. Estaba convencida de que todos los experimentos se llevaban a cabo en el sótano de aquella nave, pero nadie había conseguido acceder a él nunca. El dueño era un hombre poco amigo de las visitas y solía deshacerse de ellas rápidamente.
Raquel merodeaba a diario por aquel camino esperando encontrar algo que apoyara su teoría, una noche mientras vigilaba, notó moverse algo entre la maleza y entonces fue cuando lo vio:
- Era una figura enorme que se arrastraba lentamente en dirección a la laguna, dí gracias de haber decidido vigilar desde el interior de mi Land Rover, de lo contrario estoy segura que no estaría aquí contándole esto.
- ¿Está segura de que era un cocodrilo?.
- Podría decirse que entre todos los reptiles que conozco era al que más se parecía aunque, como le he dicho antes, no era un cocodrilo normal.
Esta mujer estaba decidida a averiguar lo que ocurría en la finca, sus compañeros la habían tildado de visionaria y quería mi ayuda.
Las cosas se estaban complicando para mí, Sabía que iba a morir pronto pero no quería adelantar ese momento, y mucho menos quería acabar devorado por un engendro con forma de cocodrilo. Mi primera idea fue ir a ver a la condesa, para decirle que había tenido una recaída en mi enfermedad y que me sería imposible seguir con la investigación. Pero solo fue eso, una idea, porque inmediatamente me encontré citándome con aquella mujer a la 1 de la madrugada en el mismo lugar en el que nos encontrábamos.
Tracé un plan, nos acercaríamos a la nave y buscaríamos la forma de entrar en ella, una vez dentro habría que improvisar.
- Está bien, iré a mi hotel a recoger unas cosas, además no quiero quedarme por aquí toda la tarde, eso podría levantar sospechas si el señor Müller llegara a verme.
- De acuerdo, nos veremos aquí, yo termino mi turno a las 10, me marcharé también a casa, vivo en el pueblo.
- ¿No será extraño que la vean salir de noche y tan tarde?.
- No, aquí es normal. La gente sale a pasear o a tomar algo a esas horas.
Durante todo el trayecto de vuelta no pude dejar de pensar en la historia que me había contado Raquel, resultaba imposible creerla sin embargo, yo la creía.
Al llegar a mi hotel me comunicaron que la condesa había llamado para decir que a las 9 un coche pasaría a recogerme para llevarme a cenar a su casa. Esto trastocaba mis planes, si la velada se alargaba me sería difícil estar en Ruidera a la 1, así que llamé a casa del conde y le dije a Luisa que iría con mi coche, me vendría bien conocer el pueblo un poco más.

