Los contrabandistas del café. Los contrabandistas del café. Recuerdo de muchacho, que en más de una ocasión, en las cálidas y abrasantes tarde del largo estío, al atardecer casi a punto de obscurecer, ver acercarse por el serpenteante y estrecho camino que bordea el Arroyo de Santa Maria con parsimonia y cansancio, levantando una ligera nube de irrespirable polvo, la recua de dos o tres caballerías y envuelto en ella la silueta y figura del solitario hombre. Camina despacio con la cabeza gacha y el cansancio y fatiga se refleja en su demacrado rostro. La mísera y rasa camisa desabotonada que porta, está empapada abundantemente de un empalagoso y rancio olor a sudor después de recorrer durante interminables horas, bajo un sol abrasador los polvorientos y resecos caminos de ésta exigente y dura tierra extremeña. Confiados, pero cautos, después de comprobar la carga y atar los cabestros de sus bestias al tronco de algún olivo centenario, traspasaba la entrada del huerto hasta acercarse al pozo, y lo primero que salía de sus agrietados labios y reseca garganta, antes siquiera de dar las consabidas ¡ Buenas tardes!, era la inquietante pregunta de siempre, llena de suspicacias y temores: - ¿ Habéis visto a la pareja ? Mientras tanto, presto mi abuelo, al instante asía el varal con fuerza y de tres vigorosas brazadas hundía la abollada calderilla de latón en la lisa, transparente y cristalina superficie del agua fresca hasta llenarla, y con presteza y diligencia la izaba, y ofrecía solícito el líquido y anhelado elemento al sofocado y sediento portugués. De mi mente no se han podido borrar esas imágenes, ansías y gestos exasperante que al beber del viejo puchero despostillado de esmate se dibujaban en su cara y ver chorrear por las comisuras de sus labios la ingente y desbordante cantidad de agua que intentaba almacenar en su sedienta boca, que por lo abundante no era capaz de asimilar su afligida garganta, produciendole atragantamiento, ligera tos y espasmódicas convulsiones. Un ligero y reiterado relincho de caballo y rebuzno de burro se dejan sentir, quizás las pobres bestias acuciados por la misma sed, intentando llamar la atención del dueño para y no se olvide de su sacrificada y trabajosa existencia. Éste se levanta y con voces y palabras ininteligibles les dice no se qué, mientras se acerca portando en sus broncíneos y musculosoa brazos un par de calderillas a rebosar de agua para dar de beber y abrevar a sus sedientos amigos, los inseparables e irremplazables semovientes. Un escaso y merecido descanso, lo que dura el liar, encender y fumar un pitillo, solía ser el imaginario reloj que marca el tiempo de reposo, abandono y asueto, antes de emprender de nuevo la fatigosa marcha. En ocasiones, la tertulia y compañía se alargaba y daba tiempo a rajar, salar y degustar algunos de los rollizos y maduros tomates, sacar el “cacho” queso, el tocino y pan, y compartir una frugal y escasa merienda al fresco de la tarde, sentados sobre la hierba, cerca de la pila y el brocal del pozo. Al despedirse, él agradecido, solía ofrecer un par de botes de café, o algo de ropa blanca, unas toallas o unas sábanas, y mi abuela Lidia a cambio, le ponía en el morral como simbólico pago, unos tomates, pepinos, cebollas y pimientos. *** De cuando en cuando, los Civiles se ven forzados a realizar alguna detención, el decomiso, embargo de la carga y animales, pues a fin de cuentas, ese es su trabajo y misión y hay que justificar ante la superioridad la presteza y diligencia en el servicio. En contadas ocasiones, el regalo de unos kilos de café y unos duros, facilitan el poder continuar el camino. El bullicio y algarabía que se origina en el pueblo en estas ocasiones es difícil de contar. La noticia se expande como la pólvora y llega a todos los rincones del lugar en un momento.No hay muchas diversiones y esto es