HAZLO TONTA Hazlo, tonta Publicado por Miguel Ángel Santos Guerra | 15 Septiembre, 2012 Un nuevo curso escolar. Una nueva siembra y cosecha de ilusiones, de temores, de proyectos, de emociones, de encuentros, de inquietudes. Siempre me ha parecido apasionante el momento de abrir las puertas de un nuevo curso escolar. ¿Qué sucederá? ¿Cómo nos irá? ¿Cómo será el nuevo tutor, la nueva tutora? ¿Cómo será mi nuevo grupo de alumnos y de alumnas? ¿Cómo nos encontraremos a los amigos y amigas que hemos dejado de ver y frecuentar durante el verano? En nuestras modernas sociedades el curso escolar es un hito temporal que marca la vida. Un nuevo curso escolar. Una nueva siembra y cosecha de ilusiones Este año comenzamos con una sensación amarga debido a los recortes en educación. Menos profesores, más alumnos por aula, más horas de dedicación, menos becas, encarecimiento de libros y material escolar, más control de ausencias… ¿Por qué ese castigo que produce tanto desaliento y tanta indignación? ¿Por qué esos recortes donde se prometió no recortar? Es de una enorme torpeza económica hacer recortes en educación. No debemos callar, pero no podemos entregarnos al desaliento. Sean cuales sean las circunstancias, en esta ocasión tan adversas, tenemos que preguntarnos por el sentido de la tarea. ¿Por qué tengo que ir a la escuela?, se preguntan los niños y las niñas en estos días. Se lo preguntan también a los padres y madres y, por supuesto, al profesorado. Sería interesante que les escribiésemos una carta a nuestros hijos y alumnos explicándoles el porqué. Lo de “es tu deber” suena un poco a falta de argumentos. ¿Por qué no explicarlo despacio y con razones de peso? El pedagogo alemán Von Hentig le escribió 26 cartas a un sobrino que le hizo esa pregunta tan cargada de lógica, al terminar unas vacaciones estivales: ¿Por qué tengo que ir a la escuela? El libro en que publicó esas sabrosas cartas tiene como título esa sensata pregunta. Nosotros los educadores tenemos que preguntarnos sin cesar por el sentido de la tarea. Por la necesaria simbiosis de la escuela y la vida. Me cuenta mi admirado y querido Fernando Avendaño, argentino de profesión, que una maestra le pide a los niños que escriban en un hoja cuál es su juguete preferido. Los niños lo hacen diligentemente. Cuando han terminado, la maestra añade una segunda demanda: - Ahora vais a escribir debajo del dibujo de vuestro juguete preferido el nombre del niño o de la niña con quien os gustaría compartirlo Todos van realizando la tarea. Escriben el nombre de un amigo, un hermano, una prima, un compañero de clase… Todos, menos una niña que le susurra a su compañera de pupitre: - Yo no quiero escribir ningún nombre. Yo no quiero compartir el juguete con nadie. La amiguita, le dice, también al oído, aplicando las leyes de la lógica escolar: - Hazlo, tonta. ¿No ves que es solo para la maestra? Observación práctica que se puede traducir así: Pon el nombre para que no tengas problemas, pero no te preocupes, que esto que escribes no tiene nada que ver con la realidad, con la vida. Escribe el nombre de quien quieras, que da igual. No vas a tener que compartir el juguete si no quieres. Esta anécdota me ha traído a la mente lo mucho que separa, muchas veces, a la escuela de la vida y a la vida de la escuela. “Es solo para la maestra” quiere decir que no se trata de un asunto importante, que de verdad afecte a lo que nos pasa. ¿Para qué sirve la escuela? Francesco Tonucci acaba de publicar un libro en la Editorial Losada. Se titula “Apuntes sobre educación”. Se trata de una colección de artículos publicados en L´Unità, La Nuova Responsabilità y Cuadernos de Pedagogía. Uno de los textos de la primera parte se titula “Mal de escuela: me robaron cinco horas de vida”. Cuenta Tonucci que “Sandro iba a la escuela secundaria en un barrio popular de Roma, repetía el año, era echado de clase con frecuencia, su ficha escolar podía haberlo descrito como inteligente, pero desganado. Es probable que la escuela lo rechazara porque él había rechazado a la escuela, o a la inversa. Un día, al final de la mañana, Sandro se pone de pie y en voz alta y correcto romano le dice al docente de lengua: “Ustedes me robaron cinco horas de vida”. Estremecedor alegato que nos debe hacer pensar sobre la elaboración del curriculum escolar, sobre su desarrollo, sobre la estructura, el funcionamiento las normas y las relaciones de la escuela. Coincido con el sentir de Tonucci cuando dice que los docentes de hoy son por lo general sensibles, tolerantes, y poco severos. Pero me pregunto con él si no será cierto que “la escuela se ha alejado cada vez más de la vida real y se ha vuelto menos comprensible para los alumnos”. Al comenzar un nuevo curso me interrogo sobre el sentido de la escuela, sobre lo que en ella se hace. Existe el riesgo de que las rutinas se instalen en el devenir de la escuela y, al comienzo del nuevo año, el principal criterio de respuesta ante la pregunta cerca de lo que vamos a hacer este año sea “lo que hicimos el año pasado”. La sociedad nos hace un precioso regalo al facilitarnos una la escolarización gratuita. No nos roba horas, Nos las regla cada día que acudimos a la escuela. Es un regalo de inapreciable valor. Hay que explicar a los niños que ese tipo de regalos merecen ser colocados en lugares bien visibles y bien seguros. No todos los niños y niñas del planeta tienen esa suerte. Es preciso recordarlo. Si digo esto por los alumnos, tengo más motivos para decirlo por los maestros y maestras. Es una suerte poder dedicarse a esta tarea. La más importante que se le ha encomendado, a mi juicio, al ser humano desde el comienzo de los tiempos: trabajar con la mente, con la cabeza y con el cuerpo de los alumnos y de las alumnas. He dicho “el cuerpo”, sí. El cuerpo es nuestra plataforma de encuentro con el mundo. Lean el libro de Daniel Pennac “Diario de un cuerpo”. Será un placer. Buenas noches queridos. |