Animales salvajes Vivimos más años que nuestros antepasados primitivos, disfrutamos de más confort que los ‘salvajes’, estamos casi exentos de dolor, de muchas enfermedades, del hambre, la sed y de la fatiga. Pero nos reímos mucho menos que los pueblos primitivos. Nos aburrimos infinitamente más y carecemos de la espontaneidad, del optimismo permanente y de la fe en sí mismo que tiene el hombre de la naturaleza. La impresión que han sacado todos los viajeros y etnólogos que entraron por primera vez con tribus de cultura antigua, bien sea en los árticos, en los desiertos sudafricanos o en la estepa australiana, es la de su permanente felicidad, alterada únicamente por los imperativos del medio ambiente, imperativos a los que generalmente, estaban magníficamente adaptados. Y la hospitalidad, la ayuda mutua, la sinceridad, el carácter ‘infantil’ de los hombres de la naturaleza, son virtudes en las que coinciden todos los científicos que las han estudiado. ¿Por qué han perdido los hombres civilizados todas estas características del comportamiento que podrían encerrarse en la palabra ‘espontaneidad’? ¿Por qué tienen que pensar tantas veces las cosas antes de realizarlas? Seguramente porque llevamos mil años alejados de la naturaleza. Porque nuestras ansias infantiles de conocimiento, de contacto y de amor hacia los seres vivos, han sido transformadas por una educación utilitaria en inclinaciones agresivas que llevan al hombre no a usar sino a abusar de su mundo. Hoy la preocupación de todos los grandes pueblos de la tierra estriba en la destrucción del medio. La falta de ética hacia la naturaleza ha llevado a la humanidad a emponzoñar el ambiente en que se desenvuelve. Texto: Félix Rodríguez de la Fuente. Fragmento extraído de "Animales salvajes" (Ed. Everest, León, 1984). _________________ |