Eran muchos los planes que se agolpaban en mi cabeza, las tareas futuras por hacer, es algo que me molesta, me agobia tener el horizonte ya planificado, lleno de actividades dictadas de antemano. Procuro evitar estas situaciones pero a veces se dan, como ocurría ahora, en estos casos procuro desconectar, relajarme, olvidarme de mis compromisos, para que cuando llegue a ellos esté fresco, con capacidad para acometerlos con éxito.
Eran las seis de la tarde, quedaban por delante horas de sol, un buen trecho del día que se podía disfrutar al aire libre, así que decidí abandonar las cuatro paredes de la habitación, y bajar a la calle sin rumbo ni interés ninguno, sólo con la idea de sentarme o pasear entre los árboles o las orillas de las lagunas.
Caminaba despacio por la calle en dirección al puente de entrada del pueblo, cuando un motorista me sobrepasó y paró unos metros delante, al acercarme se quitó el casco y pude contemplar el sonriente rostro de Raquel.
- ¿Qué chico es el mundo, adónde vas?- dijo.
- A ninguna parte, daba un paseo.
- ¿Quieres bañarte? he tenido que traer el Land-Rover y me han encargado que vaya a las lagunas altas, a vigilar la acampada libre.
Toma- dijo sacando un casco pequeño de las alforjas- ¡anda, sube!
- ¿Y si nos ven...?- dije, sorprendido y al mismo tiempo entusiasmado por la resolución de la joven.
- No nos verán, iremos por caminos.
Me puse el casco, subí a su espalda, y arrancó con brío como si montáramos un potro salvaje; antes de llegar al cruce donde parte la carretera que bordea las lagunas, se desvió por una calle lateral que nos condujo fuera del pueblo, y enlazó con un camino rural en estado natural, es decir, cuajado de piedras, baches, curvas, empinadas cuestas y vertiginosas bajadas.
Yo me pegaba a Raquel con fuerza y estrechaba su cintura con mis brazos, tratando que nuestros cuerpos fueran uno sobre la moto, a fin de mantener el equilibrio y sortear así mejor los obstáculos. Íbamos atravesando el monte, cortando el aire cálido, perfumado por las plantas aromáticas; notaba el cuerpo erguido, fuerte y bien formado de aquella mujer y me sentía como don Quijote, transportado por una maravillosa hada, a lomos del fabuloso Clavileño hacia un paraíso desconocido.
Al llegar a una atalaya, mi guía fue reduciendo la velocidad suavemente hasta parar. Desde aquella altura se divisaban las lagunas altas, como grandes y limpias manchas azules, rodeadas de las rojas peñas que esculpían el valle y abrazadas por la verde vegetación del monte; me parecía contemplar un estuche con preciosas joyas de la Naturaleza.
Raquel recorrió con la vista las riberas y el monte contiguo buscando tiendas desplegadas y, tras unos segundos de examen sin encontrarlas, se volvió hacia mi y al verme extasiado dijo:
- Te gusta la vista ¿verdad?
- Me quedaría dos horas aquí sentado – respondí.
- Entonces no podríamos bañarnos, ves aquella pequeña playa sin masiega, allí nos bañaremos ¡vamos!
Descendimos hasta la laguna, en una zona abierta cubierta de hierba que llegaba hasta el agua, a sus lados el extenso carrizal se juntaba con los arbustos del monte salpicados de encinas y sabinas; la soledad era completa, el silencio sólo era interrumpido por el vaivén del carrizal, las pequeñas olas que morían en la orilla y los pájaros que cantaban en los álamos cercanos. Tumbamos la moto en la hierba, nos quitamos la ropa despacio, sintiendo como el sol y el aire acariciaba nuestra piel, me fijé en el puñal de montería enfundado que colgaba del cinturón de Raquel y en su cuerpo atlético, cultivado por las horas en el gimnasio y femenino a la vez.
