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GRAZALEMA, UN DESTINO PRIVILEGIADO POR LA CALIDAD DE SUS VISITANTES

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GRAZALEMA, UN DESTINO PRIVILEGIADO POR LA CALIDAD DE SUS VISITANTES
La gaditana Frasquita Larrea, madre de la escritora Cecilia Böhl de Faber (Fernán Caballero), es fiel ejemplo del atractivo que la sierra en general, y Grazalema en particular, ha producido en los habitantes de las grandes urbes en todos los tiempos. Mujer de su época, romántica e ilustrada, con una formación cosmopolita que se completaría en Francia e Inglaterra, Frasquita Larrea se casó con un industrial hamburgués, Juan Nicolás Böhl de Faber, representante de los negocios familiares en la ciudad de Cádiz; con quien viviría en el cantón de Berna, lugar donde nacería su primogénita, Cecilia.
De vuelta a España sin su marido, los siguientes años, de estancia en Cádiz, se caracterizarán por su animada vida cultural abriendo sus famosas tertulias. Su idílica vida, sin embargo, sufrió mucho el desamor siendo casi olvida por su esposo. Durante la ocupación francesa mantuvo relaciones de amistad con el general francés Villate; y, obligada por la necesidad económica, que solventará con un empleo, trasladó su residencia a El Puerto de Santa María en 1822. Como solían hacer las damas de aquella época, aprovechó algunas ocasiones para viajar por los pueblos de la provincia realizando una estancia en Arcos de la Frontera y más tarde, en 1824, recorriendo la zona de Arcos y Bornos hasta Ronda. De este viaje nos queda su testimonio escrito en el que penetra en los detalles de la naturaleza y el paisaje del entorno y describe la vida y ambientes populares. En su travesía llegó hasta Grazalema, dejando testimonio del efecto producido por su enorme belleza. Entre sus comentarios incluye alusiones al carácter heroico de sus habitantes durante la resistencia en la Guerra de la Independencia que fuera incluso elogiada por los oficiales franceses.

Paralelamente, van llegando a la región, de manera lenta pero históricamente significativa, los viajeros ingleses más intrépidos, atraídos por aquella mezcla de leyenda y exotismo que los más diversos rincones andaluces encerraban. Por diversos motivos Granada, Sevilla y Ronda fueron algunos de los lugares más visitados y, posteriormente, referidos; siendo Gibraltar un importante punto de unión entre su país de origen y el nuestro.

En 1843 aparece por la comarca el conocido viajero Richard Ford quien, desde 1831, instalado primero en Sevilla y posteriormente en Granada, realizara un periplo de cientos de kilómetros a caballo reconociendo las rutas más recónditas que darían como resultado el famoso texto “Manual para Viajeros por Andalucía y lectores en casa”. En este pionero libro de viajes, el autor nos describe una serie de itinerarios y en uno de sus capítulos, “De Ronda a Jerez” se refiere a Grazalema. En su descripción hay que anticipar el tono peyorativo con que se refiere a los grazalemeños (“contrabandistas y mujeres salvajes”) a pesar del carácter singular y bello del conjunto de su relato.

En este tono peyorativo aunque menos hiriente, coincide la viajera y pintora Lady Louise Tensión quien camino de Ronda, en mayo de 1851, se aposenta durante unos días en Grazalema. Su descripción a pesar de incluir estas alusiones a los autóctonos en tono negativo, es especialmente bella remarcando las bondades del paisaje y el costumbrismo de sus habitantes.

Como consecuencia, desde entonces, y de forma creciente hasta nuestros días, seguramente siguiendo la estela de aquellos primeros, otros viajeros románticos de otros países de Europa han llegado y admirado a Grazalema y a sus gentes y tomando sus costumbres, tipismo y extraordinaria belleza como referente determinante en sus vidas. Esta afirmación puede hoy constatarse si se observa en particular, por ejemplo, la permanente colonia inglesa que se han asentado o nos visitan. Entre ellos, el ejemplo más fehaciente y actual, casi heroico, es el del arquitecto Jack Neilson quien mantiene en Grazalema la Galería de arte Neillson Gallery.

