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Villanueva de la Sierra - Caceres

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18-04-09 21:27 #2103377
Por:izquierdo

Los lejanos días de la aceitunera.


Los lejanos días de la aceitunera.



En los oscuros, nublados y empachosos días invernales, una espesa y densa niebla, anuncio previsible y síntoma de lluvia, se posa y cierne sobre la elevada cumbre de la Sierra de Dios Padre.

Unas cortantes y heladas ráfagas de viento bajan ululantes y vertiginosas por la empinada ladera, en esta infernal y gélida mañana del invierno, colándose subrepticiamente, cual ladrones o fantasmas, por las rendijas y grietas de las vetustas maderas de que estan hechas las puertas y ventanas de las modestas casas.

El frío es tan hiriente y lacerante, que hasta las pendonas y madrugadoras gallinas que otros días a estas horas han abandonado la casilla y traspasado la gatera, y están en la calle en un constante ir y venir de acá para allá, cacareando, escarbando, esparramando y picoteando la tierra, permanecen quietas, juntas, recogidas y silenciosas encaramadas en los altos palos y estacas del oscuro y resguardado gallinero.

El viejo y manso gato negro, en vez de correr y salir en busca de ratones, permanece tumbado, perezoso, indolente y descansado, hecho un ovillo, tan cerca de la lumbre que parte del pelo de su cuerpo y cola lo tiene chamuscado.

Anoche, cuando la cansada, desfallecida y derrengada madre después de recoger y fregar los cuatro platos, cacharros y cachivaches sucios de la escasa y frugal cena, subió los muchachos a la alcoba y los costó en la cama, arrimó una destartalada silla baja a la lancha de la lumbre, colocó el despostillado barco de porcelana en la jalda, sobre el regazo, y mientras platicaba con voz queda con el adormilado marido de los sucesos, cosas y avatares cotidianos, comenzó a cortar y picar, con el viejo, mellado y afilado cuchillo, en finas rebanadas y a daditos, los mendrugos de pan duro, atrasado y sobrante de otros días.

Hoy, toda la familia se ha levantado pronto, poco antes de las nueve, y los somnolientos zagales, ella de siete años y el de nueve, como es domingo y no tienen escuela, están sentados cabizbajos, medio adormilados, muy cerca de la tibia lancha de la lumbre, con los brazos y palmas de sus frágiles manos extendidas, como queriendo atrapar y aprisionar entre sus tiernos y pequeños dedos, las voluptuosa, intangibles y ondulantes llamas del reconfortante y acogedor fuego y el calor que desprenden los tarugos, ardientes troncos y ascuas de encina y rachas secas de olivo que arden en el hogar.


Sobre las renegridas trébedes, descansa y esta dispuesta una vasta sartén de amplio hondón y rabo largo, puesta hace un momento a calentar por la afanosa y atareada madre, en espera que calentar el aceite y “refritar” los ajos y el pimiento seco y preparar en un santiamén las ricas migas para tomar con el café de desayuno.

Una blanca plancha de manteca, con algún resto de magro, casi helada por el frío, cuelga de un cordel a la intemperie y al raso en el patio, protegida bajo el balcón de la lluvia.

De un seco y sutil tajo, rebana una larga y fina tira de ésta, cortándola en pequeñas trozos y porciones que añade a la sartén, dejando que la dorada e hirviente aceite haga su trabajo, sin dejar entretanto de remover y dar vueltas con la cuchara jarreña, para evitar que se quemen los ricos chicharrones.

Con todo esto dispuesto, fritos y dorados los sabrosos chicharrones, de seguido, añade los dientes pelados de media cabeza de ajos y “ escacha” con la mano uno de esos pimientos rojos, secos y crujientes de guisar, esos que por aquí llamamos de “gilar”, que se enristran y cuelgan a secar al sol en el verano y ahora cuelgan de las puntas clavadas en las retorcidas y carcomidas vigas y cabrios de castaño o pino del chillao, añadiendo a continuación un buen tazón de agua.

Cuando arranca a hervir, añade una pizca de sal y un poco de pimentón dulce de la Vera, el resto del pan ya picado y así comienza a darle vueltas y más vueltas, hasta que las apetitosas migas queden sueltas y dispuestas para almorzar.