- ¿Vas al gimnasio, no? ¿practicas deportes? – pregunté.
- Estoy estudiando Educación Física en Madrid, me queda un año de licenciatura.
- ¿Pero no eres guarda forestal?
- Sólo en los meses julio y agosto, contratan gente de refuerzo para el verano y los del pueblo tenemos preferencia.
El agua transparente dejaba ver el fondo en pendiente, las alargadas algas y las bogas que nadaban sin prisas observándonos; nos lanzamos al agua y braceamos decididos hacia el centro de la laguna, uno al lado del otro, como si fuéramos uncidos por un invisible yugo, en un líquido puro y dulce que parecía besarnos amorosamente. El tiempo no parecía correr mientras nadamos y reímos, nos quedamos quietos flotando o buceamos sumergidos.
- Estás en forma, Domingo, no nadas mal -dijo Raquel cuando salíamos cansados y contentos de la laguna, sacó una toalla del bolso de la moto, se secó y me la ofreció.
El sol de la tarde iba alargando las sombras de los cerros que enmarcaban aquellas masas de agua, comunicadas y enlazadas como perlas de un mismo collar; el ejercicio común nos había acercado más, mientras nos vestíamos sentíamos sin decirlo que juntos deberíamos pensar qué hacer a continuación.
Me estaba abrochando los botones de la camisa, cuando oí que Raquel me llamaba con voz entrecortada, levanté la vista y la vi mirándome paralizada, con los ojos y la boca abiertos, todo su rostro expresando espanto y terror, oí ruidos a mi espalda del carrizal quebrándose y moviéndose como si un animal grande y pesado se aproximara, en una fracción de segundo capté el peligro, metí la mano en el bolsillo y empuñé la pistola, al mismo tiempo que saltaba hacia delante girando para caer de frente al peligro. Al montar el arma ví horrorizado como se abalanzaba sobre mis piernas, una boca inmensa de un animal verde, de un lagarto gigantesco de siete y ocho metros de largo; apreté el gatillo y disparé sin parar hasta que agoté la munición. El monstruo me había agarrado por un pie y me zarandeaba y arrastraba, Raquel al verme a su merced desenfundó el puñal y saltó sobre el lomo del animal, clavándoselo con rabia por todas partes. El lagarto gigante acosado y malherido me soltó, y se volvió a meter entre el carrizo con la chica encima, lanzando gruñidos y girando la cabeza compulsivamente, intentado morder a Raquel.
Apenas podía creer lo que estaba ocurriendo, me quedé un instante paralizado por la angustia, después que Raquel y el monstruo desaparecieron en la espesura, escuché el ruido que hacían al alejarse, y me levanté rápidamente dispuesto a seguirlos con un palo en la mano. Pero cuando había avanzado unos metros por aquel terreno encharcado, fue surgiendo ante mi la figura de Raquel que volvía agotada, con la ropa y el cuchillo ensangratados. Nos miramos fijamente y nos fundimos en un largo y apretado abrazo, como si fueramos un mismo cuerpo que hubiera estado a punto de dividirse para siempre. Tras ese instante de unión tan intensa, sin soltarnos nos miramos de nuevo y Raquel dijo, esbozando una sonrisa que tenía algo de llanto:
- Le hemos dado una buena....No va a volver por aquí.

