San Roque - Cadiz

La fotomanía

Juan Antonio Palacios Escobar
ex alcalde de algeciras

Algunos de nuestros hombres y mujeres de la política, intentan por todos los medios tener todas las claves, para dominar lo que pasa en el aquí y ahora, y predecir qué va a ocurrir en el futuro, acumular la máxima información de aliados y adversarios, conseguir controlar a los demás sin ser manejados por ellos, administrar lo mejor posible sus presencias y ausencias.
Resulta frecuente, sin embargo, aquellos, que ocurra lo que ocurra, intentan como los niños traviesos, atraer la atención. Son los partidarios de que hay que salir como sea, que hay que vender lo real y lo imaginado y al precio que cueste, que la foto es suya y no se la quita nadie, en la tesis de que su figura siempre agrada.
Piensan que su exhibición constante, atraerá el poder y la atención de propios y extraños, sin valorar que llega un momento en el que esa necesidad crónica de aparecer en la foto, acaba produciendo el efecto contrario, y cuanto más se le ve y se le oye, más se degrada su valor y más se le detesta.
Este protagonista de las representaciones y películas más variadas de nuestra cotidianidad, se convierte en alguien que por repetido y omnipresente produce cansancio y agotamiento, y aunque realice todos los esfuerzos por mostrarse diferente, la gente acaba perdiéndole el respeto y tomándoselo a coña, siendo inspiración y argumento de numerosos chistes, convirtiéndose en la diana de la burla comunitaria.
Tal vez, son incapaces de aprender que hay lugares y momentos, donde es mejor no estar y que es preferible ausentarse hábilmente, antes que los demás terminen por no soportarlos y los echen sin contemplaciones. Deberían reflexionar sobre el poder de seducción que provoca una desaparición de vez en cuando, como estimula la imaginación y alimenta una cierta aura de misterio a su alrededor.
Cuando algunos de estos personajes se empeñan en castigarnos con su deslumbrante y permanente actuación, descubrimos sus grandes dosis de incompetencia y lejos de sorprendernos, nos aburren, incluso en ocasiones hasta dormirnos.
Eso sí, rara vez reconocen que sus problemas surgen de sus propios errores y estupideces y con frecuencia y ante cualquier contrariedad terminan culpando a los demás, al mensajero o al resto del mundo de lo que sólo ellos podrían haber evitado.
En el juego de su inaguantable egolatría, su único foco de atención son ellos mismos y eso les inutiliza para mirar con varios pasos de antelación y planificar adecuadamente sus acciones, siendo presos y rehénes de una emergencia sin sentido, de unas prisas hacia ninguna meta, que produce la sensación de estar siempre ocupados aunque no solucionen nada.
Se instalan en la dualidad cínica de predicar una cosa y hacer todo lo contrario. Su discurso populista les hace aparecer como defensores de causas que les traen sin cuidado, defienden cambios y sólo saben aferrarse al inmovilismo y ser rehénes del pasado, y ante la más mínima crítica se sienten irritados y molestos, no admitiendo que los otros también pueden llevar razón.
Su inseguridad y sus requerimientos de ser admirados, aplaudidos, atendidos, halagados y vitoreados, les convierten en megalómanos sin remedio, enfermos mediáticos, catetos sin solución, donde todos han de doblegarse a lo que ellos dicen, ante el peligro de convertirse en odiados demonios.
Creen que son el centro del universo, que el mundo gira alrededor de ellos y que son poseedores de la verdad absoluta, negándoles a los demás el pan y la sal, e intentando presentar como enemigos del pueblo a todo aquel que se atreve a pensar y manifestarse de manera distinta, considerándolos no como leales adversarios sino como antagonistas irreconciliables a los que hay que combatir y eliminar sin tener en cuenta lo que decía Víctor Hugo que “nada hay tan estúpido como vencer; la verdadera gloria está en convencer”.