Los sinsabores e infortunios del amor. Aquel largo invierno, fue extremadamente monótono, triste y sombrío. Las espesas y bajas nubes, preñadas de lluvia y humedad, permanecieron posadas y quietas, durante las interminables horas del día, placidamente aletargadas y dormidas sobre la escarpada cima y pronunciadas laderas de la sierra de Dios Padre, envolviendo el paraje y su entorno en una gris, aburrida y lúgubre mañana. En algún momento de la tarde, se desperezaban y somnolientas, abrían ligeramente las hojas de sus negras puertas, permitiendo el paso de los débiles y sutiles rayos de sol, iluminando tenuemente, durante escaso tiempo, las húmedas paredes de las encaladas casas y los rojizos tejados del lugar. *** Elisa es una mujer madura, de mediana edad, dispuesta y trabajadora, la menor de cinco hermanos, un varón y cuatro hembras, que por avatares de la vida y sino del destino, permanece soltera igual que sus otras tres hermanas. Sólo el hermano Lino casó, y los tres hijos varones de éste, constituyen para ellas el único consuelo y alegría en su monótona y apacible existencia. Mujer guapa, hermosa, pretenciosa, soberbia y llamativa, de temperamento fuerte y arrogante, buenos partidos y acomodados pretendientes nunca le faltaron, pero el impetuoso frenesí del amor, ¿Qúe vamos a decir del amor?, es en ocasiones caprichoso e inquieto, antojadizo, esquivo, huraño, y cuando se es joven, los instintos, anhelos e impulsos vehemente y repentinos de un ardiente corazón, mandan más que la propia razón y cordura, y ya lo dice el antiguo y conocido refrán,” lo que no quiero lo tengo y lo que quiero no me lo dan”. Leonor, mujer débil de espíritu y corta de ánimos, piadosa endeble, apagada y sin chispa, a quién la vida privó de tener hijos, intentó encontrar el amparo y consuelo a su desgracia y a la irremediable aridez de su seco e infecundo vientre y a la congoja y amargura espesa de su alma en los rezos, novenas, misas y rosarios. Nunca fue una mujer decidida, efusiva o cariñosa, ni ardiente y fogosa en la cama, capaz de satisfacer los instintos básicos más primitivos y necesidades carnales del marido, hombre aunque más bien quedo, apocado y reservado, en cuestiones de alcoba era de bragueta abierta, ardorosa y caliente con el fusil siempre presto. Y claro está, si en casa no te dan, ni encuentras lo que buscas, tienes posibilidades y medios y encima un montón de gente que agradecerte favores, acabas encontrando acomodo y cariño fácil en cualquier otra parte y siempre habrá un alma cándida o caritativa que por interés, agradecimiento o egoísmo hará más llevaderas tus soledades y penas. *** Elisa y Leonor eran dos almas gemelas, vecinas en la misma calle, que habían crecido una al compás y lado de la otra, respirado el mismo aire, compartido juegos… Tenían metas e ideales distintos, diferentes maneras de pensar y ver las cosas, algo que en teoría las hacía incompatibles, pero nada más lejos de la realidad, personalidades tan dispares eran similares, coincidentes, complementarios, compatibles y partícipes a la vez, debido al carácter acomodables de ambas.. Juntas, habían descubierto el despertar a la vida, la primera regla, los primeros amores, compartidos secretos y desengaños…,¡ Todo! Eran el norte y el sur, el bien y el mal, la osadía y la prudencia. La difícil edad de dieciséis, enturbió la idílica y sincera relación que mantenían hasta entonces, al sentirse y verse enamoradas del mismo hombre a la vez. Los años pasaron, y en tan encarnizada y sutil guerra, la cómoda y asentada posición económica de los padres de Leonor, “ el miserable y vil dinero”, jugó a su favor, a pesar del verdadero, sincero aprecio, cariño y devoción que el indeciso hombre sentía por su humilde y adorada Elisa. Su falta de personalidad y firmeza, los apaños y alianzas, la estricta y egoísta imposición familiar, llevaron y obligaron a tan inoportuna y lamentable boda. Aún antes de