En ese momento me dí cuenta que si no me daba prisa no llegaría a la cena con la condesa.
- Tengo que irme, volveré para la 1 tal y como habíamos quedado.
- No puedes marcharte así, antes tengo que curarte esa herida del pie. Vayamos a mi casa y te pondré un poco de Betadine, no tardaré mucho.
Nos subimos a la moto y poco más de media hora después estaba en mi hotel dándome una ducha. El pie me dolía horrores, tendría que disimular ante la condesa.
Había decidido que no mencionaría el incidente con el cocodrilo hasta no estar seguro de lo que estaba pasando en la finca. No quería que me tomaran por un loco.
Llegué a la casa a las 9 en punto, me recibió una mujer del servicio que me hizo pasar a una gran sala mientras avisaba a la condesa.
Al momento aparecieron por la puerta la condesa, el hermano del conde y Laura. ¿Qué hacía allí Laura?, me había dicho que volvía a Madrid. La primera en hablar fue la condesa.
- He sabido que ha pasado gran parte del día en Ruidera, ¿ha podido entrevistarse con el señor Müller?.
- Sí, me ha recibido esta tarde en la finca y hemos charlado un rato.
- ¿Qué te ha parecido el veterinario? (preguntó Laura).
- No sé, a simple vista parece un hombre normal y, por su acento, nadie diría que es alemán, habla un castellano perfecto.
El hermano del conde permanecía callado, como si nada de lo que estuviéramos hablando tuviera la menor importancia para él.
La sirvienta entró en la sala y nos invitó a pasar al comedor, la cena estaba servida. Miré mi reloj, las 9,30.
La mesa estaba preparada y sobre ella aparecían varios platos con jamón y lomo (ibéricos), queso manchego, y distintos patés. Hasta ese momento no me había percatado del hambre que tenía, así que comencé a dar buena cuenta de la cena. El primer plato consistía en una especie de salsa de setas de cardo que, en honor a la verdad, era la cosa más exquisita que había comido nunca; de segundo, una Lubina a la sal que no tenía nada que envidiar a las preparadas en los mejores restaurantes.
Durante la cena, tanto Laura como Luisa quisieron saber que había averiguado en Ruidera; Luisa preguntó si había conseguido saber si su marido pensaba rescindir el contrato de la finca con el alemán, también quería saber si había visto a Pablo. Todo eran preguntas pero yo estaba decidido a no revelar nada, así que las esquivé lo mejor que pude. Sin embargo, quería saber más de Pablo.
- Fui a la casa de Pablo, es un hombre parco en palabras; me pareció que no le agradó mi visita y mucho menos, que viera por casualidad su colección de arte.
- ¿De qué colección habla?
Era el hermano del conde quien me hacía la pregunta, y parecía muy interesado en mi respuesta.
- Bueno, cuando llegué me abrió un niño, creo que era su nieto, mientras esperaba a Pablo eché un vistazo a las habitaciones que dan al pasillo (los detectives somos bastante curiosos); en una de ellas hay varios cuadros que, sin ser un gran entendido, yo diría que poseen un gran valor. Pablo me cogió in fraganti y no pareció gustarle mucho, quizás por eso se mostró bastante descortés conmigo.
- Pablo es un buen hombre, leal como él solo; mi hermano y yo le conocimos hace muchos años. Es cierto que últimamente se mostraba un poco contrariado, pero es que nunca estuvo de acuerdo con que mi hermano arrendara la finca a ese alemán; decía que no era “trigo limpio” y que nos traería problemas.
Volví a mirar mi reloj, eran las 11; tenía que empezar a poner excusas para retirarme si quería llegar a la 1 a Ruidera. La noche se presentaba bastante accidentada y el pie me dolía a rabiar.
- La cena ha sido exquisita, me gustaría quedarme un rato más pero estoy cansado y mañana quiero volver temprano a Ruidera, así que si no les importa me retiraré.
- Mañana quiero acompañarte.
No era una solicitud, más bien era una orden y cuando Laura daba una orden lo mejor era acatarla. Por otro lado, no quería contrariarla, sabía que si lo hacía ella sospecharía.
- Está bien, vendré a buscarte a las 9.
- No hará falta, me he alojado en tu hotel, así que saldremos desde allí juntos. Pensándolo bien yo también me retiraré a descansar; si no te importa me iré contigo no he traído mi coche.
Esto complicaba las cosas, con Laura en el hotel sería muy difícil salir a escondidas.

