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Santibáñez el Bajo - Caceres

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14-12-16 00:12 #13413609
Por:El_ pizarroso

Recordatorios,LA TRIBU: PRIMERA JUVENTUD (I) de Félix Barroso Gutiérrez.
Esta es una nueva sección de Felix Barroso publicada en el diario digital Extremadura,que a parecido el día 12 de diciembre del año 2016

Los años no corrían en balde y aquellas partitocracias de la Transición democrática iniciaban una lenta pero arrasadora mundialización, que hoy en día, lamentablemente, ya entró como elefante en cacharrería y, guiada por sucias manos neoliberales, acabó de cortar el oxígeno a nuestra tribu y a la mayoría de las tribus de este achatado Planeta. Los nuestros se resistían como gato panza arriba. Pero las economías de subsistencia comenzaban a hacer aguas por muchas partes y aquellas otras, insolidarias y ferozmente competitivas, nos metían los mercados y sus enmierdados consumismos hasta en la sopa. Los medios de comunicación de masas, manejados en sus mayoría por los de siempre o los gatopardistas (igual que hoy, para no variar), se introducían en todos los hogares, de modo especial la caja tonta, y se iniciaba un lento pero seguro desmembramiento de las mimbres de la gran choza que cobijaba a la tribu. Una despendolada sociedad hedonista campaba a sus anchas y hacía añicos la épica, la poesía y la austeridad que caracterizaban a nuestros medios rurales. Nada que ver, ni por asomo, aquella virtuosa austeridad con la que predica la derecha de este país, tan lastrada por el empobrecimiento de las clases medias y la miserabilización de las bajas.

Pero a pesar de aquel continuo asedio de una modernidad sectaria y alóctona, aún seguíamos, en parte, aferrados al cordón umbilical que nos unía a la tribu. Y si antes, en nuestras infancias, echábamos una mano en casa, siendo ésta parte consustancial de la tribu; ahora, cada cual, según la necesidad de su clan y de acuerdo con sus fuerzas e inteligencias, también contribuíamos a mantener firme la viga madre de la aldea. Siempre oímos aquello de “el trabaju del niñu eh pocu, peru el que no lo aprovecha eh bobu”. Posteriormente, pedagogos de tres al cuarto hablaron de explotación de la infancia. ¿Qué sabrían ellos sobre los roles que repartía la tribu y la consideración que ésta otorgaba a todos sus miembros? Algo así como los modernos, sensibleros y tiquismiquis animalistas o ecologistas de salón que criminalizan, sin argumentos sólidos, a los "brutos aldeanos” por sacrificar animales para su consumo, cuando estos campesinos (muy sensibles y no brutos y zotes) son los que más quieren y miman a sus cerdos o cabras, a sus vacas u ovejas, a sus caballerías o a sus diminutas aves de corral.

Aportábamos lo que buenamente podíamos: dando vueltas y más vueltas a la trilla; segando cuatro haces de forraje; transportando seronadas de estiércol (“el viciu” le decíamos) a los huertos; quitando las “vardáhcas” (tallos) al olivo; regando y “muandu loh tapónih” (removiendo surcos y canteros); apañando aceitunas o llenando calderos de ciruelas y manzanas para el puerco; cortando las uvas y estrujándolas con nuestros pies; ayudando a los “guañínuh” (segadores de guadaña) en liar y amontonar los “baráñuh del pahtu” (filas de heno recién guadañado) o colaborando estrechamente en la matanza familiar. Jamás se nos cayeron los anillos por ello. Todo lo contrario: tenemos a orgullo el haber sido uña y carne de la tribu y el haber arrimado el hombro para sostener el comunal edificio en años en que apenas tintineaban las monedas en nuestros bolsillos pero nos sentíamos arropados por