Mientras el padre coloca al mulo Rojo y al burro capón el cabezón y la albarda, coge la vara, segureja, pon y un poco de carquesa para la lumbre, la apresurada madre, mete en una de las cestas la merienda, consistente en unos trozos de marrana frita, la morcilla patatera o calabaza, el queso en aceite de cabra, unas naranjas del huerto, higos pasos, bellotas y para engañar a media mañana al estómago y al hambre unas castañas pilongas.

La pequeña comitiva, con los muchachos escarrapichaos y encaramaos sobre la albarda muertos y ateridos de frío se pone silenciosa y lentamente en marcha.

La madre se adelanta un poco, para llegarse y coger una hogaza del pan blanco de trigo, caliente y doradito, que está a punto de salir del horno de leña de la cercana tahona.

Cuando la pobre mujer los alcanza presurosa y cansada en el Pilar del Llano, las bestias ya han abrevado y se encaminan silenciosas y sumisas en dirección a la laguna y el Escape, atravesaran las eras, los arroyos de la Utrera, Santa María y las Sarmientas para encaminarse y llegar al toconal plantado en el sitio conocido como Zurrumica.

Frente a la Posá de la señora Prudencia, del corral del tío Paulino, salen media docena de gallinas y tres o cuatro patos, seguidos de una colorista y amarilla docena de crías, chapoteando regato abajo, al unísono y acompasado son, como afinada e instruida orquesta, que interpretando la peculiar partitura y canción del conocido ¡ Cuac! ¡Cuac!, se encaminan con su vacilante andar, atraviesan el arroyo que baja del Sagual, hasta perderse entre las hierbas altas y verdes de la orilla en busca de las casi encarambanadas aguas casi de la laguna.

Con la carquesa, unos cardos, unas tarmas y unas rachas sacadas a golpes de segureja de un viejo y cuarteado olivo del vecino, se enciende nada más llegar una grande y acogedora hoguera

A pesar de estar ubicado el olivar en la solana, la fría temperatura y heladas de la noche, hace que en poco rato los dedos de las manos se queden engarañados, encorchados y haya que acudir a menudo y con premura, al vaciar cada cesta, a pegarse un ligero y rápido calentón, para poder continuar el trabajo.

Por la posición del sol o el sonido de las débiles campanadas del reloj, al llegar el medio día, se toma asiento en lugar soleado, arrellanados en el suelo, cerca de la lumbre, para sacar del morral o bandolera la merienda y dar unos rápidos bocados a los referidos alimentos y merienda.

A estás horas, los dos muchachos, Martín y Lali, ya estan hartos, aburridos y cansados del dichoso y penoso juego de recoger aceitunas y ya no llama su atención ni les divierte, eso de ir abriendo un caminito para buscar y coger la bellota, castaña, higo paso, perra gorda o dos reales que como señuelo y engaño para que cojan aceitunas, como premio e incentivo, le tiran delante de sus ojos los abuelos, tías o sus padres .


***

Los antes secos, polvorientos y transitables caminos de tierra, se convierten en auténticos barrizales, por donde resulta pesaroso y duro el transitar a la misma gente, y más aún, a las pobres y sobrecargadas bestias de acarreo, que hunden sus cascos y pezuñas hasta el corvejón, en los inestables, encharcados y profundos surcos del terreno que se convierten en espesos lodazales que llenan de trampas y obstáculos los caminos.

En plena recolección, cada vez hace más falta, mano de obra trabajadora y barata.

En los sucesivos días, llegan a los grandes cortes gente nueva, hombres y mujeres que a pie, vienen andando desde los cercanos pueblos de Torrecilla de los Angeles, Hernán Pérez, Pozuelo de Zarzón, el Bronco, Santa Cruz y Villa del Campo.


En estos días de lluvias y tormentas, los embarrados caminos y veredas están muy concurridos y transitados a todas horas por las bestias y caballerías en sus continuos viajes y acarreos de ir venir del olivar al molino, descargar y vaciar en el chiquero los pringosos y pesados sacos de esparto, rebosantes de preñadas aceitunas.

Por todos los tesos, hondonadas y lugares se oye el rumor y vocerío de la gente que canta o silba y el eco acompasado de los secos golpes de las varas contra las ramas de los olivos, en el conocido y duro trabajo del vareo.