Sois geniales. A quien en algún momento haya descalificado este foro le recomiendo que lea de lo que es capaz esta gente, buenísima la propuesta y mejor aún las intervenciones. Muchos escritores famosos serían incapaces de compartir historia y no perder en ningún momento el hilo y la intriga que se está fraguando, estoy deseando que llegue el fin, no tengo ni idea del deselace final. FELICIDADES.

Laura y yo nos despedimos juntos de la condesa y su hermano, salimos a la calle y caminamos unos metros en silencio, al ver el coche aparcado me detuve y dije:
- ¿No quedamos en que te llevarías el yogurt, mañana, para su análisis? Eso es más importante que te quedes aquí conmigo, necesitamos saber si contiene ese elemento que produjo la muerte del conde, sí es así es una prueba principal, muy valiosa…
- No te preocupes –respondió algo contrariada- ya deben estar analizándolo. Me informaron de quién es en realidad Martin Müller, no podían contactar contigo, concertamos darle el yogurt a un correo que iba de Sevilla a Madrid, lo hice antes de que llegaras a la cena ¿No me dijiste que viniera a echarte una mano? ¿por qué desconectaste tu teléfono?
- Yo no desconecté nada, preciosa, se debió perder en uno de los saltos del motocross o luchando con el lagarto gigante.
- Déjate de bromas, apenas has probado el vino en la cena.
- Escúchame, Laura, estoy hablando en serio…¡vamos al coche!
Subimos al coche y empecé a conducir buscando el hostal Aranda.
- ¿Háblame de Müller?
- Su verdadero nombre es Frank Romero Wolf, es hijo de español y alemana, por eso domina el español, nació en Munich en 1.978, estudió Biología con notas brillantes. Después se dedicó a investigar en centros oficiales y privados en Alemania, hasta que se le perdió la pista hace cuatro años. Estaba considerado como un gran experto en manipulación genética. Es un desequilibrado, un paranoico, tuvo muchos problemas con sus compañeros allí donde trabajó, apenas se relacionaba con la gente, no se adaptaba a trabajar en equipo, se consideraba superior, infravalorado.
- ¿Y cómo llegó a España, por los lazos familiares de su padre?
- Exacto, su padre es de un pueblo de Murcia, Los Belones, volvían de vacaciones y debió contactar con el constructor Servando Ruiz y su círculo.
- ¿Qué sabéis del constructor?
- Parece ser que tiene relaciones con algunas mafias.
- ¡Ahhhhhhhh, maldito bicho! – cada vez que pisaba el pedal del embrague sentía un fuerte dolor en el pie- ese tipo, Wolf, debe haber creado ese monstruo mediante manipulación genética, un lagarto gigante de 10 metros de largo… nos atacó esta tarde en Ruidera.
- ¿Nos? ¿no estabas solo?
- Estaba con una chica, guarda forestal, que desconfiaba de Müller…ya había visto antes al lagarto, lo confundió con un cocodrilo. Créeme Laura, ese bicho intentó merendarnos.
Habíamos llegado al hostal, detuve el coche cerca de la puerta de entrada, Laura me miraba desconcertada, sin saber qué decir, finalmente habló decidida:
- Si es cierto lo que dices tenemos que actuar enseguida ¿viste algo raro en la finca?
- Wolf oculta algo en la vaquería, construyeron un gran sótano para bodega sin tener viñas, había quedado con esa chica, Raquel, para tratar de averiguar algo esta noche, a la una, dentro de poco y estoy rendido, dolorido…
- Estoy yo aquí para acompañaros – dijo Laura con entusiasmo, “valiente ayuda” pensé, imaginando lo peligroso que podía resultar la excursión nocturna planeada.

