El pósito y sus escuelas. El Posito, antiguo almacén de grano de la villa, asentado y erigido quizás, sobre las ruinas del mismo solar donde en su día, se pudo alzar otro similar y con éste mismo propósito hace siglos por los romanos, es una robusta y sólida construcción rectangular de recia y dura piedra y macizos sillares de cantería, con su tejado vertiendo a cuatro aguas. Una veleta de hierro con la figura de un presumido y ufano gallo cantando y una estilizada flecha, cuya punta, marca sin equívoco la dirección del viento cuando sopla, coronan el singular edificio. Se levantó así, a propósito, aislado en mitad de la plazuela y ligeramente elevado sobre el peñascoso suelo, para prevenir las posibles humedades y evitar que el grano llegue a pudrir, facilitando de paso, que las abundantes aguas de la lluvia, corran raudas, sin dificultad, la calle abajo hasta llegar a la Fuente del Arroyo, y perderse bajo la arcada del puente,que está casi pegado a las paredes del molino de tío Pedro. El número de vecinos en progresivo aumento, ha traído consigo un mayor número de nacimientos y de niños pequeños en el pueblo. Las necesidades escolares han crecido y el Ayuntamiento se ve en la necesidad de habilitar nuevos locales como escuelas capaces de atender éstas demandas. En pleno municipal, el consistorio acuerda, que se hagan las obras y arreglos necesarios en el abandonado edificio cerealista del Posito, para adaptarlo a estos nuevos menesteres, de la enseñanza y educación de los muchachos. Manos a la obra, en pocos días, las cuadrillas de obreros, recorren el tejado, lucen y enjalbegan las paredes, y de las arcas municipales se habilita una partida de dinero para comprar las sillas y mesas de los maestros, los pupitres de madera de a dos para los niños y los negros enceraos que se colgaran en las paredes. ¡ Ah ¡ Detrás de la mesa de los maestros, presidiendo la clase, a unos dos metros del suelo, y un poco más elevado, anclados en la pared estarán, un Cristo crucificado escoltado por sendos retratos del Caudillo y Generalísimo de los Ejércitos “Francisco Franco” y José Antonio Primo de Rivera, artífices de la victoria en la pasada cruzada, protectores de la Iglesia y defensores de la fé católica. Desde esos días, a las horas de entrada y salida de la escuela el hasta entonces pacífico y tranquilo barrio del Posito se convierte en un bullicioso correr y acarreo de niños y de niñas que lo inundan todo con su ensordecedor griterío y algarabía. La escuela es helada y fría en invierno y calurosa, casi asfixiante cuando se acerca el verano. En cuanto llega el recreo y a golpe de timbre se abren las ajadas puertas, los maestros a duras penas, logran contener el ímpetu arrollador de los muchachos que salen a la calle en desbandada, como si fuesen presos puestos en libertad,a empujanes y gritando. Se reúnen en grupos y corrillos de amigos que se afían y se ponen a jugar: unos al burro o a pillarse; otros al pío, al tanque o la peona… Los más inquietos y traviesos bajan la empinada cuesta a trompicones y se pierden por la estrecha calleja del huerto de tío Arturo, hasta el arroyo de la Jontanilla, para jugar a los pantanos y a saltar de un lado a otro del regato, y a la vuelta, si las hay, robar de los huertos cercanos alguna pera o manzana que se ponga a tiro y al alcance de la mano. Las muchachas más modositas, compuestas y tranquilas, salen agarraditas de la mano, se juntan en corrillo y se ponen a jugar. Las más inquietas y traviesas, con la cuerda a la comba o con la taba a los botones; las más modositas y calladas, bajan hasta la morera y sentadas en el poyo o en las lanchas del suelo, en la puerta de tía Crispina, cambian los trajecitos y ropitas a sus frágiles y bonitas muñequitas de paja. La señora maestra y el maestro, mientras tanto, estiran las piernas y pasean por el lugar, hablando de sus cosas y quehaceres, cercanos a la soleada pared de la carpintería, en busca de resguardo y al encuentro de los tímidos rayos de sol del invierno, en espera de que llegue pronto el final del recreo y de nuevo guarecerse en la escuela, y volver a sentir en sus ateridas rodillas y encorchados pies el acogedor calor del brasero de picón colocado en el tarima, en hueco circular de la caja, bajo sus mesas. A la tranquilidad de la plazuela, llegan los incesante murmullos y susurros, y el sonido de las voces infantiles de las niñas de la escuela, apagadas por el grueso espesor de sus paredes, que repiten con ritmo cadencioso y voz acompasada una y otra vez la misma cantinela: “ una por una es una”; “una por dos es dos”; “una por tres es tres…” En el aula de al lado, se oye la voz ronca y recia del maestro señalando con el puntero en la mano los límites de la frontera francesa, invitando a los niños a comenzar la tan manida canción escolar con su reiterativo soniquete: “ España limita al norte con el mar Cantábrico y los Montes Pirineos que nos separan de Francia”; “al sur con el mar Mediterráneo y el estrecho de Gibraltar y el océano Atlántico …” En la calle, unos negros y amenazantes nubarrones de campanarios, presagio inminente de tormentas, cruzan veloces el cada vez más oscuro cielo, al tiempo que unas gruesas gotas de lluvia se precipitan desde lo alto y chocan contra el pedregoso suelo y se estrellan sobre los sucios cristales de las ventanas de la escuela. ( A los que un día, nacieron, vivieron…, en el hoy en día solitario barrio ).
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