Foro- Ciudad.com

relatos sociales

Poblacion:
España > Caceres > Zarza la Mayor
relatos sociales
Zarza (Parte 2)

El accidente
Mi pensamiento fue interrumpido por un brusco frenazo y la voz de mi padre -¡cuidado, cuidado!- a la vez que todo se nos venía encima y la furgoneta empezaba a deslizarse brincando por el terraplén de la cuneta, hasta pararse bruscamente. Mi madre abrazó a mi hermana la pequeña. La Rufina a su hijo y yo a la niña. Todos se pusieron a llorar. El susto fue morrocotudo. Lo importante era salir de allí, todas las cosas se nos habían venido encima y la furgoneta echaba humo. Una vez todos afuera, y a salvo, supimos lo que había pasado,
“Un caballo, un caballo”. Estaba en medio de la carretera y con la niebla tan espesa no he podido verlo -decía el conductor muy asustado y con la cara blanca-
¡Madre mía, madre mía! decíamos los demás, echándose las manos a la cabeza, y no con mejor color, a la vez que revisábamos la furgoneta; tenía un buen golpe en el palier (por lo que dijeron mi padre y el conductor).
A esas horas de la madrugada, no pasaba ni un alma por la carretera, así que tuvimos que esperar un buen rato hasta que apareció un primer coche que pudo trasladarnos, a parte de los que íbamos, a Moraleja para avisar de lo sucedido. El resto fuimos llegando poco a poco.
Para no helarnos de frío, mi padre el conductor y yo, hicimos una lumbre, esto nos dio calor y nos quitó parte del susto. Durante ese tiempo pude contemplar el entorno y el paisaje que me rodeaba, y que en mucho tiempo no iba a volver a ver. El tupido velo de niebla que nos cubría, fue poco a poco dando paso a la luz del día. Una lluvia tranquila y pausada, comenzó a caer provocando un sonido armonioso, melódico. El aroma a tierra mojada se mezclaba con los olores de la jara, del romero y del tomillo. Las encinas con sus grandes copas y el manto verde que se forma bajo ellas, se hicieron presentes cubriendo todo el horizonte. Los toros bravos, de lidia, estaban tranquilos cobijados bajo ellas. Un mayoral montado en una jaca blanca, cubierto con una capa negra y un sombrero se paseaba entre ellos. Una piara de cerdo ibérico estaba tumbada junto a una pequeña charca.
Yo pensaba para mí: “Será muy bonito el lugar al que vamos, pero no creo que tanto como esto”.
Esperando, sentados sobre unas piedras al lado de la lumbre, mi padre y el conductor hablaban y fumaban cigarrillos.
Esto es una parte de la dehesa de Benavente -decía mi padre-
Parece muy grande.
Es tremenda, va desde el río Alagón a la ribera -río Erja- que limita con Portugal. Mira, detrás de ese cerro, están las moreras, en ellas se crían las sandias mas grande que yo he visto, que como mínimo tendrán cerca de dos arrobas. También está la fuente de los Cañitos, sus aguas son medicinales, son las mejores para curar cualquier problema que se tenga en la piel. Mas allá pasando la ribera, están las Termas de Monfortinho, y más a la izquierda, Salvaterra do Extremo -le señalaba con el dedo-
- ¿Toda es de tu pueblo? -preguntaba el conductor-
Si, pero de una sola familia.
En la dehesa de mi pueblo cada vecino tiene un trozo, es de todos.
Aquí no.
Esta tiene que tener muchas fanegas.
Tiene unos diez kilómetros entre el río y la ribera, por quince o veinte, hasta el límite con el municipio de Moraleja ¡Imagínate cuantas fanegas!
¡Posí que es grande!
Aquí solemos venir a cazar.
¿Y que cazáis?
Perdices, liebres, conejos, siempre procurando que los dueños no te vean, que a alguno que otro, le han quitado lo que había cazado y además lo han denunciado. Eso sabiendo que cazan para darle de comer a la familia; pero eso sí, a los suyos los dejan cazar todo lo que quieren.

