Santiago del Campo - Caceres

DESPIDIENDO EL OTOÑO.
Diciembre se prepara a recibir el solsticio de invierno. Por tanto las navidades están
a las puertas. El campo ha recibido la lluvia suficiente como para cambiar el color ocre; a tímidamente verdoso. Aprovecho el día diáfano y en calma para enfilar la
carretera de Torrejón el Rubio y dejar atrás la capital, Cáceres; dirección norte. Aprovechando la excelente red de carreteras extremeñas y con escaso tráfico. Conduzco despacio,la velocidad máxima es de 90, que no llego a alcanzar. A 10 k
de la urbe, se encuentra el rio Almonte que remansa las quietas aguas del pantano de Alcántara. La carretera se curva para perder o ganar altura al atravesar el cañón del cauce, con sus oscuras aguas. Sobresale la belleza agreste del paisaje. Si el nivel baja, pueden apreciarse puentes de épocas lejanas pensadas solo para arrieros, no actos para carruajes. Por tanto solo camino de herradura. Ya bien entrado el siglo XX (1925) en la olvidada Extremadura. La subida al lado norte es empinada, no han querido esmerarse mucho en rebajar y es aconsejable pasar a una marcha inferior. El paisaje cambia. Aquí predominan las retamas en todas estas onduladas colinas. Por donde unas vacas de pelo claro pacen a su aire entre retamas, sin hacer mucho caso a los autos que pasan raudos.
A 20 k, de la capital, dejamos la carretera principal para torcer a la izquierda y
llegar a Santiago del Campo. A solo 4 k. -Por fortuna para el pueblo,- esta se arregló no hace mucho. Y sigue el mismo rango a la que dejamos atrás. Excelente, lo que había sido hasta hace poco una quimera.
Al dejar atrás el río, la planicie ondulada se prolonga hacia el norte. Las retamas fueron sustituidas por encinas (según lo pautado por Europa hace años). A la izquierda, cambia el paisaje. Un huerto solar preside una vaguada donde antes los cereales fueron el sostén. Hasta que la C E quiso que estas tierras fuesen abandonadas para otro menester. Algo que nunca llegué a entender, ya que condenó a la región a producir pastos para el ganado vacuno. Un golpe bajo para un pueblo. cerealista.
Llegamos a un cambio de rasante que anuncia un pequeño otero “El Cebollar” desde aquí se ve el pueblo asentado en la hondonada del arroyo que lo cruza. Aquí nacieron y murieron mis ancestros. Aquí nací también hace muchos años, y corrí por sus calles enrolladas de oscuros callejones, descalzo con los de mi edad. En los difíciles años 40. Tiempos de grandes carencias y a pesar de todo de familias numerosas. Los recuerdos de mi infancia me hacen volver una y otro vez. con la nostalgia a cuestas. “Cualquier tiempo pasado fue mejor” nos dice el insigne poeta Jorge Manrique.
Los recuerdo de la muchachada gritando con sus juegos infantiles y el derroche de
energías. Ya solo nos queda una pizca de ironía para contarlo. El veterano reloj desde su emblemática espadaña, rompe el silencio nocturno con su son repetitivo e insistente. Sin percibir la soledad que le rodea como un símbolo de
lo que fuimos y vivimos contado a golpe de campana. Al abrir la abandonada casa de mis antepasados. Caigo en lo fugaz y efímera que es la vida. Como ” Lo que el viento se llevó” o mejor el original “.Ido con el viento”, Me cuesta sostener la severa mirada del retrato color sepia de mis progenitores, ajado por el olvido y el tiempo. Emilio Rey. diciembre.