"OPINION" Burras calientes de Félix Barroso Gutiérrez. Esta opinión a salido publicada hoy 21/07/2014 y pertenece a la edición en papel de El Periódico Extremadura. Hace escasas lunas, mi apreciado Chema Corrales contaba en este mismo periódico la observación en una de las cuarcitas de 'La Chorrera de la Trucha', dentro del geoparque de Las Villuercas, de un extraño y singular líquen. Enfervorizado por el encuentro, se acercó de inmediato. Pero el chasco fue enorme: era un mordisqueado chicle que alguien había extendido sobre la roca. Y es que la fiebre de la goma de mascar llega a los más remotos lugares. Dentro de la familia de las lenguas amerindias extendidas por América del Norte, se encuentra el náhuati, dialecto que incluye la voz 'tzictli', que viene a ser la matriz de chicle. Mover de continuo las mandíbulas siempre fue arraigada ocupación. Los antiguos griegos masticaban a todas horas resina de entina. Por Las Hurdes, Tío Angel, de la alquería de La Aldehuela y fumador empedernido de 'tabaco verdi' en rústica cachimba, me relataba que sus abuelos rumiaban trozos de unas raíces que les mantenían la boca fresca y les quitaban el cansancio. Y nosotros, de muchachos, mascábamos, como si de chicle se tratara, la 'sarrina' de los ciruelos. Adolescentes pero alcanzando ya la primera juventud hacíamos corro en la plaza el lugar. Fiestas del Cristo. Habíamos comprado al modo de unos bolindres rosados, que de tal forma conocimos los primeros chicles. Todos movíamos acompasadamente las dentaduras. Un vecino, al que le decían Ti Ziquiel 'Gorra', viéndonos mover, abrir y cerrar la boca, nos espetó: "-¿Poh qué jadéih, que apaecéih búrrah caliéntih con tantu mahcal?" Efectivamente, las burras en celo o en plena efervescencia de la cópula, no dejan quietas sus carrilleras. Los chicles llegan a los lugares más inverosímiles y, desgraciadamente, son letales en algunas ocasiones. Una risueña primavera, allá por el paraje de 'El Ehcobalón', junto a los altos de El 'Majadal de lah palómah', dentro de la dehesa boyal y comunal, me encontré, entre el pastizal, una 'ehcardincha' (zorzal) muerta, y de su pico le salían pegajosos hilillos de un chicle. Pero quienes no caen en el combate de la golosa insalivación de la goma de mascar son nuestros alumnos. Prohibidos están los chicles en clase. Sin embargo, todos son oídos sordos. Por mucho que los veten los reglamentos de régimen interno, cada cual hace de su capa un sayo. Y si afeas la conducta, te saltan con que también los comen algunos profesores. O, incluso, te puedes encontrar con una alumna como aquella que, tocándome en suerte, me eructó lo siguiente: "He leído que el comer chicle aumenta la inteligencia. Los profesores nos los prohibís en el aula, porque sabéis que, si los comemos, nos volveremos más inteligentes que vosotros y, entonces, nos haremos dueños y dueñas del mundo". ¡Ahí queda eso!. |