Entramos en el hostal y quedamos en volver a encontrarnos en la puerta 15 minutos después. Subí a mi habitación, me tomé un calmante, me cambié de ropa, cargué toda mi artillería en una pequeña mochila, cogí una linterna y salí.
La noche era calurosa y había luna llena. Eso no nos ayudaría mucho a pasar desapercibidos.
Laura estaba esperándome en la puerta fumando un cigarrillo.
- ¿Pero cómo?, dejaste de fumar hace años.
- Sí, pero en este trabajo la tensión es muy fuerte, tú lo sabes, y hay momentos en los que un cigarro puede ser el mejor tranquilizante.
Subimos al coche y nos pusimos en marcha rumbo a Ruidera; la carretera, a esas horas, estaba desierta y Laura me avisó que tuviera cuidado, porque era bastante normal que en el trayecto se nos cruzara algún que otro conejo. Así que puse mis cinco sentidos al volante, no fuera que algún pequeño percance nos aguara la “fiesta”.
Al llegar a Ruidera comprobé que Raquel no había mentido, todos los establecimientos al lado de la carretera parecían iluminados y sus terrazas llenas de gente. Legamos al camino de la finca y aparqué el coche en un lateral, de forma que quedara casi oculto por unos árboles; cuando me disponía a apagar las luces vi la moto de Raquel pero ella no estaba. Al cabo de unos minutos apareció por el camino.
- Hola, he ido a echar un vistazo. ¿Quién es ella?.
- Hola Raquel, soy Laura una amiga y compañera de Domingo, encantada de conocerte.
No pareció agradarle mucho la presencia de Laura, pero no hizo ningún comentario al respecto.
- Domingo, me he acercado a la nave, no he notado movimiento dentro así que si te parece nos pondremos en marcha.
Dejamos el camino y avanzamos entre los árboles para evitar ser vistos desde la casa, como he dicho antes, la noche era extremadamente clara y casi no hacían falta las linternas.
Llegamos a la parte trasera de la nave y, tal y como había dicho Raquel, no se oída ningún ruido que pudiera indicar que había gente dentro. La puerta estaba cerrada, pero en uno de los laterales había una pequeña ventana que permanecía abierta. Yo fui el primero en entrar y después ayudé a las dos mujeres; estaba completamente a oscuras, solo se oía el resoplar de las vacas que dormían placenteramente. Nos deslizamos silenciosamente pegados a las paredes para no despertarlas.
Una vez dentro y en silencio, nos llegó un murmullo de voces, venían de debajo de la nave; miramos a nuestro alrededor buscando alguna puerta pero no encontramos nada. Estábamos a punto de marcharnos cuando nos pareció ver un pequeño rayo de luz que salía del suelo en el centro de la nave. Nos acercamos y pudimos comprobar que había una trampilla, la levanté con todo el sigilo que pude y ante mí aparecieron unas escaleras que conducían a la luz y a las voces.
Desde donde nos encontrábamos no podíamos ver a las personas que estaban abajo, así que descendimos unos peldaños y nos resguardamos en un pequeño hueco.
Raquel tenía razón, aquello no era una bodega, sino un inmenso laboratorio y allí estaban los tres: el señor Müller y el… ¡hermano del conde!; ¿qué hacía allí el hermano del conde?.
Me volví a Laura para hacerle esa pregunta y vi su mirada aterrada, estaba a punto de gritar pero le puse la mano en la boca para que no lo hiciera. Cuando la retiré, sus palabras fueron:
- ¡ES EL CONDE!
Salimos de allí lo más rápido que pudimos, una vez fuera y a seguro, nos explicó que los dos hermanos eran prácticamente iguales y que solo los diferenciaba una pequeña mancha con forma de estrella, que el conde tenía en el brazo derecho. En el laboratorio los dos hombres estaban en manga corta y ella había podido ver esa mancha.

-Calmémonos y reflexionemos -dije-. Ciertamente el conde y su hermano eran prácticamente iguales, pese a sus edades, la voz y gestos tan parecidas que puedo admitir que tú, Laura y la condesa Luisa, estuviérais estos días con don Antonio, creyendo que se trataba de su hermano Roberto y, viceversa, pensando que el muerto era uno cuando en realidad era el otro. Pero entonces, si don Antonio confiaba en Frank Romero como acabamos de ver, ¿por qué pidió ayuda sus contactos en el espionaje, y por qué murió su hermano envenenado?
Tras un momento de silencio y miradas espectantes Laura habló:
- Quizás quien contactó con el servicio de información no fue realmente el conde, sino su hermano Roberto que desconfiaba de don Antonio...Tal vez don Antonio le dijo algo sobre este laboratorio, intentaron hacerlo cómplice y al negarse lo mataron...no sé, es complicado este asunto. Es posible también que Roberto pidiera ayuda al servicio de información, haciéndose pasar por el conde, para que la llegada de nosotros fuera un toque de atención, y así abandonara sus extraños proyectos...Voy a llamar al laboratorio a ver si tienen ya los resultados del yogurt...¡Sí!...dime...ajá...de acuerdo...¡adiós! No han encontrado ningún elemento extraño en el yogurt, es completamente natural e inonfesivo, luego si envenenaron a Roberto fue con otro método.
- ¿Y el otro tipo que está con ellos, sabes tú quién es? -dije mirando a Raquel.
- Es un empleado de la finca, vive aquí dentro, es extranjero.
- ¿Qué se os ocurre que deberíamos hacer?- pregunté.
- Podemos esperar que se vayan y entonces entrar nosotros a inspeccionar, no van a estar ahí toda la noche -dijo Raquel.
Así hicimos, nos escondimos tras unas encinas próximas a las naves, frente a la puertas y el camino que iba a la casa, "¡qué bien hice en traer la chaqueta sahariana!" pensé. Me tumbé en el suelo, coloqué la cabeza sobre la mochila y exclamé:
- Me pido la tercera hora de vigilancia, soy un caballero, las damas primero - y entorné los ojos mientras un agradable sopor se apoderaba de mi.