Y además de estos viajeros del otro lado de nuestras fronteras, otros muchos españoles jalonan la pequeña historia de esta localidad, desde aquellos días hasta la actualidad. Con respecto a ellos, en nuestro descargo está haber sido objeto de admiración como pueblo, como colectividad, como entorno físico, como tipismo, como singularidad antropológica o simplemente como lugar diferente a otros de Andalucía o España por personajes ya incorporados a los libros de historia tan significativos como el historiador, sobrino de Pío Baroja, Julio Caro Baroja (quien conoce en Grazalema a Pitt Rivers donde entablan una profunda amistad de por vida) y nos regaló para la posteridad, además de muchos juicios sobre nosotros, algunos dibujos a plumilla, el poeta de Villaluenga Pedro Pérez Clotet, el pintor portuense universal Juan Lara, o los escritores andaluces Antonio Gala, Fernando Quiñones, José Manuel Caballero Bonald, Antonio Hernández o los hermanos de las Cuevas y Murciano, entre los que ahora recuerde mi memoria a vuela pluma. Y con todos, el mundo de la literatura, la pintura, la historia, la antropología, el periodismo o el cine aparecen representados en este puñado de nombres que a buen seguro podría extenderse mucho más.

Y además hay otros, muchos, quizás menos destacados en la historia general, pero si importantísimos para esta pequeña historia local. Como ejemplo, a nadie se le escapa el papel contemporáneo tan sobresaliente que han jugado, fruto de su amor incondicional por todo lo nuestro, como difusores de nuestras “excelencias” (como así se calificaba a este poso de sabiduría y cultura grazalemeña), las Tardes y tertulias poéticas de los años 80 y 90 del siglo XX promovidas por María Victoria Gallardo y Joaquín Carretero (que trajeron durante más de una década a decenas de notables poetas, todos enamorados de lo nuestro, como fue el caso excepcional de Juan Ignacio Varela Gilabert); o la extraordinaria contribución al conocimiento del hilo conductor de nuestro pasado que hiciera la obra paciente y esforzada de Fernando Pinillos Ortiz de Landaluce, al escribir la primera “Historia de Grazalema”.

Aunque hay más, muchos más que ahora cuesta nombrar por el riesgo de agraviar a algunos con mi torpeza dejándolos en el tintero. Tantos que forman legiones y que siguen llegando, ahora quizás demasiado confundidos con las oleadas de turistas españoles y extranjeros, que cada otoño e invierno, y también cada verano, vienen a visitarnos y a disfrutar de estas excelencias.
Unos armados de cámara fotográfica, otras de paleta y pinceles y otros de pluma y ensoñación romántica para conformar una valiosísima “tropa” de admiradores de Grazalema, como ente complejo y sublime, que las autoridades locales deberían mimar y encumbrar en un homenaje público a gran escala, como más de una vez he señalado.

Entre este grupo destacado, merece especial atención la presencia, en los años 40 del siglo XX, del universalmente conocido, por la autoridad de la investigación que hiciera sobre nosotros, del profesor inglés de la universidad de Oxford Julián Pitt Rivers. Su obra “Los Hombres de la Sierra”, de importancia antropológica capital, ha dado la vuelta al planeta de esta disciplina y ha propiciado que, en un sinfín de universidades, las mejores del mundo, se haya hablado y debatido ampliamente sobre los diferentes matices de la personalidad colectiva de los grazalemeños y grazalemeñas; a pesar de las controversias y réplicas a sus conclusiones suscitadas por sus teorías y deducciones, mantenidas entre otros antropólogos por Ginés Serrán Pagán quien desde 1974, cuando llegó a rebatir las teorías de Pitt Rivers, está vinculado a nuestro pueblo.
Enviado por: Rocafuerte | Ultima modificacion:04-09-2008 20:16
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Foro-Ciudad.com - Ultima actualizacion:15/01/2020
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