La caza
Algunas veces mi padre nos llevaba a cazar a mi hermana mayor y a mi. De recién casados mis padres y antes de nacer nosotras, mi madre alguna vez le acompañaba.
Era muy divertido. Cuando le dejaban un burro o una yegua, sobre la albarda ponía las alforjas donde metía la escopeta, los perdigones en sus jaulas, la comida y el piporroy se subía al animal. Detrás de él se colocaba mi hermana, que se sujetaba abrazándose a su cintura, y delante, me colocaba a mí, sujetándome con sus brazos, a la vez que cogía las riendas del animal.
Agarraos bien -decía mi madre al despedirnos-
Mamá yo no me puedo caer -decía yo-
Esperanza no te sueltes de tu padre.
No mamá.
Justo ten cuidado con las niñas.
No te preocupes mujer.
Os he preparado un trozo de longaniza, unos huevos duros, un trozo de queso.
Bien -respondía mi padre resignado-
Tened cuidado con el piporro, no lo rompáis, que os quedáis sin agua.
Adiós, adiós -repetíamos impacientes porque el animal comenzara a andar-
Durante todo el recorrido mi padre no paraba de hablar. Se conocía el camino como la palma de su mano: mirad la fuente de La Chiquita, el Tapao de la tita Vitoriana, y el de tito Arcángel, la huerta de fulanito, las tierras de menganito…….., así hasta que nos acercábamos al lugar para cazar. Entonces nos advertía colocándose el dedo índice en la boca:
sss,..sss..
Despacio, silencio -nos repetía al oído, mientras nos bajaba de la yegua-
A esta la dejaba retirada y escondida entre los matorrales. Sigilosamente y sin hacer mucho ruido, le seguíamos hasta el aguardo, que era una pequeña fortificación redonda, hecha de piedras con troneras a cierta altura, construida por los cazadores, donde se metían a esperar sentados sobre las piedras colocadas para ello. Mi padre colocaba a trece pasos del aguardo al perdigón en su jaula, sobre una peana de piedra entre los matorrales. Este cantaba y las perdices se le iban acercando lentamente. Como siempre van en pareja primero tenía que matar a la hembra para luego matar al macho que la iba a buscar. En ese momento no te dejaba ni respirar, teníamos que permanecer como estatuas de piedra.
Una vez mi hermana estornudó. Todas las perdices que se iban acercando, salieron volando. ¡Buf!.. cuánto se enfadó mi padre. Tardó mucho tiempo en llevarnos a cazar.
No siempre la caza se le daba bien. Había veces que traía media docena de perdices o más, otras una, y muchas otras, ninguna. Mi madre las solía preparar estofadas, ¡estaban buenísimas!.
A la caza de la liebre y del conejo no solía llevarnos, porque era necesario andar mucho. Cuando se le daba bien, mi madre preparaba una liebre con arroz que te chupabas los dedos, y eso que la abuela Deogracia no nos dejaba hacer guarradas comiendo.
El día que me llevaron a Cáceres para arrancarme las anginas, como los médicos no te dejaban probar ni bocado. Mi madre cuando pudo, preparó un arroz, que justo sacarlo de la lumbre empecé a comer porque tenía mucha hambre y me quemé toda la boca, pero a mí me dio igual. Desde entonces como todas las comidas muy calientes.
Cuando retorné de mis pensamientos, ellos estaban diciendo:
Hay muchos tramos del río donde vamos a pescar -decía mi padre-
A mi me gusta mas pescar en las charcas -decía el conductor-
Es diferente.
- ¿Cuantas charcas tenéis?
Dos, la Laguna Nueva y la del Moro.
Y de tencas, ¿qué tal andáis?
Depende, aunque echamos muchos alevines cada temporada, pero no sé qué pasa. Unas veces te pican bien y sacas muchas y otras te pasas toda la mañana y ¡ni pa dios!.
Mi madre no le dejaba llevarnos a pescar, no se fiaba. A veces, para verle, nos llevaba el abuelo Julián. Dentro de las charcas tenían unas torretas altas construidas en madera con una banqueta en las que se sentaban. Para llegar utilizaban una barquita pequeña, en la que sólo cabía una persona. Desde allí arriba tiraban con la caña de pescar y si tenían hambre las tencas, picaban la lombriz que le habían puesto al anzuelo. La caña se inclinaba y con cuidado y despacito recogían hilo. Cuanto más recogían más se acercaba la tenca, hasta que salía a la superficie balanceándose en el aire y la podían coger con la mano y soltándola del anzuelo la metían en la cesta. Cuando le picaban mucho, comíamos tencas todos los días, fritas y escabechadas.

Los pocos coches que pasaban por la carretera se paraban para preguntar que nos había pasado. Mi padre les contaba lo ocurrido y allí al lado de la lumbre se quedaban un rato hablando y solían decir:
- ¡joder, joder!, Qué mala suerte.
Cuando se marchaban bromeaban con mi padre
- ¿Qué, me llevo a la muchacha?
- ¿Te quieres ir? -me preguntaba-
No yo me quedo contigo.
Muchas fueron las veces que mirábamos en la distancia para ver si aparecía el vehículo que tenía que transportar la furgoneta hasta que por fin apareció.
El tiempo que tardaron en reparar la furgoneta, se nos hizo interminable. Se tiraron toda la mañana. Llamaron por teléfono para tranquilizar a los familiares. La gente de mi pueblo que vivía allí, se enteró de lo sucedido y se acercaron al taller para llevarnos a sus casas, y darnos de comer. Después pudimos ponernos en marcha de nuevo. Todos íbamos pendientes del conductor y del ruido de la furgoneta.
¿Cómo subiremos el puerto de Perales? -comentaba el conductor-
Bien, hombre, no te preocupes, le han hecho un buen arreglo- contestaba mi padre.

[izq]
Enviado por: Toño43 | Ultima modificacion:16-06-2008 23:09
Simulador Plusvalia Municipal - Impuesto de Circulacion (IVTM) - Calculo Valor Venal
Foro-Ciudad.com - Ultima actualizacion:15/01/2020
Clausulas de responsabilidad y condiciones de uso de Foro-Ciudad.com