Nuestro profesor de Filosofía, al que dejamos bebiendo cubalibres de ron “Bacardí” y escribiendo poemas de amor a su guerrillera cubana por aquellas Cava Alta y Cava Baja y otras calles adyacentes del Viejo Madrid, tampoco se quedó manco en su tribu de la sierra salmantina de Las Quilamas y ofreció sus brazos para lo que fuera menester. También se los dio a la Revolución Cubana, a la que se entregó en cuerpo y alma y en la que cifró sus grandes esperanzas para seguir creyendo que el cielo era posible en la tierra. Sin embargo, él, como anarquista, era ateo, republicano confederal y no creía en patrones de clase alguna: ni estatales ni burgueses y liberales. Supo del pueblo cubano enfebrecido y emocionado en torno a Fidel y a otros dirigentes, tal que Ernesto Ché Guevara, que también fueron idolatrados por la izquierda del mundo entero. Aquella izquierda que empapeló sus salones y oficinas con sus retratos y enronqueció cantando aquellas canciones revolucionarias que lanzaron a los cuatro vientos el uruguayo Daniel Viglietti y la argentina Mercedes Sosa, los chilenos Violeta Parra y Víctor Jara o los cubanos Carlos Puebla, Silvio Rodríguez o Pablo Milanés. Pero también aquella izquierda, barbuda y con ropa guerrillera, de la que desertaron muchos en épocas recientes y que hoy escupe vilmente sobre la memoria de quienes iniciaron aquella que pretendía ser la revolución pionera que arrastraría a todos los pobres del orbe a rebelarse contra sus amos.

“Durruti”, nuestro bohemio profesor al que conocí en aquel año del COU de aquella primera juventud tan rebelde y tan poética, vio venir la deriva de la Revolución Cubana. David estaba solo frente al todopoderoso Goliat del Norte y no le quedó otro amparo que cobijarse bajo la copa del robusto y grandioso árbol que extendía su sombra desde Kaliningrado, en la bahía de Gdnsk, hasta Wladivostok. Si antes los que abonaban tan majestuoso árbol eran los zares y su imperialismo aristocrático-religioso, en la década de los 50 del pasado siglo eran Nikita Serguéievich Jruschov, como Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista y los integrantes del Soviet Supremo de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia, los cuales mantenían una férrea Dictadura y no del Proletariado. Nadie puede negar que Cuba sembró la semilla de una nueva izquierda, ganada a pulso con grandes dosis de sacrificio y sudando la gota negra (negros a miles han llorado a Fidel hace escasos días, reconociendo que la Revolución les dignificó como seres humanos). Y aquel profesor cincuentón, que seguía adorando a su musa guerrillera porque ella y solo ella continuaba en el recuerdo regándole sus jardines interiores, rompió amarras y, con otros, ayudó a vertebrar la Asociación Libertaria de Cuba (ALC). Corría el año 1960 y la disidencia podía pagarse muy cara. La Nomenklatura exigía obediencia debida en el Bloque Comunista; de lo contrario, las purgas estaban a la vuelta de la calle.

No tardó en regresar nuestro filósofo a este país donde el comunismo se bajó los calzones en la Transición y donde el anarquismo había sido diezmado y no era ni sombra de lo que fue la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), el mayor sindicato anarconsindicalista en los años de la II República y durante la Guerra Civil. Haciendo piruetas por subsistir continúa hoy la CNT y con un hijastro que intenta hacerle sombra: la Confederación General del Trabajo (CGT), sin que mucha gente libertaria entienda tan aberrante escisión. Más les valía a uno y otro sindicato volver la vista atrás, hacer historia y percatarse que las divisiones, al igual que el abstencionismo a ultranza, no acarrean nada positivo. La CNT, sin fisuras de tipo alguno, colaboró en febrero del 36 con la coalición de izquierdas e hizo posible que triunfara el Frente Popular en las elecciones. Luego, se empezaron a dar los pasos para la Revolución Social, pero eso ya es otra historia que tocará después que pase Santa Lucía, que como decía mi bezudo y buen paisano Genaro Jiménez Montero, a quien le decíamos Ti Genaru “El Tanquillu”: “eh la santa que tieni poderíu pa ehtiral o encogel el tiempu, que de siempri se diju que ´pol Santa Lucía, menguan lah nóchih y crecin loh díah´”.