motivo de regocijo y regodeo para la gente. Observas y Ves como por la empinada y empedrada calle Larga, camino del cuartel, escoltados por los guardias, suben las caballerías y el detenido, acompañados por una caterva de muchachos, gritando y vociferando a su alrededor con un ruido ensordecedor. Se detiene, identifica y toma declaración al encausado en las dependencias del puesto donde se le retiene unas horas, y si la carga es poca, una multa y unos pocos duros servirán para lograr la libertad. Si el alijo es importante, el desafortunado hombre, pasará la noche entre las rejas de la cárcel y a la mañana siguiente, tras las diligencias previas y tomar declaración, será esposado, acompañado y remitido al juzgado más cernaco de Coria. *** La cárcel ocupa un lóbrego y oscuro local en la planta baja del ayuntamiento, con un pequeño ventanal guardado y protegido por unas gruesas y toscas rejas de hierro, con vistas al pilar, por donde se cuelan unas fugaces y agradables ráfagas de viento. El arrestado suele permanecer en pie o sentado al fondo, oculto entre las sombras, en el más apartado rincón, con la cabeza pegada a la pared sujeta entre sus manos, lamentándose y llorando su desgracia. Desde fuera una ingente cantidad de muchachos ríe, grita, y acercándose a la reja se asoman, intentando percibir en la penetrante oscuridad la silueta o figura del malvado cafetero. Ante el menor atisbo de movimiento en su interior, salen en desbanda," juyendo" despavoridos y gritando hasta el cercano pilar. En ocasiones, en los negros y fríos días del invierno, en pleno anochecer, algún alma caritativa y piadosa se acerca hasta el lugar sin ser vista y deja entre los barrotes de la ventana, un mendrugo de pan y algo de comer, para socorrer y hacer más llevadera estancia del incauto portugués. Las mercancías y géneros alijados se relacionan y almacenan en algunos de los cuartos o dependencias vacías, y los animales de carga, mulos, burros o caballos, se meten en los terrenos del corral concejo o cuadras de la “posá”. A la mañana siguiente, si ha sido la primera vez, todo suele acabar con el requiso y pérdida de las mercancías transportadas y una pequeña multa en efectivo o fianza, con la advertencia de que en una próxima ocasión, no habrá tanta generosidad. A fin de cuentas, el Cabo de los Civiles, sabe de miserias y penurias, y conoce como todos la dureza del trabajo, el esfuerzo y los muchos sudores y pesares que hay que aguantar y padecer para ganar unos pocos duros” pa sacar palante “ la numerosa y hambrienta prole. Tiene la certeza que allá, trás la Raya, el desafortunado ser tiene mujer e hijos que alimentar, y que a estas horas estarán preocupados y aginados, carcomidos por la impaciencia, esperando con resignación y la zozobra metida en el cuerpo, que llegue pronto la hora de su feliz regreso. Mucha gente en la comarca por necesidad, se ve abocada a desempeñar y practicar estos ilícitos menesteres y de una forma u otra se dedican al estraperlo del aceite, el trigo, las chacinas, el azúcar, el vino..., pues si intentas subsistir a base de trabajo y honradez, en tan intempestivos y míseros momentos, no hay manera humana de sobrevivir. Resignado y agarrado con fuerza a los fríos barrotes de la cárcel, contempla el monóto y contínuo caer del agua, que desde la altura, por los cuatro caños se precipita sobre la solitaria, plácida y serena superficie del pilar. Unas lágrimas resbalan por su apergaminado rostro, chocan y estallan en silencio sobre el terroso y húmedo suelo. Apagado y lejano, llega el canto estridente del “ kiri kiki “de un gallo, indicio y presagio eminente de que un nuevo día está a punto de nacer. ( A los nostálgicos paisanos de Villanueva, que se encuentran ausentes y que se vieron forzados un día a emigrar a otras tierras). Saludos.
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