Los pobres jornaleros, propietarios de cuatro cachos de olivos, que son la mayoría de los vecinos, por la ineludible obligación de cumplir, van a dar algunas días de jornales a las casas de los ricos amos, en detrimento y perjuicio de dejar tiradas en el suelo su propia y escasa cosecha de aceitunas, con la sana y egoísta intención de tenerlos contentos y ganarse sus favores, pues a la postre y a fin de cuentas, son los únicos que más adelante, cuando acabe la ajetreada aceitunera, están en disposición y son capaces de proporcionar a la sumisa gente, unos días más de jornales.

Poco después de Reyes, las cuadrillas de mujeres y de hombres trabajando para un mismo amo son cada vez más grandes y numerosas.

En los cortes se ven, largas hileras de mujeres agachadas con la cesta arropada y protegida por la saga entre sus flácidas u orondas piernas, con el clásico pañuelo de mil colores anudado en la cabeza, sin dejar de hablar ni quitar la vista al frente mientras recogen una a una o “arrebañando a puñaos” las grasientas y babosas aceitunas.

De tiempo en tiempo, cuando la cesta está llena y con” comuelgo”, se ponen en pie, y con además rutinario y aburrido, se llevan las manos a los riñones, estirando y arqueando la espalda con el ánimo de desentumecer y estirar el dolorido y encorchado cuerpo; se acercan despacio a vaciar, hasta el lugar donde descansan los mugrientos sacos de esparto de cerca de cuatro arrobas, en espera y disposición de que con poco más de cinco cestas llenas sean suficientes para llenarlo y después atar el saco.

Los pobrecitos y arrecidos muchachos, deambulan detrás de los cortes y cuadrillas, en las del tareas del rebusco, en su afán de recoger las cuatro aceitunas ralas que saltan lejanas con el vareo, y quedan ocultas entre las altas hierbas, espinosos cardos, urticantes ortigas o en la espesura del lacerante zarzal, y aunque por este trabajo, le den dos miserables pesetas a sus padres, buenas son para comer y ayudar en algo a la pobre y maltrecha economía de la casa.


Unos pasos más allá, en un olivar próximo, se escucha el golpeo y entrechocar rítmico y cadencioso de la vara con las ramas, el silbido agudo de los hombres y el canto alegre y penetrante que sale con voz quebrada y rota de la profunda garganta de algún mozo enamorado que entona una cancioncilla de amor.

Con el paso de los años y la llegada del verdeo, el antiguo y penoso trabajo de recoger la aceituna para aceite y llevarla a la almazara cambió.

Aquellos insoportables y eternos días de lluvias, nieblas, escarchas, fríos y heladas, afortunadamente se olvidaron y hoy en día, sólo hay que aguantar los fuertes apretones del corto, cálido y soleado verano de los Membrillos, también llamado “veranillo de San Martín”, época en que se llevan a cabo las labores y trabajo de recogida del verdeo para endulzar como aceituna de mesa.

( A la niña del cuento y su familia).
¡ Feliz Dios Padre a todos!
Un saludo.
Puntos:
19-04-09 08:53 #2104708 -> 2103377
Por:el cafetero

RE: Los lejanos días de la aceitunera.
EN VERDAD QUE EL DIESTRO IZQUIERDO, ES UN NARRADOR ENCOMIABLE.
ESA ATSMOFERA DEL CUENTO DE USTED, ES UN REFLEJO FIEL DE LOS TIEMPOS DE ANTAÑO. SE LO DICE EL CAFETERO, COMO TESTIGO EN PARTE, DE ESOS DIAS PASAJEROS; LA TIERRA NUESTRA ES PROLÍFERA EN HISTORIAS COMO LA QUE USTED HA TENIDO EN GRACIA DELEITARNOS; BIEN ES CIERTO, QUE SU MAESTRIA EN EL ARTE DE LA COMUNICACIÓN, ES LATENTE EN MUCHOS DE SUS ESCRITOS, NO CABE DUDA QUE LA FROFUNDIDAD, Y MAYOR REALIDAD DE SUS LETRAS BORDADAS, PASAN A NOSOTROS COMO CRUDA REALIDAD DE LOS HECHOS. ME EMOCIONA USTED Y SOCAVA EN EL ALMA MIA, CUAL SURCOS PROFUNDOS Y PROFANOS, DE LA TIERRA DE MIS ANCESTROS.

PERMITAME DESPEDIRME DE USTE CON UN SALUDO Y HASTA LA PROXIMA, QUERIDO MAESTRO IZQUIERDO. EL AMIGO DE USTED, EL CAFETERO.






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