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España > Cantabria > Laredo
24-09-16 17:22 #13268115
Por:JVC 1962

El espectro pejino o speculum de la calderca satán
Penosa edad en que prudencia y cobardía parecen confusamente ordenadas por los nefastos efectos de merecimientos o inmerecimientos que en nuestro tránsito vital hemos cosechado en decisiones erradas o poco acertadas. Solo a ella cabe imputar que calle la autoría de las letrillas que casi fidelignamente reproduzco a continuación y que, en una de las cada vez mas frecuentes visitas al excusado de nuestro consistorio, rescaté del obscuro destino que a su soporte se había condenado sin juicio por el jefe de los letrados, que muy rectamente asesoran a nuestros torcidos munícipes.

Solo digo, brevemente, por no dispersar más los estériles esfuerzos de algún metódico curioso, que no cabe imputar su escritura a Pepe Nates , El Cronista, pues este cumple muy dignamente los mandatos de su contractual pacto con el Corregidor, por lo que, a pesar de que el manuscrito, como diría un bardo provenzal, rezuma pus contra quienes pierden toda ocasión para adornarle con floridas loas, tampoco en él escasean los certeros señalamientos de las miserias de los correligionarios de nuestro virrey local. Y este juglar, carente de oído, mudo estacional y con su zanfoña ya sin cuerdas, no añade más, y reproduce pobremente la epístola sin destino con su lapicero que ya no fija sino caprichosos borrones, ora textualmente, ora con la flexibilidad impuesta por la dificultad derivada de la traducción al pejino, a través del suletino, del latín corrupto en que se hallaba:


"Caro señor:

A buen seguro juzgará osado por mi parte que me dirija a su persona rogándole aclare lo que tan gratuita e infundadamente se ha recogido en su periódico de las orillas de nuestro río madre, sobre un spectro cazado hábilmente por un conocido prestidigitador, cámara en mano, al alba o de alborada ( que nada se aclara, a pesar de resultar ello muy relevante, como somos sabedores los diestros en urdir y desentrañar tamaños sucesos como el que tan relevantemente se narra) en singular Sábado, por ser Santo.

Reprodúcese en la portada del periódico una fotografía, alterada con fines tan didácticos como canallecos, y obtenida taimadamente de espaldas a la MECA (y mirando a El Ferrol) por un fotógrafo amateur (de la escuela de Piaget en aquello en que más gusta trabajar, cabal, tan serio como viejo castellano, a pesar de soportar en las suas espaldas la carga de un nacimiento en la Arcadia en un siglo pasado y unos molestos dolores que sigilosamnte mallleva) que en aquel día se hallaba en la hercúlea e imposible tarea de fotografiar a algún cántabro en sus diarios quehaceres por nuestro pueblo, o algún local en el que sus moradores procuren su sustento sin acceder a la faltriquera de sus convecinos.

Ya en la página siete de la publicación (obsérvese, la siete, e interprétese acertadamente que no fue casual la elección de la página por parte de los obradores del manifiesto sino una subliminar maniobra para tratar como hecho lo que no parece sino una palada de carbón para el fogón hambriento de este Merlín tan aficionado a las Bellas Artes y su enseñanza), la aviesa mezcolanza de referencias a lugares físicos, de las liturgia y destreza del inocente fotógrafo, de las tan referidas como poco demostradas gestas de los balleneros pejinos y de las cicatrices dejadas en la cara del propietario de la supuesta silueta (menos supuesta después del exitoso trabajo del cándido fotógrafo) desvela indubitadamente la gravedad y trascendencia de la noticia.

Pero, y sin que ello suponga que este vielho meninho mantenga que todo ello es un negocio sin lucro, a la salud de quien lo necesite, en sus cuatro terceras partes, es menester aclarar, como hizo Dª Teresa de Tirso (la señora de la Atalaya # 53) con su mancebo, en sus justos términos y contextos, cada uno de los elementos tan malévolamente amotinados en el artículo, evidenciando su intrascendencia en su aislada consideración.

Porque soy consciente del recelo de mis convecinos en lo que sostengo sobre cualquier evento o filosofía, debido en su mayor parte a la malediciencia de envidiosos y a la poca caridad que regalan los inteligentes, he recabado el parecer y la irrefutada opinión de autoridades versadas, honestas y rectas (clérigo, sin embargo, alguna de ellas) que pudieran disipar toda duda sobre la radiografía metafísica de este Ente prejuzgado como real y finito, y que sin contraprestacion, de forma graciosa, traeré a colación cuando me lo pareciere, viniere a cuento o no. Con ello no contaré mayor filfa que la aupada al muro de su folleto. "
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29-09-16 03:00 #13276986 -> 13268115
Por:JVC 1962

RE:El espectro pejino o speculum de la caldera de satán
Fiero escriba, alégrese y atribúyase plenamente la causa de los males que desde hace unas negras jornadas tienen preso mi merecido sosiego de jubilado empalalador de arenques en salmuera, que han tornado mis noches en días y mis suspiros en permanentes y amenazantes bostezos. La patraña de folletín sobre un ridículo espectro de incontestables profesiones de pescador y vigilante, ejercidos, al parecer, de forma tímida y avergonzada por un tímido friolero de errada puntería naval, nos persuade de que nos hallamos a merced de un impúdicamente esbozado cuento con el que, a pesar de su pobre aderezo y ningún obsequio al mágico raciocinio, se pretende agitar la parva sombra del artista y del jefe de imprenta, con la compresible aspiración de hacerlas notables con agitación tan turbadora.


