al fondo a la derecha En los pueblos la muerte es diferente. Tal vez más familiar, más íntima, más personal. La gente muere en las alcobas de las casas, con los años a cuestas. En la ciudad la gente muere en los hospitales, en el trabajo, en los bares, en las páginas de los periodicos, en las autovías. Mueren en los bajos, en los quintos o en los áticos. Mueren de tristeza o de cansancio. Y el cadaver se baja en ascensor, se sube a un coche y el coche para en un semáforo y pita al que va delante y aparca en doble fila. Y el conductor fuma y silva y escucha la radio. Y el cadáver callado, con el miocardio roto. En los pueblos nunca hay prisa, todo tiene su orden. En la ciudad la gente se rompe los tobillos con la urgencia y aprovecha la visita al cementerio para buscar donde enterraron a fulano o a mengana, mascullar un padrenuestro y luego correr hasta la puerta por miedo o claustrofobia. En los pueblos suenan las campanas con sus arpegios fúnebres y huecos, se oye el rumor de la gente en las iglesias llenas y el responso callado de los crisantemos junto a las frías lápidas. En las ciudades solo suena el tráfico. En algunas ciudades la muerte es más formal, más aparente. Le cantan nanas al difunto y bajan el ataúd con una plataforma, a manivela. Es un descenso más dulce, digno de un músico. Sin cuerdas ni golpes, sin enterradores. Muy mecánico, pero respetuoso. Pero unos y otros, en la ciudad como en el pueblo, después del dia de los Santos y los Difuntos, abandonan al muerto. Y el cementerio queda entonces repleto de adioses, de rumores de alas, de oraciones tristes y diapasones, de gatos y resquicios y fotografías rotas. Y un silencio casi eterno. Y un sitio más, y un sitio menos. En la ciudad el nicho 7, fila 4, tercera galería. En el pueblo unas esquinita, donde sea. Hace tiempo leí un poema de Vicente Gerbasi que decía: "En el pequeño cementerio donde callas,/ guardo para siempre / un solitario atardecer / de mariposas". Raúl Vacas Polo raulvacaspolo.blogspot.com |