Zarza la Mayor - Caceres

PRIMER PENSAMIENTO

Escuchó los disparos y le pareció una eternidad el tiempo transcurrido entre cada detonación y el momento en que sintió los dos tiros en el cuerpo. No le había dado tiempo a reaccionar. Torció la calle y se lo encontró allí, parado frente a ella, con la escopeta apoyada en el lado derecho de la cadera y recostado contra el quicio de la puerta. Tenía la cara congestionada, casi morada, con las venas palpitando violentamente bajo la piel y amenazando con estallar de un momento a otro. Los ojos, de un azul sereno y apacible, se encontraban envueltos en una maraña de venas rojas que trasnformaban su mirada en la de un endemoniado. No obstante, parecía tranquilo, casi inmutable. Cuando la vio aparecer no mudÓ en nada su actitud, clavó la vista en ella y, midiendo a conciencia cada movimiento, preparó la escopeta. Vio cómo colocaba el dedo en el gatillo y cómo afianzaba la culata del arma en su hombro. Sintió el momento preciso del disparo. El mundo entero se paró, la calle quedó en completo silencio y los contornos se borraron. Desaparecieron las casas, los árboles, los coches aparcados a ambos lados de la carretera... Todo se hizo difuso menos ella y su destino inmediato. En la quietud de ese largo e inagotable instante una brisa de lucidez extraordinaria inundó de pronto su cabeza. Pudo percibir con exactitud cómo se ponían en marcha los mecanismos de la escopeta, escuchó el crujir de los engranajes insertándose unos con otros y vio el chisporroteo de la pólvora en el cañón del arma al mismo tiempo que sentía retumbar los disparos en sus entrañas. Esto me dará dolor de cabeza, pensó. Se me olvidó pasar por la farmacia a por aspirinas. Acompañó con la mirada el recorrido de las balas, primero una y luego la otra, las vio acercarse a ella como la amenaza de una horrible e insalvable premonición y, por un instante, cuando los proyectiles se encontraban a medio camino entre el arma que los había escupido y su cuerpo, tuvo la certeza de que si se apartaba justo en ese momento no llegarían a alcanzarle. Sin embargo, sus piernas y sus brazos no respondían, las articulaciones se le habían vuelto de piedra y su cerebro embotado se apresuraba por dar órdenes que se le quedaban a medio camino. Mientras intentaba apartar de un golpe a la niña que llevaba a horcajadas contra su costado, un grito se le ahogó en la garganta. Mira antes de cruzar, quiso decir, pero las palabras se volvieron de arena y se le deshicieron en la boca. Sintió el acero duro y frío penetrando en su cuerpo. Quema, pensó y de inmediato sufrió un dolor agudo, intenso, que se tomaba su tiempo para recordarle que le estaban atravesando las entrañas. Al mismo tiempo que los impactos notó que su cuerpo se desplomaba, cayó de espaladas con toda la fuerza de sus ciento cincuenta kilos y su enorme culo aterrizando en el suelo provocó tal polvareda que alborotó a los pájaros que dejaban pasar la mañana en lo alto de los postes de la luz. El estruendo de su gordura contra el suelo recalentado se dejó oir en la plaza del pueblo por encima de las campanas de la iglesia que anunciaban la llegada del mediodía.
Únicamente le bastó con sentir la sangre caliente corriendo a borbotones para darse cuenta de que estaba viva. Increíble, creyó oir que murmuraba. Se incorporó como pudo al mismo tiempo que se esforzaba por aguantar con las dos manos las tripas que se le escapaban por el agujero de las balas. Me ha desbaratado por dentro. Lo vio ahora sentado con la escopeta humeando a sus pies y las manos sujetándose la cabeza. El cuerpo inerme, tranquilo, ni si quiera agitado por los movimientos de la respiración. Inmediatamente después sintió que las fuerzas se le escapaban y se dejó caer desmayada sobre el reguero de hortalizas que había comprado aquella mañana en el mercado de los martes y un charco de sangre caliente y roja como su rabia. Lo último que pudo ver antes de cerrar los ojos fue un batiburrillo de caras desordenadas que danzaban en círculos por encima de su cabeza. Al final se atrevió el desgraciado.

Relato de historia cierta para olvidar. Tragedia digna de la Extremadura profunda escrita con sangre y fuego. Hechos acaecidos en pueblos todavia naciendo, convertidos en noticiables con el único fin de verter tinta en páginas negras que pasan a la historia de los pueblos como vergüenzas a esconder.
Son los Puerto Hurracos que los carroñeros necesitan a diario para supervivir. No necesitan otro.
PIPO

Extraordinario relato de violencia de genero que sigue existiendo en nuestra sociedad machista a pesar de todos los esfuerzos que se están realizando para acabar con ello.Animo usuario no registrado sigue con tu estilo literario y deléitanos con mas relatos. Besos juana

Al autor de pensamientos de tinta:
Disculpa que te nombre así, pero no estás identificado.
Verás: En el mes de agosto, cuatro o cinco personas nos hemos interesado y reunido para activar una asociación cultural cuyo primer objetivo sería la publicación de una revista. En ella tendrían cabida relatos, artículos, poesía, pintura, etc.
Por ese motivo, y como uno de los "promotores" de la idea, solicito tu consentimiento para guardar una copia de tu "primer pensamiento", de manera que, llegado el caso, pudiera ser publicado en la revista.
Al llamarlo "primer pensamiento" das a entender que habrá más (ojalá), por lo que el permiso sería extensivo para sucesivas publicaciones.
Por supuesto, el "ofrecimiento" está abierto a todos los participantes en el foro. La idea está gestándose, pero tenemos intención de seguir adelante con ella, y ya contamos con algunos apoyos municipales. Por eso, animo a todos los que lo deseen a que envíen trabajos, bien colgándolos directamente en el foro, bien a través de mensajes privados. Como prefiera cada uno. Si os decidís por la segunda opción, podéis enviármelos a mí, o a Juana Clavero (con tu permiso, querida Juana).
Ánimo. Y saludos a todos los zarceños de buena voluntad.
Luciano Montero