Laméntense de la ocurrencia del negocio, pues sepan que nadie creerá la veracidad de su industria, y que lejos de aupar su figura desde el suelo algún necesario metro, menguará, si ello fuera posible, el poco crédito que entre lectores y cofrades aun mantienen esforzadamente. Y bien digo que nadie podrá tomar por cierto lo que no es sino patética fábula porque nadie mejor que el supuesto espectro, que nunca gusto de pescado, ni fue proclive a vigilar a alma alguna si no fuera ésta presa de alguna heroína generosa, y que no es otro que este humilde, fugaz, efimero y caduco ser, a ratos humano, para impedir decididamente la intención de los comediantes de crecer en su mundana vanidad.


Pues resulta que el cuatro de abril de 2015, el ahora escribe con menos oficio y pretensión que aquellos, salió de su casa cuando el sol peleaba con las nubes por agradar a los numerosos invasores que en tal Sabado Santo se hallaban por causas e intenciones tan dispares como irrelevantes al caso. Sin confiar en exceso en los pronosticos que sobre el tiempo habían vaticinado en la EITBHP de Villaviciosa, cogió la calle sobre las doce del mediodía, dejando en decidido desorden la habitación de la honorable pensión en la que había pasado la noche (pues, en contra de los pudieran haber deducido los perspicaces, soy nativo, deo gratias o no, de esta bella villa costera, pero unas pequeñas discrepancias hogareñas me han hecho victima de estos negocios). Tomó del colgador de la pared el único abrigo del que era usuario, cuyo propietario, que por la altura podría ser nativo de Senegal, dejó olvidado en el tanatorio un funesto día en que salió del mismo en una caja de zapatos que incómodamente portaba su poco apenada viuda. Ni el usuario ni el abrigo, a decir verdad (cosa siempre loable aunque sea sucia), frecuentaban el agua lo recomendable, por lo que era comprensible que en la mayor parte de su existencia se vieran solos, de un color indescriptible y con un perfil rígido, acartonado y desfigurado. De lejos, abrigo y su socorrido sostenedor podrían ser confundidos, tanto de día como de noche, con una yerática estatua griega en pugna por representar dignamente a algún transeúnte libertino, mellado en este caso por un dolor de cervicales que le obliga a llevar el brazo doblado y colgado del hombro, como en cabestrillo.


Había deambulado unas horas por el puerto, oyendo impertérritamente los comentarios y susurros que otros viandantes caritativos le regalaban cuando se cruzaban con él, y se había alimentado con el aroma de los fritos de calamares y boquerones que eran expulsados generosamente a la calle desde bares y cocinas de restaurantes, pues el aire de sus bolsillos no le permitía otra ingesta de mayor dignidad y fundamento. Sobre la cuatro de la tarde, se dirigía por la acera izquierda de la calle de autos hacia la calle que lleva al Tunel. Cuano alcanzaba ya el local que ocupaba la esquina del edificio, que estaba sin negocio desde que cerraron el último dedicado a la compraventa de negras páginas de beatos de los Alcares, fechas en blanco satén en la conocida fábrica de La Pesquera. Alcanzó a ver a través de los cristales una figura fantasmal a la otra parte del edificio, en la calle del tunel. Juzgó primeramente su actitud amenazante, pero luego desveló la situación peor pues, a pesar de las dificultades de los reflejos del sol del mediodía, alcanzó a ver la figura de un fotógrafo, que al momento reconocí, por tratarse de un vizcaíno experto en las energía cinéticas de Carlos II, que fustiga magistralmente con su sabiduría allí donde puede. Con la lógica angustia sobrevenida, se agazapó contra la pared y quedóse observando los profesionales devaneos del peligroso fotógrafo, el cual, preso de los protocolos de su trabajo, no alcanzó a ver al maloliente.


Debió el fotografo tener no pocas dificultades con las tomas realizadas del local ( o con otras tomas realizadas anteriormente), pues el que escribe se cansó de la cacería del picasso y, a riesgo de ser descubierto, abandonó su escondite y dobló la esquina, colocándose tras el mismo. Puede afirmar el que escribe que, en un momento dado, bajó el hijo de Noé la cámara de su ojo y miró la cristalera del local, viendo la espectral figura del penitente pensionado que, al parecer, confundió con la suya, pues no le llamó en ese instante la atención.


Sorprende que, pasado el tiempo, merezca ahora su atención una difura figura que obtuvo de un hambriento agazapado, y que no la viera con sus propios ojos cuando la tuvo al lado.


No puede concluirse la aclaración sin disipar el error de creer al confundido espectro con un ballenero imprudente, torpe arponero o vigilante en cualquier caso. Sólo divisó ballenas en tierra firme, y el manejo del arpón fue torpe y muy medido, a pesar de lo cual padece no pocas servidumbres de tal impericia. En cuanto a la cicatriz, no desea hacer gran referencia por resultar infantil y cómica la confusión, pues no era tal, sino la montura rota de unas gafas de 3D, sin cristales, rescatadas de una papelera de la calle S. Francisco, un lugar de película.
Con Dios
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