Santibáñez el Bajo - Caceres

Esta es una nueva sección de Felix Barroso publicada en el diario digital Extremadura,que a parecido el día 9 de Noviembrwe del año 2016.

Cuando comencé a preguntarme por qué ya no me quedaba dormido sobre la mesa camilla del ultramarino de mis padres en las noches invernales, creo que despertó mi adolescencia. Allí, con la puerta cerrada de la tienda y la ventana que daba a la plaza medio entornada, se juntaban cuatro o cinco paisanos y esperaban, ansiosos, que mi padre lograra centrar la emisora clandestina Radio España independiente, más conocida por “La Pirenaica”. Recuerdo, medio aletargado ya por el sueño, frases entrecortadas, zancadilleadas por las interferencias: “Habla Dolores Ibarruri, La Pasionaria (…)” “El cruel y dictatorial régimen franquista (…)” “El noble pueblo español, harto ya de sus cadenas (…)” Y me quedaba frito con aquel moscardoneo y el olor al tabaco de “celtas cortos” que inundaba la estancia.

La tribu comenzó a responder a algunos de mis interrogantes. Yo pertenecía a la saga de los “Cabezalí”, apellido que mi padre heredó de su madre y que, como vi luego en los archivos parroquiales, se escribía en pasados siglos como “Cabezaolid”. Podría teorizar sobre sus raíces, pero lo que sí tengo claro a estas alturas es que era autóctono del lugar y que muchos que lo llevaron fueron gente contestataria y de ideas avanzadas. La tribu me habló de Patro Cabezalí Moreno, primo hermano de mi padre y asesinado por las hordas franquistas por el simple delito de ser un dirigente del Frente Popular. Dejó viuda y tres hijos pequeños. De otro primo llamado Máximo Cabezalí Paniagua, que llegó a ser comisario en el republicano y renombrado Quinto Regimiento de Milicias Populares, cuando la Guerra Civil. Escapó a Francia al triunfar los franco-fascistas y fue apresado por los nazis, siendo ejecutado en el campo de concentración de Gusen, filial del terrible campo de exterminio de Mauthausen. De aquel otro pariente José Cabezalí González, que falleció en Cataluña, donde fue efusivamente homenajeado, en el invierno de 2011 y que era el último aviador republicano que quedaba con vida. De mi tío-abuelo Primitivo Cabezalí Domínguez, enlace de la guerrilla antifranquista y en cuya huerta, según me narró varias veces el “canchaleru” (así se motejan a los vecinos del pueblo cacereño de Aceituna) y guerrillero Gerardo Antón (“Pinto” por nombre de guerra), fue socorrida en distintas ocasiones la partida del maquis que se movía por estas tierras en aquellos años de represión, de luto y sangre.

Ni un solo Ayuntamiento del lugar tuvo el mínimo gesto de honrar la memoria de esos luchadores por la Libertad y la Democracia. En Aceituna, sí se homenajeó a Gerardo Antón Garrido, gracias a la sensibilidad y sentido de la responsabilidad histórica de nuestro buen amigo Josafat Clemente Pérez, que sigue siendo alcalde de dicho pueblo. Sobre la tragedia del hermano mayor de mi padre, mi tío Marceliano Barroso Cabezalí, al que se le dio por desaparecido en combate en julio de 1936, rindiéndole las correspondientes exequias en la población, habría mucho que hablar. Fue movilizado por el ejército franquista, pero en 1941 se encontraba salvo y sano en aquella Rusia que nos la pintaron de pequeños como una nación habitada por diablos y otros seres monstruosos. Tiempo habrá para hablar de ello.

Dentro de aquella tribu, imbuida por un espíritu espartano y austero (nada que ver con esa degradación y prostitución del término “austeridad” que han hecho en nuestros días las huestes de Mariano Rajoy Brey), fuimos espigando y cabalgando por nuestras adolescencias. Seguíamos siendo educados por toda una colectividad que nos imponía los derechos y deberes consuetudinarios, amasados por siglos de venturas y desventuras y por miles de experiencias que, en el fondo, venían a ser la madre de la ciencia y de la cultura popular-tradicional. Eran años en que la tribu nos iba dando alas para irnos despegando de las pizarras y moleñas de la casa familiar, enfrentarnos a la vida y conocer los trucos para sortear los peligros que acechaban. Bien lo afirmaba la escritora Karen Savage: “la adolescencia es quizás la forma de la naturaleza de preparar a los padres para el nido vacío”.

