AGUA DE SANGRE. El mecánico patalear del mulo, a duras penas conseguía trazar un cerco sobre la tierra cuarteada, que absorbía con ansia la sangre, que mezclada con el agua y el polvo, tomaba una consistencia y un color semejante al limo reseco que se encontraba sobre las piedras cercanas que bordeaban el Campabuche. El último aliento se escapaba de su garganta abierta, que derramaba mansamente la última sangre del cuerpo, espesa, caliente, casi negra. Un intento de rebuzno, se quedaba en el soplido extenuado de una boca abierta, por la que se podían entrever unos dientes amarillos, torcidos y desgastados, que rápidamente se escondieron detrás de una lengua increíblemente larga, que asomo a escena, sin aviso, sobresaltando mi escaso animo infantil. …Después, silencio; Solo roto por el sonido del agua, que brotaba incesante, por la grieta de uno de los cántaros rotos, que había quedado debajo del mulo, y que corría lentamente sobre su costado derecho, dejando un surco estrecho, limpio, sobre el lomo castaño del cuerpo inerte y caliente del animal. Apenas una hora antes, yo montaba la grupa de la bestia, apoyaba mis codos sobre su culata parda, cubierta por un trozo de manta vieja, bastante pasada y adornada de agujeros y desgarros, mientras, mis piernas descansaban sobre los dos pares de viejos cantaros de agua que portaba el animal. Día tras día, realizábamos este trayecto al menos seis o siete veces, desde la fuente abajo, hasta bien entradas las Veguetas, desde hacia algo más de dos meses nuestra vida se limitaba a esto, bajar el agua que vertíamos en el pilar de piedra, conforme los cántaros derramaban su contenido en la pila, el pequeño rebaño sediento ceñía ávidamente mi espalda con la desesperación que otorga la sed, y tenía que clavar bien los pies sobre la tierra seca para evitar que las ovejas nerviosas consiguieran derribar mis escasos cuarenta kilos de costillas y pellejos, mi padre, gritaba colérico, y canelo, el viejo perro pastor, era el único capaz de mantener con un increíble esfuerzo que comprendía desde pequeñas arrancadas a las ancas de las ovejas mas rebeldes, hasta un sinfín de gruñidos y agudos ladridos amenazadores el rebaño a raya, y evitar de esta forma que se acercaran en tropel al pilar seco, solo regado por la mísera limosna que proporcionaban unos cantaros de agua templada que cada día que pasaba era aun más escasa. Ahora, en estos instantes de malaventura, mi padre cabizbajo, observaba el cadáver del mulo, con la vista clavada en la última agua que corría por las lajas sus ojos en blanco, contemplaban impasibles como se escapaba entre las grietas su medio de vida… -Venga José, que ya podrás apañar otra bestia pa portear el agua, que no se acaba aquí el mundo. Tras pronunciar la frase con una falsa entonación que intentaba impregnar alegría a la situación, Ignacio él matachín miró de reojo a mi padre, y limpió sobre el lomo del mulo muerto su afilado cuchillo de matarife, con el que minutos antes habían decidido sacrificar al animal que había firmado su sentencia al introducir la mano delantera derecha en un hueco de las piedras, quebrado así, sus viejos y trabajados huesos como si de cristal se trataran, el viejo mulo se había desplomado estrepitosamente, llevándose consigo en su caída los cantaros y a mí mismo, que vine a dar con mis costillares sobre las lajas duras de la calzada… Ni hacia siquiera dos meses atrás todo era diferente, teníamos un tesoro en esta época de sequía en la que el agua casi no nos visitaba de hacía tres Años y pico, el pozo a un tiro de piedra adornaba como si de cirio en altar se tratara, el lateral del muro de piedra que cercaba el terreno que nos dejo en herencia el abuelo, y donde no sin dificultad, tratábamos de tirar para adelante con el pequeño rebaño de ovejas que procuraba el pan para nuestra familia… Todos los días pasaban igual, bajábamos la calzada cuando el Sol emborronaba en carmesí las pocas nubes que manchaban el cielo, a veces nos acompañaba mi hermano pequeño, un mocoso mas desaliñado que un nido de tórtolas, y los días pasaban lentamente, yo me encargaba del pastoreo de la pequeña piara de ovejas, en el pueblo todos vivíamos del ganado, pero en estos tiempos, no solo la sequía pesaba sobre nuestras maltrechas economías; Esteban el arriero, contaba que