Barbate - Cadiz

CONSIDERACIÓN PREVIA

Conviene advertir que, al contrario de mi primer libro (EL ZAGALILLO PESCADOR), éste no es una relación de hechos reales o vivencias propias; pero, el hecho de haber nacido y ser conocedor de la costa sur española, me da la inspiración para escribir sobre lugares que conozco bastante bien. Esto, unido a historias oídas y vistas in situ, me da alas para intentar una narración completamente fruto de mi invención, por lo que, cualquier parecido o semejanza con algunos hechos de la realidad, serán pura coincidencia. Lo que resulte, todo lo que resulte, será: fruto de mi imaginación.
Al ser yo submarinista profesional, me baso en mis conocimientos para apodar al personaje principal como (El Rana) el cual es desde muy temprana edad un “Traficante”, como en cualquier parte de este mundo, el hecho de que existan las fronteras, proporciona el nacimiento de personas que se dedican a buscarse el sustento pasando de un lugar a otro con todo aquello que les haga ganar dinero, sin importar mucho ni poco con qué traficar: drogas, armas, personas, etc.
Por ser el Norte de Marruecos, con el Sur de España, la parte más cercana a Europa, por el Estrecho de Gibraltar, es imposible evitar el tráfico constante de un continente a otro.
Desde mi niñez he visto, cómo ciertas cosas que antaño eran ilegales, ahora son completamente legales; por ejemplo, los niños de los pueblos costeros, esperábamos con gran anhelo a nuestros padres que llegaran de trabajar de la Mar de Marruecos, porque siempre traían a escondidas una serie de cosas compradas en aquellos puertos marroquíes, cosas que en el régimen franquista no teníamos en España, como aquellas algarrobas negras y dulces o aquellas tabletas de chocolates que eran una delicia para nuestros paladares y recuerdo cómo rodeábamos a papá para ver qué sacaba de su taleguilla: unas veces eran aparatos de radios, relojes, frutas tropicales, sus cuarterones de tabacos y tantas cosas que aunque ahora nos parecen insignificantes, en aquel tiempo era un lujo disfrutar de ellas.
Decir que todo esto era traído a escondidas y como fuese detectado por las fuerzas de la Guardia Civil tenían serios problemas, lo cual le proporcionó al Cuerpo de la Guardia Civil el rechazo y la antipatía que aún arrastra en estos días y es ese el motivo por el que en este libro se les denomina como “Los malos”; yo sólo pretendo crear una historia y que cada cual opine como quiera, por eso espero que disfrutéis de este libro.
Álvaro Amores Gil.

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 1

Aquel viento del Norte, frío como el corazón del Demonio, hacia temblar y castañear los dientes del joven enfundado en un traje de goma; él no tenia la seguridad de que los temblores fuesen sólo del frío, también influía el miedo, el miedo y la tensión del momento, viéndose en aquella pequeña embarcación frente las costas de Marruecos a la espera de un trasbordo de mercancía, una mercancía que lo mismo que le proporcionaría buenos beneficios a aquellos tres tripulantes de la pequeña embarcación pesquera, también podía costarles la prisión en un país tercermundista, que, en la fecha del 1980, todos sabían que podía ser mas o menos una sentencia de muerte. Con las luces de banda cambiadas de posición, la roja a babor y la verde a estribor, navegaban a la mínima velocidad posible a la espera de no tener ningún tropiezo con alguna roca cercana a la costa y de que la pequeña patera, la cual esperaban que apareciera en cualquier momento, precisamente la posición de cambio de luces era la señal convenida para que esa patera pudiera distinguir cual era la embarcación a la que debiera acudir, pues no era de extrañar que en noche de calma con el viento frío hubiese alguna que otra embarcación en esos menesteres de “estraperlo.”
Mientras sus sentidos de vista y oído los agudizaba todo lo posible, pensaba cómo estaba metido en aquella situación. Con tan sólo 16 años estaba envuelto en una operación de trafico de droga entre Marruecos y España, cruzando el Estrecho de Gibraltar, y se maldecía por no haber dicho que no a aquella proposición de 500.000 pesetas que ganaría en una sola noche.
Estaba en esas cavilaciones y atento a cualquier movimiento al mismo tiempo, cuando le pareció oír un ruido de motor fuera borda pequeño, por lo que pasó a hacerle señas al patrón para que parara el motor y poder distinguir con claridad lo que escuchaba; efectivamente, en el silencio de la noche se sentía cómo una embarcación se acercaba con precaución al pequeño pesquero; era sin duda la esperada patera. Al estar a pocos metros del pesquero el patrón le dio un par de voces:
- ¡Paco, soy yo, Paco...!
Con eso fue suficiente para que se acercaran y se abarloaran al costado, pasando, de un saludo inicial rápido y nervioso, a trasladar cuatro bultos bien forrados en cinta plástica, con asas como si de unas maletas de viaje se trataran; fue un momento de tensión y adrenalina que duró dos minutos escasos, un adiós y suerte.