-

No podía dormir, mi cabeza daba vueltas a este embrollo sin que pudiera encontrar ninguna explicación al asunto.
Don Antonio había pedido ayuda al Servicio Secreto y dos días después había sido asesinado; o ¿había sido Roberto quien había pedido esa ayuda y su hermano al enterarse le había matado?.
¿Cómo era posible que la condesa no se hubiera dado cuenta?, era su mujer y esa mancha del brazo no pasaba desapercibida.
¿Qué pintaba Pablo en todo esto?, ¿Por qué un humilde mayoral estaba en posesión de tantas obras de arte?, ¿fue él el brazo ejecutor y los cuadros el pago?. Estaba hecho un lío y no conseguía ordenar mis pensamientos, fue entonces cuando debí quedarme dormido.
Raquel me despertó a las 6 de la mañana.
- Acaban de marcharse en el coche del veterinario; tenemos poco tiempo antes de que amanezca si queremos entrar a echar un vistazo.
Las dos mujeres estaban preparadas para iniciar la marcha. Siempre me ha admirado la capacidad que tienen las mujeres, para estar siempre dispuestas y compuestas, en cualquier situación y a cualquier hora.
Volvimos sobre nuestros pasos de la noche anterior y enseguida estuvimos en el laboratorio. Al fondo había un gran estanque rodeado de una valla electrificada y dentro de él dos enormes lagartos que nos observaban con sus grandes ojos.
- Ahora lo entiendo todo-dijo Raquel-. La desaparición del cangrejo autóctono, la prisa por cerrar algunas lagunas cercanas a este lugar diciendo que habían aparecido grietas, etc.; no debe haber sido la primera que se encontró con uno de estos bichos.
Mientras tanto Laura no dejaba de mirar los papeles que había encima de una gran mesa.
- ¡Está claro!, aquí se realizan experimentos de ingeniería genética para venderlos a otros países, y por lo que estoy viendo, nuestro amigo Servando Ruiz (el constructor), es el intermediario.
- ¡Un momento!, yo conozco a este hombre de la foto.
En una de las paredes había una foto muy antigua en la que aparecían dos hombres sonrientes, los dos llevaban uniforme, uno alemán, el otro no me sonaba.
- Este de la derecha es el Doctor Mengele; su foto ha aparecido en numerosas publicaciones a lo largo de los años, por los trabajos de investigación realizados en los campos de concentración alemanes.
- El otro es el padre del conde -dijo Laura-.
Cogimos toda la documentación que nos pareció de utilidad (incluida la foto) y salimos de aquel lugar, decididos a entrevistarnos con la condesa. Estaba claro que tenía que darnos muchas explicaciones.
Cuando Laura y yo llegamos a la gran casa Pablo estaba allí.
Contamos a Luisa lo que habíamos descubierto y, tanto ella como Pablo, no parecieron extrañarse de nuestra historia.
- Ya lo sabía, Pablo nos lo contó a Roberto y a mí el día que vino a ver a mi marido; también nos contó como éste le había obsequiado con una gran colección de arte a cambio de que permaneciera en silencio. Mi marido y yo hace años que no manteníamos ningún tipo de relación, permanecíamos juntos por conveniencia. Supe desde el primer momento que no era él quien había muerto; de ahí mi carrera detrás de Bocacho para recuperar la dentadura. Esa era la única prueba de la que dispondría para que se supiera la verdad.
- Pero ¿por qué no me lo dijo entonces?.
- No podía, el conde, como habrán podido comprobar, es un hombre de pocos escrúpulos.
- Supe que el conde estaba implicado porque se negó a escucharme y además dijo que no rescindiría el contrato de arrendamiento-ahora era Pablo quien hablaba-. Así que decidí contárselo a D. Roberto y a Dª Luisa.

