Alcalá de los Gazules - Cadiz

La ofensiva de la oscuridad

En el corazón de la Semana Santa, cuando España entera arde en algo que no es la repugnante cotidianeidad política, cuando la fe asoma hay sin embargo una ofensiva concertada contra esa fe.

Existe una ofensiva global disfrazada de tolerancia contra la fe cristiana como fundamento de la sociedad occidental y raíz de su cultura.

No es algo que se limite, como creen muchos, a la propia fe cristiana. El Islam, por ejemplo, que desde la derecha se contempla como un riesgo real -y lo es- de destrucción de la comunidad nacional y de pérdida de identidad, es solo una herramienta en manos de los que odian toda religión, todo anclaje del hombre en algo que no sea su propio "bienestar" temporal. Así las cosas, budismos de supermercado, islamismos varios y todo lo que el caos de los tiempos nos prepara obran en manos de la ideología dominante como modo de sustituir el idioma común en el que los europeos siempre se entendieron con lo divino: el cristianismo. Los enemigos de mis enemigos son mis amigos.

Pero más allá de todo eso, existe una ofensiva global disfrazada de tolerancia contra la fe cristiana como fundamento de la sociedad occidental y raíz de su cultura. Los ejemplos comienzan a proliferar por doquier. Ya no solo se trata de la "cultura de la muerte", implementada en lo social gracias a la estulticia de una "ministra" nacida del peor favoritismo de la clase política e incubada por la pseudo-oposición equívoca y en el fondo inoperante de los partidos liberales, sino que es también un intento progresivo de cortar todos los hilos del hombre con la trascendencia. Esta actitud se materializa en una enseñanza equiparable al lavado de cerebro del comunismo de los años 60, una re-elaboración orwelliana de la historia y arrinconamiento de la capacidad de decisión de las propias estructura eclesiástica.

La ofensiva toma en ocasiones el cariz de insulto abierto, como sucede con la película Corpus Christi que, amparada en uno de los nombres más queridos para los cristianos, presenta a Cristo y a los apóstoles como un colectivo homosexual y ya calienta motores más allá de los mares para su lanzamiento en todo el mundo. La película, por supuesto, no contribuirá a la paz y a la concordia de los corazones, sino que pretende con cada fotograma instilar un odio profundo contra el mensaje de perdón y de misericordia que significa el cristianismo. Y más aún: En España, un pobre diablo considerado "artista" por la aplastante evidencia del poder establecido -un tal Luis Feyto-, profana la exuberancia gótica, barroca y sacra del Monasterio de Santa María del Paular en Madrid, con dos lienzos avasalladores y arrogantes, sitos en la misma iglesia que celebra cada domingo la Misa Solemne. Las presuntas "obras de arte", en realidad un agregado aleatorio de manchas, son un fruto claro de la psicosis egocéntrica de alguien que en el fondo no sabe del arte más que adular al poder. La fechoría de Feyto perpetra en el clima de recogimiento de la Iglesia una verdadera ruptura de la armonía depositada por siglos de lo mejor que hay en el corazón de los hombres. Su clara intención es ofender y violar un recinto de paz y silencio con el egocentrismo estridente de una personalidad enferma, incapaz de comprender que el único modo de redimir sus andanzas sería alimentar con los dos tablones allí apalancados una buena leñera de alguna casa campesina. Por supuesto, Feyto cuenta con la ayuda del poder -ministerial y quizás autonómico-, que es quién impone a la fuerza su locura y su estupidez.

Pero frente a lo burlesco y a lo soez, la ofensiva utiliza también la estrategia de caricaturizar al adversario. El diario The New York Times, uno de los rotativos más corruptos del mundo, que cuenta en su haber con la organización de guerras fraudulentas y criminales como la guerra de Irak, o con la cobertura mediática que posibilita la opresión sobre el pueblo palestino, ha iniciado una campaña propagandística en la que se busca que los abusos de contados individuos -sin duda repugnantes- salpiquen al conjunto de la Iglesia universal hasta empeñar la credibilidad misma del propio mensaje cristiano. En este mismo sentido de caricaturizar al adversario puede entenderse la situación vivida con la basílica del Valle de los Caídos, en la que toda la caterva de "memorizantes históricos" (o histéricos), buscan la venganza de una derrota militar sufrida setenta años atrás por un régimen político compuesto de inútiles, asesinos, politicastros y patanes, con el que ellos se sienten vinculados por encima del tiempo.

El caso es que por una u otra vía se quiere atacar el fundamento mismo de la civilización en la que vivimos, un fundamento que, con sus luces y sus sombras, ha hecho posible, por ejemplo, nuestra literatura, nuestra pintura y la escultura mejores que ha dado Occidente. Ha alegrado nuestra alma con cosas como la inspiración sobrehumana de la música de Johan Sebastian Bach y ha fundamentado la concepción universal e igualmente sacra del Parsifal wagneriano, donde los "encantos del Viernes Santo" nos recuerdan precisamente los días que vivimos. Así mismo, ha sellado en nuestro ordenamiento jurídico y social la idea de la "dignidad" de la persona, no por un imperativo categórico en el fondo vacío, sino por el dato aplastante de considerar a cada hombre "hijo de Dios", independientemente de su situación, fase vital o condición ocasional. Y todo ello entre otros muchos logros que sirven de fundamento y de consuelo a la vida de millones de hombres en todo el mundo.

Contra todo esto se alza ese mundo del caos y de la sombra. Por eso, cuando se contempla en su amplitud la titánica misión histórica del cristianismo, una misión de re-dignificación de la esencia del hombre en medio de la oscuridad de los tiempos, aparecen patéticos y ridículos cuantos pretenden ningunear algo que excede con mucho sus absurdas recetas salvadoras. Afortunadamente, la serena presencia de la Semana Santa, nos recuerda uno y otro año que el mal finalmente no prevalecerá.

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