un relato En Ahigal nació don Agapito Monforte Canillas, hombre inteligente, atento con todos. Existía una dehesa ahigalense, "Valverde-Siciedad", cuya compra se hizo en acciones, y de ellas, don Agapito poseía la mayoría. Residió también en Ahigal un zapatero famoso en el pueblo, cuyo buen humor se nublaba cuando el cuentillo de vino subía de precio. Así era Antonio Paniagua. Los de su edad lo llamaban "Galo" y los de generaciones posteriores "Tío Galo". Entre don Agapito y "Galo" existía buena amistad: dos pícaros que se ingeniaban para que uno de los dos fuera víctima jocosa del bromeo. Una vez el zapatero carecía de medios para cebar dos lechonas y rogó al propietario dejar ir a una de sus fincas al rebusco de bellotas. El ruego fue bien acogido y don Agapito dijo al solicitante: - Antoni, te vas a la dehesa de aquí, a la de Ahigal. Procura madrugar y aprovechar el día. No te dejes ver por Marcelo, el guarda, porque si te sorprende cogiendo bellotas, con lo recto que es, no te escapas de la denuncia. Mira, cerca de la linde con el término de Santibáñez, he visto yo que los cerdos han comido poco del vareo. Por allí puedes hacer carga. Galo tomó buena nota, y al día siguiente ya estaba en el lugar. Ilusionado y con gran contento, comenzó "Galo" su tarea. Y, afanoso y sin descanso, lograba coger más bellotas que él había imaginado. Pero don Agapito tenía su recámara. Y en la tarde de aquél día cabalgaba en su caballo hacia la dehesa para entrevistarse con el guarda y le dió esta orden: - Marcelo, prepara una caballería y vete ahora mismo a tal sitio, que allí encontrarás a Galo rebuscando bellotas. Sé de buena tinta que está por allí desde el amanecer. Así que te llevas también a dos o tres costales, pues me parece que serán los necesarios para envasar las bellotas que haya recogido hasta esta hora. Y no descubras que te mando yo... En pocos minutos, Marcelo se encontraba donde hacía su acopio el furtivo bellotero. Aguantaba el sorprendido el chaparrón y con mil disculpas pretendía tenuar su falta. Pero cuando el guarda se retiraba con la carga, cobró algo de aliento para decirle: - Adiós, g�en mozo. No te des tanta importancia, que no vas a hereal la dejesa con esos tres costales de bellotas...�oye! Y no te olvides de dale mis exprisiones al del chivatazo. Cabizbajo y dolido por la pérdida de una jornada de trabajo en su zapatería regresaba. En seguida fue al domicilio del galeno, al que le dijo que hubo chivatazo. Al oir esto, don Agapito trató de amansar a su interlocutor. - Bueno, hombre, no te disgustes. Llévate dos o tres costales de bellotas. Y Galo, despiediéndose, agradeció vivamente el regalo de las bellotas, a la vez que recordaba y maldecía entre dientes, con profunda tristeza, al guarda. Pronto se supo en el pueblo que aquello fue una de las bromas de don Agapito. Buenas noches."Arrebuscando" en el "baúl", me he encontrado este relato que aquí os dejo. UN SALUDO A TODOS. |