TIA MARIA La rezandera. TÍA MARIA LA REZANDERA. Estas historias costumbristas, de un tiempo olvidado. Que algunos nos tocó vivir. Van a la atención de aquellos que por suerte nacieron ya a final de S, XX Los que fuimos testigos de estos hechos tuvimos que lidiar con ese marrón de entreguerra. De frío y hambre. Un tiempo donde la solidaridad no estaba vigente. Y los deviles pagaban las consecuencias. Pocos quedamos para contarlo. Y menos los que quieran ponerlo negro sabre blanco. Maldigo el adagio o dicho, que corría en la época, “el trabajo del niño es poco pero el que lo pierde es un tonto” ¡vaya parida!. Guardar ganado, espigar en verano. Nacimos en un tiempo perverso. Hoy nadie por aquí da un palo al agua, los trabajos forzados, los más duro están mecanizado. Nada de pico y pala, ni arrancar una encinas. No es de extrañar que la vida fuese tan corta, 40 años.,¿Alguien puede pensar; que haríamos hoy sin hospitales? Porque no había en los cuarenta. El de Cáceres; en esos años era más parecido a un lazareto de la edad media. Si, yo lo vi. Fui a ver ami padre que se moría ahí 1941. Me llevo mi tio Cerro. Con poco más de 4 años. Unas monjitas pedían por mi calle, una por cada asa de un baño de cinc. Aceite cereales,dinero. Para un hospital sin recursos. Poco podía ofrecer ese centro a un enfermo terminal... . Oyendo a los más viejos del pueblo; abuelos que habían nacido en el último tercio del S. XIX. . Contaban los abuelos, lo que parecía 'un milagro'. 'Ya operaban del 'dolor miserere' y gente que se salvaba. Una de las causas de muerte sin solución, 'apendicitis'. Por desgracia- por pura ignorancia- se solía llegar tarde al hospital. La guerra acabó en el 39. Empezaba la década de los cuarenta. Ahí me encontraba ya ese 1941 principio de una hambruna que duraría hasta 1953. Así que me quedaron gravados tantos duelos... Mi pueblo, Santiago del Campo. En la Extremadura profunda. empezaría un éxodo sin fin, del que pocos hemos podido librarnos. Y sigue como una maldición bíblica. Que ya afecta hasta a los que considerábamos ricos en los años 4o. “Tia Maria la rezandera”. Una señora de alguna manera ligada a la iglesia. Rondaria los 45. Viuda con dos hijas, Era la que cargaba con una mesa en la cabeza,camino del cementerio, las patas de la mesa hacia el cielo. Una costumbre en los entierros. Cada cierto espacio la colocaba en un lugar del camino, y los que portaban el féretro podían descansa un instante, poniendo a este encima. A la entrada del cementerio estaba la ultima parada. Ahí que yo recuerde, tío Sacristán cantaba una 'tremenda' hisopo en mano -siempre en Latin- acompañado alguna vez de su nieto, Faustino. Hijo de tio Nicasio. Este chico dos o tres años mayor que el que escribe. Moriría de TB, el verano de 195o. Es posible que estos dos servidores tuviesen alguna clase de subvención del cepillo parroquial. Tio Sacristán era ya en la época un anciano venerable, versado en latín, que era obligatorio para los curas. Y en esa lengua le contestaba al cura desde arriba del coro. Ahí subía yo los , domingos para curiosear. Me colocaba a su lado. Ante él un atril con un libro en latin. Un 'tocho' antiguo que los curas de los años 60, pueden haber vendido. Dado que lo hicieron con retablos, bancos, y todo lo que a los anticuarios les llamara la atención. Incluida una campana pequeña de fácil manejo. Y los parroquianos mirando a la luna en vez de al dedo acusador. Estos fueron el cura Barriga y, don Florencio. Ya al final de los 60. perdían feligreses y prebendas. Tía Maria era una reliquia de un pasado cuyos datos se pierden en la noche de los tiempos. Esa costumbre morirían con ella. Vestimenta fúnebre luctuosa de un pasado que llegué a vivir. Con una prenda negra sujeta en la cintura envolvía la cabeza que solo dejaba descubierto el rostro. Y como pregonera, lanzaba una alegoría por el difunto en las calles. Era una forma de luto riguroso. Tía María era pregonera que anunciaba la misa al noveno días, calle por calle,. Con la recomendación de una plegaria por el alma del difunto. Emilio Rey, diciembre o22 |