la chica inexistente Debía tener unos doce años, cuando en las vacaciones de verano, recorría a bicicleta los diez kilómetros que separaban mi pueblo del siguiente por el camino de la montaña. Cada recorrido era una aventura, pues el camino estaba sin asfaltar y subía y bajaba cuestas entre pinos enormes. Mi bicicleta era de juguete, sin marchas pero aguantaba el trote, aunque una vez se me rompió el pedal y me lo tuvieron que soldar, pues no habían recambios. En uno de los recorridos vi un jabalí, abandoné la bicicleta apoyándola en una ladera del camino y lo perseguí bosque adentro, hasta que el animal desapareció y yo no sabía como volver al camino, me había perdido. Maldecí mi curiosidad y avancé y retrocedí varias veces, no mucho, pues temía alejarme del camino que no veía. Fue entonces cuando me encontré una chica de mi edad que estaba recogiendo flores. Al verme, me sonrió y me preguntó si me había perdido, a lo que asentí con rubor. Me dijo que la siguiera, que ella sabía el camino. Mientras lo hacía me dijo que también estaba de vacaciones en el pueblo, era de la ciudad y venía con su abuela porque no tenía padres, se habían muerto cuando nació. De repente apareció el camino pero no mi bicicleta. Me acompañó hasta que dí con ella, y se volvió para el bosque. Los días siguientes intenté volverla a ver regresando al camino, incluso fui al pueblo y pregunte por la chica y su abuela: nadie sabía de ellas. Nunca más la volví a ver. ¿Se fue ese mismo día? Pero el pueblo no era tan grande para que nadie supiera de una abuela y una chica. Además, solo había un hotel. A veces me acuerdo de ella y me sigue intrigando. Incluso pienso que me lo he imaginado todo y encontre el camino yo solo. He leído que la memoría con los años se reinventa.
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