A la tribu nunca le gustaron los paisanos con dos caras. Los guatimañas abundan ahora más que nunca. Ya decía el escritor británico William S. Maugham que “en tiempos de hipocresía, cualquier sinceridad parece cinismo”. Pues nosotros, y seguro que el camarada “Durruti” (esté allá donde esté) también, nos quedamos con la imagen que una persona tan cabal, tan sincera, tan revolucionaria y tan consecuente consigo mismo y con los demás tenía sobre Fidel. Son las palabras de Pepe Mújica, que fuera honesto presidente de la nación uruguaya: “Hay en Fidel, en él, en una parte importante del pueblo cubano, una estatura de Quijote. Porque a él le tocó vivir un largo período de su historia desafiando a la primera potencia mundial, que tenía en frente. No es trabajo sencillo tener coraje, capacidad y resistencia para enfrentar ese dilema. Como cualquier personaje de la historia, Castro va a tener detractores y enamorados. Me parece que lo más importante es darse cuenta de que fue alguien que vivió como pensaba y vivió para lo que pensaba y tensionó toda su fuerza y toda su existencia tras eso".

Que la derecha, con su marcial y uniformidad mediática, censuradora de cualquier voz divergente, lance toda una batería de infamias contra el comandante cubano, es algo que lleva en su genética antirrevolucionaria y tan amante de su interesado patriotismo. Pero que gente que se dice de izquierdas haya cambiado el paso en un abrir y cerrar de ojos, da mucho que pensar. El pan, el techo, la salud, la educación…, la justicia distributiva en definitiva no puede conformar una verdadera Patria si el pueblo no tiene acceso a ella ni puede coexistir con la mojigatería y el fariseísmo. Esos derechos del pueblo están antes que las libertades formales, liberales y burguesas. Porque la verdadera Libertad, como afirmaba el filósofo y poeta cubano José Martí, es “el derecho que tienen las personas de actuar libremente, pensar y hablar sin hipocresía”.

Desapareció nuestro amigo “Durruti” sin despedirse. No lo volvimos a ver en aquella primavera que ya alcanzaba al caliginoso estío. Preguntamos por él, pero nadie sabía nada. Se fue con su carnet de la CNT, su aliento empapado de ron, su barba entrecana y su respeto a la digna hombría de Fidel, del que decía que, antes de verse obligado a militar en el Partido Comunista de Cuba había sido un “sans culottes” de los que asaltaron La Bastilla y el palacio de Las Tullerías. Y se nos fue con la sobada y mil veces besada foto de su guerrillera, a la que veneraba, mimaba y cuidaba en su pensamiento y no pensaba traicionar jamás. Nunca nos contó qué fue de ella. ¿Qué será de él? ¿Se jubilaría y volvería a sus raíces, a aquel caserío perdido entre los rebollares de las Quilamas? ¿O tal vez siguiera los pasos del poeta dadaísta francés Jacques Rigaut y se metiera una bala en el cerebro? Antes de esfumarse, le veíamos deprimido y cargado con el libro “La Agencia General del Suicidio”. Bebía grandes tragos de “Bacardí” y, con su risa sardónica, repetía machaconamente frases del libro de Rigaut: “Mi libro de cabecera es un revólver. Quizá alguna vez, al acostarme, en vez de apretar el interruptor de la luz, distraído, me equivoco y aprieto el gatillo”. El último poema que me entregó, fatalmente hermosísimo, parecía toda una premonición.

“Querer no es solo decir “te quiero”.
Querer es amar aun sin ser amado.
Querer es llevar ojo avivado,
por más que el sueño ojo te lo vuelva huero.

Querer es asestar mandoble fiero
a tabú que alborota desmandado;
lamer poro albo, amarillo o atezado,
y nunca a sexo o edad ponerle un pero.

Querer es tener tú cáncer de piel
y yo amar tu llaga purulenta
y relamerla como perro fiel.

Querer es oler a tiempo la tormenta
y, si llega, hacer bien tu papel:
tiro en la sien, borrón y nueva cuenta”.


Buenas noches.
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