casar, no hizo falta ser adivino para prevenir el futuro nada halagüeño que se esperaba. Desde los primeros días, todo fue una estrepitosa farsa y un profundo fracaso; de puertas afuera, buenas caras y sonrisas; de puertas adentro, continuas peleas, discusiones, riñas, silencios afilados e hirientes reproches; no existía el menor atisbo de respeto, afecto o cariño. Las escasas, fingidas y rutinarias relaciones matrimoniales se fueron espaciando, hasta el punto de ni siquiera rozarse en la cama. Los escarceos y encuentros a escondidas de los dos enamorados, platónicos y castos, al principio, espaciados, subrepticios y con miedo, “ comidilla del lugar”, se esparcieron como la espuma, dando pie a escuchar y oír diversos comentarios y chismes en los corrillos de la plaza, esquinas, comercios y pilares. ¡Vaya poca vergüenza que tiene! ¡ No siente el menor respeto por nada! ¡ Vaya lumia!¡ Vaya Lagartona! ¡Y parecía una mosquita muerta! ¡Véte tu a saber que estarán haciendo! A pesar de la retahíla de reproches, requilorios y monsergas que escuchaba, Elisa hacía oídos sordos y caminaba altanera y orgullosa por la calle, como si la cosa no fuera con ella. Con el tiempo las cosas cambiaron y los encuentros dejaron de ser castos y puros, aprovechando cualquier ocasión para verse a escondidas en el rincón algún pajar, huerto o alguna casa prestada, donde dar rienda suelta a su desbocada pasión. A pesar de las precauciones y medios empleados, a los pocos meses, el malestar y los vómitos aparecieron, la regla desapareció y descubrió que estaba embarazada. Él, se desentendió del asunto y no quiso saber nada. ¿Qué hacer ante tan desgraciada y adversa situación, se preguntó, la afligida mujer? Al no encontrar respuesta, dejó correr el tiempo. Su vientre, antes terso, suave, liso y blanco, empezó a hincharse y ya no era posible ocultar la incómoda situación, a pesar de lo fajado, envuelto y prieto que iba, ceñido por fuertes y anchas tiras de sábanas de algodón. Este día de nublado e incierto invierno, mientras la lluvia no deja de caer y golpea con fuerza e insistencia los tejados, envuelta la cabeza y cuerpo en ropas y sayones negros, una mujer de edad e identidad desconocida, camina calle abajo cabizbaja, nerviosa y vacilante, a grades pasos, pegada a la pared, intentando pasar desapercibida y no ser vista, oculta entre las sombras de la fantasmal noche de perros que hace. Antes de meterse en la boca de lobo del estrecho callejón, frena en seco y mira con sigilo enredador, mientras los espesos y copiosos canales de agua caen y golpean con fuerza sobre el bulto y amasijo que es su cuerpo, empapando todo su ropaje. Unos recalcitrantes, agudos y lastimeros quejidos salen de los oxidados y desengrasados goznes al abrir la puerta, quitar la tranca y empujar, rompiendo la quietud y silencio del lugar. Con decisión y tristeza, deposita con cuidado sobre el húmedo suelo de la lúgubre y fría bodega el destartalado y deshilachado cenacho,y mientras por los surcos de su demacrado rostro se desborda y resbala un incontenible río de lágrimas, sus manos frágiles y temblorosas se afanan en cavar un pequeño y profundo hoyo, al lado de una tinaja de barro y el viejo carretón. A la débil y mortecina luz del farol, coge entre sus manos temblorosas el inerte rebujón, en el que va envuelto lo que pudo ser su hijo y lo deposita con ternura en la improvisada sepultura, tapándolo con tierra. Un aparatoso y ensordecedor trueno, presagio y testigo del maldito e infame acto que acaba de ocurrir, rompe el cortante silencio de la tenebrosa noche,e inunda el lugar, haciendo rechinar y temblar las viejas tejas y carcomidos cabrios de tan insólito y lúgubre cementerio, ocultando entre su estrepitoso y trepidante fragor los lastimeros alaridos y desgarradoras lágrimas de la infortunada madre. ( Con mi más sincero afecto para Noa,Roy,Bray y Pili.)
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