su hermano había estado en Tarrasa, en una fabrica mas grande que toda Grazalema, y que allí, había un nuevo material para las mantas que venía por lo menos de china, el poliéster, decían que pesaba menos que la lana, y lo más sorprendente, (yo creo que era mentira) que el poliéster este, no salía de las ovejas, ni de las cabras, ni de na de na, lo hacían con maquinas…. Lo cierto era que, de dos años para atrás, el quintal de lana no llegaba ni a medio real, cuando antes lo habían pagado casi a cinco reales, pero aun a medio o a cinco, yo tenía que encargarme del rebaño, y en las monótonas tardes de invierno mi única compañía era Canelo, y una honda de esparto desecha que había aprendido a manejar casi antes de que me salieran los dientes. Sin embargo una nublada mañana de Noviembre, todo cambio como de la noche al día, y una cosa llevo a la otra… El sereno, trajo un sobre cerrado con el sello del ayuntamiento, en el que escrito con letra cuidadamente caligrafiada figuraba el nombre y el primer apellido de mi Padre, este, lo abrió con rudeza mientras murmuraba entre dientes palabras que a mí se me antojaban insultos apenas inteligibles, se lo acerco a mi Madre para que lo leyera, mi Madre que trabajo interna cuando niña en la casa de uno de los Señores del pueblo, lo único que pudo sacar en claro después de estar casi diez años de sol a sol por dos perras, fue el poder haber aprendido a leer, aparte claro está, de unos riñones más que bien trabajados que nadie da duros a pesetas, y menos estos ricos de pueblo, comenzó a leer con la dificultad que da el desuso: ------------------------------------------------------------------------ Muy Noble Villa de Grazalema a 15 de Noviembre de mil novecientos y un Años. Por la presente carta se comunica al Señor Don José García Sánchez. Que en los registros de la propiedades de esta muy noble Villa de Grazalema, se ha encontrado unos errores de fanegas que conviene componer para que los baldíos que se extienden en Las Sierrillas, lindando a la derecha con las Veguetas, y al frente con lo que llaman la finca la Loreta, cuadren en fanegas con lo que figura en estos registros oficiales, la escritura a Nombre de su Padre Don José García Fernández, que se beneficia del sello de este ayuntamiento en el Año mil y ochocientos y ochenta y tres Años, no ostenta valía ninguna, por lo que Usted se ha de pasar por las oficinas de los registros de propiedades para aclarar estas escrituras ilícitas, sin valía frente al corregidor Don Fernando de Los Garcias, que allanara cualquier suplicacion que de su parte corresponda. ----------------------------------------------------------------------- Mi madre asombrada, clavo los ojos en mi padre, que blanco como la cera se mantenía de pie sujetándose sobre el respaldar de la silla donde estaba sentada la abuela tejiendo con restos de viejas madejas de lana, indiferente del mundo… Y desde este día maldito a esta mañana, todo fue como los cuentos de miedo que contaban alrededor de la lumbre las noches de tormenta… Las horas fueron encadenándose sin dar tiempo a recuperarnos de un golpe, que pronto recibíamos otro más fuerte… Lo que desgajó el corazón de mi Padre, fue la noticia de que el pozo del terreno de mi abuelo, no estaba dentro de los metros que se escrituraban en los papeles, curiosamente, resultaba que La Loreta, la finca de enfrente de la hengarilla de nuestro terreno, pertenecía al Alcalde, y solo tenía un pozo que hacía un Año se había secado, con los problemas que eso trajo, para abrevar su ganado… Y a estas alturas resultaba que el pozo que toda la vida había sido de mi abuelo, ahora según los papeles era del Alcalde. Mi padre que se gasto siete reales en un bachiller, ayudante de un procurador que venía de Cádiz para que le revisara los papeles, tuvo que escuchar que esto es lo que había, que quien manda manda, y los papeles se habían arreglado para que se “corrieran” los terrenos lo justo para que el agua tocara del muro para dentro de la finca del alcalde. El Bachiller pudo negociar algo y Para callarle la boca a mi padre, resulta que las escrituras volvieron a cambiar y nuestro terreno creció milagrosamente siete fanegas para abajo hacia la colá, pero eso sí el pozo se quedaba fuera, nos regalaron un viejo mulo para portear el agua desde la fuente