Mientras la pequeña embarcación pesquera ponía rumbo a España cruzando el Estrecho y se alejaba de la costa marroquí, la sensación de tener medio trabajo conseguido aumentaba la alegría de los tres tripulantes, alegría que no duró mucho, puesto que ya fuera de aguas marroquíes y entrando en aguas Españolas, el miedo y los escalofríos volvían a los corazones de los jóvenes “estraperlistas”. Llegaba la hora del desembarco del material en la costa y si las cárceles de Marruecos eran malas, las de España con el coletazo del régimen dictatorial franquista y el respeto a su Guardia Civil no eran para estar tocando palmas.
Era el momento de entrar en acción del joven “rana” con su traje de goma, cuando Paco le dijo:
- Rana, ya estamos cerca, prepárate.
- ¡Qué dices Paco! Todavía faltan 4 ó 5 millas.
- El puerto está ya ahí mismo...
- ¡Que no hombre! Navega un poco más a la costa.
La impaciencia de Paco y su nerviosismo provocaron que el joven decidiera que ya estaba bien, aunque seguía pareciéndole que iba demasiado lejos, pensó en actuar.
- Venga vale, para, que saltaré desde aquí.
Parando el motor, el patrón y marinero se dispusieron a tirar los cuatros bultos que en el transcurso de la navegación habían atado a un par de boyas flotadores, mientras el rana se tiraba al agua con tan sólo su traje de goma, aletas y machete que usaba para, en caso de emergencia, poder cortar los cabos atados a las boyas.
El ruido del chapoteo en la caída de los bultos al agua con el que produjo el joven fue casi unánime y cogiendo el cabo que unía aquellos cuatro maletines a las balizas que los mantenían a flote empezó a nadar en dirección a las luces de la costa, mientras, escuchaba cómo se alejaba la embarcación y en breves momentos se vio solo en la oscuridad donde sólo se oía el sonido de sus aletas al contacto con el agua.
Llevaba mas de una hora nadando y pensaba que había saltado muy lejos, dos millas quizás tres, no tenía la certeza de poder llegar a la costa antes del amanecer, y eso le preocupaba, puesto que de día sería presa fácil para la guardia; por eso trataba de aligerar el ritmo, pero el frío empezaba a hacer mella y ya su musculatura comenzó a sufrir algún que otro calambre, por eso tenía que reposar y esperar un poco, para lo cual las boyas le servían de gran ayuda.
En algo más de dos horas se encontraba frente a la bocana del puerto, lo que le alegró, pues era una referencia con la que se sabía cerca de la playa; sólo un imprevisto empezó a preocuparle: la salida masiva de embarcaciones que