Ciertamente, el nido se iba vaciando porque, con esfuerzos mil, algunos padres mandaban a sus hijos a muchos kilómetros de distancia, con el fin de que “s,agarrasin a loh líbruh y jueran alguién y genti de provechu el día de mañana, que en el pueblu ya se sabía lo c,había y era menehtel navegal la vida y loh tiémpuh ya venían de otra jorma”. Tremenda verdad, que los tiempos habían emprendido una loca y casi desbocada galopada. La gran ola emigratoria del medio rural a las grandes ciudades había comenzado unos años antes. Se imponían nuevos horarios y nuevas nóminas. Declinaba la economía de subsistencia y llegaba la de mercado o capitalista-consumista. Pero la tribu aún se resistía a desaparecer y, cuando regresábamos de vacaciones al lugar, continuaba aleccionándonos. Los miembros de la tribu desconocían que un filósofo y revolucionario alemán llamado Friedrich Engels ya había ensalzado, en el último tercio del siglo XIX, el virtuosismo de que la colectividad educara a sus hijos. Bien sentado lo dejó en su obra “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado” (1884). Algo semejante a lo que viene afirmando el pedagogo, escritor y filósofo español José Antonio Marina: “Todos somos responsables de la educación de los niños que se crían en nuestro grupo social; todos, cada uno desde su puesto en la sociedad, debe retomar su papel y enseñar a vivir”.

Aquellos miembros de mi tribu y de tantas otras tribus jamás llegarían a conocer a personas que, en nuestros rabiosos días actuales, se han erigido en sus fieles apologetas. Y por defender la educación de la tribu entera están de continuo en las lenguas viperinas de las hipócritas, alevosas y malsanas fuerzas de choque de la reacción y del neoconservadurismo o neoliberalismo que corroe a todas horas la sociedad del momento presente, en la que a muchos nos han insertado con calzador. Sin ir más lejos, basta con pasar las páginas de papel de cierta prensa regional y encontrarnos a gente que, desde foros “lupinos”, a quienes la corbata de color rojo les sienta como a un Cristo dos pistolas al cinto, sin sonrojarse lo más mínimo, tachan a ciertos grupos políticos emergentes y transversales de semejarse a ese “Tíu del untu”, fornido y desarrollado hijo del Tío Sam, magnate entre los magnates, al que le dicen Donald Trump. Y sustentan esa semejanza por “su infantilismo político”, acudiendo a interesados y pazguatos argumentos. Aplíquese el cuento algún otro exalumno de los maristas, medio poeta y medio sociólogo, que, con mala baba, se meten a degüello con esos movimientos cargados de poesía social y completa y de profundas sociologías, achacándoles de despreciar la semántica de forma burda, infantiloide y tramposa, riéndose descaradamente del “poder popular” y tachando a las manifestaciones del 15-M de “algaradas callejeras”.

Queremos que aquellos miembros de nuestra tribu y de todas las tribus del mundo (por algo somos internacionalistas) oigan, desde sus tumbas, el nombre de Anna Gabriel i Sabaté, la que nació en Cataluña pero que se siente orgullosa de tener sus raíces en el pueblo onubense de Minas de Riotinto. El nombre de Anna Gabriel, militante de la Candidatura d,Unitat Popular (CUP), levanta ampollas entre todas las sectas españolistas, guatimañas, tergiversadoras, enriquecidas de mala manera, traidoras a su clase y a su legitimidad de origen, corruptas, puritanas, de mucho golpe en el pecho y de comunión diaria. Sectas políticas que se creen dueñas de vidas y haciendas y que hicieron oídos sordos al Papa Francisco: “Hoy, creyentes y no creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos”. Sectas que mienten más que Paul Josph Goebbels, ministro nazi de Propaganda. ¡Cuidado con ellas!: “Guardaos de los falsos profetas que vienen a vosotros vestidos de ovejas, porque dentro son lobos rapaces” (Mateo, 7:15).

Sabed, queridos miembros que fuisteis de mi tribu, que Anna Gabriel os ama y os admira porque de alguna manera, aunque fuera indirectamente, sentisteis como propios tanto a vuestros hijos biológicos como a los que concebían el resto de la colectividad vecinal. La nieta catalana de abuelos militantes de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), la que adora a su familia y la considera pieza fundamental de su desarrollo social y político, jamás os dejará solos en vuestros columbarios. Se siente orgullosa de vosotros y de vuestros antepasados, de los nuestros y de los de ella. Por ello, los que fuimos guiados por vuestras manos de hierro embutidas en guantes de seda en nuestras adolescencias, gritamos con ella aquello de “¡Somos los hijos y los nietos de las brujas que no pudieron quemar!” Por mucha Inquisición, mucha Dictadura y mucho Sectarismo Partitocrático (carencia absoluta de Democracia Real), jamás podrán exterminar la simiente de los que nunca nos rendimos en etapas tan críticas como el paso por nuestras adolescencias. Nosotros, al menos, supimos en tales épocas prestar oídos a Mario Benedetti, siempre presente en nuestros corazones:

No te rindas, aún estás a tiempo
de alcanzar y comenzar de nuevo,
aceptar tus sombras,
enterrar tus miedos,
liberar el lastre,
retomar el vuelo.

Buenas tardes