abajo, y nos aconsejaron que dejáramos el Ayuntamiento por la puerta de atrás sin armar alboroto por que los alguaciles estaban para estos casos… Esta situación hizo que mi Padre se volviera mas huraño, no era raro el día que se levantaba de mañana, y se encaminaba a la bodega para gastarse lo poco que tenía en moscatel barato… Cada día que bajábamos la colá, se ensimismaba en sus pensamientos y en los sopores que regalaba el cuartillo de vino, caminaba arrastrando los pies como si le pesaran quintales, cavilando absorto de todo, quizás, rumiando una venganza Solo hoy, cuando tuvo que decidir el sacrificio del mulo, pareció volver la lucidez de la iniciativa a su mirada, pero el brillo lúgubre que sus felinos ojos verdosos irradiaba sembraba la escena de una locura impredecible, de un no saber que pasara, de un “Padre no mire de esa forma que da Usted miedo”, de un silencio que olía a muerte… Mi Padre hecho el cuerpo hacia adelante y con el impulso se levanto de la laja donde sentado observaba desangrarse la bestia, a la que en pocos minutos las moscas tapizaban zumbonas todas las aberturas posibles. Casi de espaldas a nosotros, busco algo en el morral de cuero que luego guardo en sus calzas, y levantando la cabeza en tono de despedida hacia Esteban, se encamino solar abajo, hacia donde teníamos cercadas la piara de ovejas. Cuando habían pasado unos minutos en los que yo observaba como mi padre se alejaba de donde estábamos, Esteban se acerco hacia mí, puso la mano sobre mi hombro y pronuncio impávido: -Niño, vete detrás de tu Pare, intenta hablar con él, que este es de sangre caliente, y lleva mucho aguantao, que no haga una locura niño, que no haga una locura… Meneo la cabeza lentamente, como si asintiera, y dijo entre dientes, en un murmullo apenas perceptible –Si es que el hijodelagranputa se lo merece, si es que se lo merece- miro hacia donde estaba y señalando de nuevo hacia abajo con la barbilla, repitió en voz alta- ¡Venga niño!, vete con tu pare, que yo voy en busca de tu Madre… Mientras corría solar abajo, bordeando el Campabuche que olía a cieno, los pensamientos se agolpaban en mi cabeza a trompicones, veía el mulo desangrándose, la demencia violenta de la mirada de Padre, la preocupación palpable de Esteban que repetía mecánicamente, “vete con tu pare, vete con tu pare, vete con tu pare…”, , y me sorprendí llorando mientras intentaba correr más de lo que mis piernas permitían, cortando camino por entre los juncos que golpeaban mi cara como para recordarme que estaba despierto que no me encontraba en una pesadilla, cuando llegue al muro de piedra que marcaba la separación de la linde de nuestro terreno y el del alcalde, oí un grito de auxilio silenciado de repente, entonces, me encontré la escena tétrica que esperaba. Mi padre, a sabiendas de que el Alcalde, bajaba con su yegua a darle de beber todas las mañanas al que tiempo atrás fuera nuestro pozo, había saltado el nuevo muro que los operarios del Ayuntamiento hicieran hace unos días, y se había encontrado con el Señor Alcalde, nunca sabré que llegaron a decirse en los cinco minutos que mediaron hasta que pude llegar a donde ellos estaban pero la escena que contemple se quedo grabada en mi mente para toda la vida… El Señor Alcalde yacía tumbado en el suelo, una de las botas camperas permanecía enganchada por una espuela al estribo de la yegua que parecía calmarse poco a poco, y que no cesaba de mover arriba y abajo la cabeza como si asintiera ,la camisa blanca presentaba una gran mancha roja bajo la barbilla, como si de un ridículo babero infantil se tratara, y de su garganta brotaban borbotones de sangre cobriza que corría por su cuello ancho y teñía su desparramada papada, mientras, mi Padre sentado en el alfeizar del pozo, bebía tranquilamente agua en el cucharito de corcho que hace veinte años hiciera mi abuelo, y observaba con frialdad como se desangraba el Alcalde, como se escapaba el último aliento de vida de su garganta, lo miraba con la misma apatía que lo hiciera con el mulo, sin consideración, sin remordimientos, sus ojos, ahora tranquilos, reflejaban una indiferencia que rozaban la locura mientras saboreaba el agua fresca, por la que acababa de matar, y sin duda por la que moriría en la cárcel…
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