Todo estaba aclarado, teníamos las pruebas y los testimonios inculpatorios de los testigos allí presentes, sólo había que poner la información en la mesa del juez correspondiente, si es que ya no había iniciado las pequisas, a petición de los forenses de Valdepeñas. Laura llamó a sus superiores para que hicieran esos trámites, a fin de detener a los sospechosos e inspeccionar a fondo la finca y requisar el laboratorio. Nos despedimos de Luisa y Pablo y salimos a la calle, pasamos por la plaza y al llegar a su centro nos detuvimos, Laura miró el reloj de la torre y dijo:
- las nueve y media, buena hora para viajar a Madrid ¿tú que haces?
- No sé...daré una vuelta antes de irme...¡gran tipa esa Raquel!¿no?
- Sí, hablamos mucho mientras tú dormías, quedamos en vernos en Madrid cuando vuelva a estudiar. También debemos vernos nosotros más a menudo ¿no te parece?
- Claro que sí -dije, vencido por su tierna mirada.
- ¡Adiós! Domingo.
Nos besamos y se marchó tranquilamente hacia una de las calles que morían o nacían en la plaza, parecía que caminaba en los dos sentidos al mismo tiempo, alejándose su figura y acercándose a mi cada vez más su imagen, su rostro, su mirada y sus palabras. ¿O quizás era yo el que la seguía con mi sentimiento, me agarraba a su espalda para ir también con ella? mientras permanecía allí quieto, en el centro de aquel espacio abierto, iluminado por el limpio sol de aquel día 6 de julio.






---------------- FIN -----------------

Mil gracias a ayudaor y a todas las personas que han hecho posible esto.
Espero con impaciencia la próxima.
Un saludo a todos/as.

Enhorabuena a todos , ha sido una buen experiencia , pena que no haya participado mas gemte.

Esque no todo el mundo esta capacitado para escribir de la forma que lo han hecho estas personas, como autenticos escritores la verdad.Enhorabuena.

ENHORABUENA ¿CUANDO ESCRIBIS OTRA? ME METIA EN EL FORO Y LO PRIMERO QUE MIRABA ERA A VER QUE HABIAIS ESCRITO.

Al-Hakam creo que esta es la novela a la que se refiere Velacoraho en otra entrada, yo acabo de descubrirla,hasta donde he leido me ha gustado un montón,hay mucha compenetración entre l@s escritores.Voy a ver si la termino de leer.

Ya la he "makeao" en el open office y voy a darle forma en Pdf. Me quedan dos cosas, poner a todos los autores y darle un título que será mi modesta aportación. Y leerla detenidamente que solo le he dado una vuelta por encima. Esta mañana sorprendentemente no tengo mucho que hacer así que me afanaré en poner en limpio esta novela o relato corto porque muchas páginas no tiene. Pero puede ser un acicate para una nueva novela "interactiva". Cuando se puso esta novela fue cuando empezaba a conocer el foro y no la tenía localizada. Hala a empaparme de relato y a darle un título y citar a los autores.

En un nuevo mensaje "El Conde que surgió del frío Novela Interactiva en pdf" es el nombre de dicho hilo donde podéis encontrar el enlace al Pdf de la novela escrita por varios autores del foro.
Un Saludo
Al-Hakam