comenzaban a pasar cerca de él y que podían verlo, aunque eso no le preocupaba tanto como el que pudieran arrollarlo, al no esperar algo así en su trayectoria.
Ya cruzada la peligrosa salida del puerto, se sintió más tranquilo y sólo miraba que la oscuridad de la noche ya no era tal, el reflejo del amanecer se estaba notando y como el lucerito del alba lo veía despuntando en el cielo, sabía que tendría que vérselas pronto con el día, pero al mismo tiempo divisó cómo dos figuras se movían por entre las casetas de maderas que en aquellos tiempos existían en las playas, eran casetas pequeñas que los más pudientes del pueblo usaban como guarderías de enseres playeros, en alquiler; mientras nadaba y observaba aquellas figuras, supo que ya estaba en casa, que lo había conseguido, y, tocando fondo, se puso agua al pecho.
-Paco, Paco, estoy aquí.
Los dos Pacos, porque el marinero también se llamaba así, se apresuraron desde las casetas hasta la orilla y cogiendo dos bultos cada uno corrieron playa arriba.
- ¿Y mi ropa seca? - Les gritó el rana desde el agua.
- Se ha quedado en el barco. -Le contestaron, mientras corrían y se perdían entre las casetas.
El joven rana se quedó exhausto en la orilla descansando un rato y pensando qué haría, decidió quitarse de en medio y, entre callejones, fue poco a poco acercándose a su casa. Mientras llegaba, urdía un plan para contar a su madre, pues seguro que las preguntas le lloverían; el plan sería que con unos amigos estuvieron toda la noche de barbacoa y fiesta, terminando haciendo una competición de natación y que luego mientras nadaba le gastaron una broma, llevándose su ropa, por eso venía con el traje de goma a cambiarse y descansar de la fiesta.
Pasaron dos días y decidió buscar su dinero ganado; ya la sensación del miedo pasado se había cambiado por una de orgullo, orgullo y hombría, de un trabajo bien hecho, que muy pocos tendrían el valor de hacer; el ego le llenaba y se sentía grande; mientras se regocijaba en su hazaña se encontró frente a la casa de Paco el marinero.
- ¡Qué, Paco ¿Cómo vamos?
- Bien, esperando al mister.
- ¿Te pagó algo?¬
- No.¬
- ¿No intentará hacernos una jugada, verdad?
- No creo, estará vendiendo el material.¬
- Bueno, si lo ves, dile que estaré en el Pub que sabe.
- OK, rana¬.
Pasaron tres largas noches hasta que apareció el patrón,

dándole una palmada en el hombro, con una sonrisa de oreja a oreja.
- ¿Qué pasa rana, dudabas de mí?¬
- No, pero me preocupaba un poco no saber de ti.
- Estaba ocupado buscando clientela.¬
- ¿Y cómo va la cosa?
- Mal, pero no te preocupes, esto está fuera rápido.¬
- Sí me preocupo, yo quiero ya mi dinero; me hace falta¬.
- ¡Joder, qué impaciente! Si quieres coges cinco kilos y los vendes tú.
Viendo que la cosa no estaba muy clara y sabiendo el precio por el que rondaba la mercancía, tomó la iniciativa.
- Vale, tráeme los cinco kilos...
- Bien, tómate una copa.
Mientras Paco se alejaba, el rana pensaba que aquel hombre movía dinero, su ropa toda de marca con un gusto exquisito, no podía costeársela un trabajador y a poco que alguien se fijara, se daba cuenta que aquel nivel de vida con sus ostentaciones de oro, llamaba mucho la atención. Pero la sensación de envidia que sintió, le hizo pensar en que estaría dispuesto a hacer dinero como fuese necesario.
Pasados unos 20 minutos, vio cómo Paco le hacía señales desde la puerta del Pub, a la que acudió.
- Toma, ten cuidado.
- ¡Joder! ¿Que me das esto en un bolso, aquí como si nada?
- Así es mejor, ¡vete!, yo pago lo que te has tomado... ¡Ligero...!
Conforme caminaba, pensaba dónde guardarlo, ya que en su casa ni loco; estaba claro que allí no lo llevaría; por tanto pensó en el pinar, y se introdujo en él, orientándose en la oscuridad de la noche; lo conocía bien, por tanto no le fue difícil buscar un sitio donde guardarlo.
Siendo el material una crema de muy buena calidad, no tardó mucho en contactar con un italiano que estaba dispuesto a pagar un precio más que aceptable: ciento sesenta mil pesetas el kilo, por lo que los cinco kilos le proporcionarían una ganancia de ochocientas mil pesetas, dinero que, en aquella fecha, era una fortuna; por tanto no dejaría pasar una oportunidad de ganar dinero como fuese oportuno. Tendría que moverse rápido, y si algo tenia claro era que no le importaría correr el riesgo que fuese necesario. Estaba descubriendo un mundo nuevo y parecía bastante favorable