EBRIO DE SOLEDAD EBRIO DE SOLEDAD Te recuerdo juncal en escenas de hace más de treinta años rodeado de gente metidos todos en juergas de risas y vino. Me parecías el más noble, alguien humilde pero orgulloso y altivo de su condición. En aquel tiempo yo era camarero y te servía copas cuando hacías sonar el vaso contra el mostrador. Poco a poco empecé a conocerte, a comprender que eras un labrador injertado en un poema de Miguel Hernández. Ahí fue cuando aprendí a enorgullecerme de mi estirpe y de nuestro pueblo. Cuando me enseñaste a ser fiel a los de abajo que sólo recibían como regalos vocablos de humo. Existe un hueco en los narradores cuando de contar vuestras historias se trata. Estáis faltos de juglares que sepan que mezcláis –diferenciando- madrugadas con azadones, honor con terrones de tierra, sol con cepas, arados con resacas, rudeza con sinceridad, cardos con amistad, sudor con amor... Un día miraste tímidamente con el rabillo del ojo a diestro y siniestro y únicamente descubriste soledad. Nadie sonreía, nadie bebía contigo. Sólo una soledad infinita y maciza que se podía estrujar como un pañuelo empapado en lágrimas. Estaba claro, muy claro, que la suerte estaba echada, hacía tiempo que ya lo estaba... Tu cuerpo entró en barrena hacia una decrepitud salvaje que transformó tus cincuenta años en más de ochenta. Entonces te hiciste acompañar de un cayado y una gorrilla. Y Cadalso supo de caricias cuando arrastrabas tus pies recorriendo sus calles, cuán perro vagabundo, sin amo ciego a quien cuidar, que busca un rincón donde rumiar recuerdos. Te descubrí muchas veces y cruzábamos unas palabras, o quizá fuese una mirada, la tristeza que tengo ahora me impide recordarlo bien. Conocía tu desamparo de vino y rosas y la pena que el caprichoso destino te concedió. Moriste en primavera, en la sombra, sin tiempo siquiera para disfrutar de ese sol que años antes tanto te acarició. Oigo noticias de muerte en otros lugares. Me duele la tuya. Estabas aquí justo a mi lado, te veía pasar penosamente y nunca te ayudé en nada. Tu muerte me produce un desencanto que una vez más pone en cuarentena mis hipócritas y falsos sentimientos.
|