Ibahernando - Caceres

(...) Si el proyecto reformista del Gobierno de Rajoy ha sorprendido a la izquierda con el paso cambiado y la historia reciente en contra, su defensa cerrada de Garzón en la calle prueba la peligrosa disposición de esa izquierda a ampliar el terreno de la convivencia a un escenario movedizo, sin limitaciones y sin reglas, en el que se pretende convertir en ágora política el insomne barullo de un mercado persa. A condición de que haga ruido, todo vale, en efecto. Desde el asamblearismo de opereta en la Puerta del Sol hasta las concentraciones vocingleras ante la sede del Supremo pidiendo que Pilatos presida el Tribunal y suelte a Barrabas tal cual exige el pueblo. Ni el respeto que exige una resolución jurídica, ni la unanimidad aplastante que avala la condena, han alterado el guión de quienes presentan a Garzón como la víctima simbólica de un ominoso Régimen que resucita siempre que la realidad les pone a dieta. Sin embargo, la izquierda no repara en matices, no se demora en sutilezas y se acoge gustosa a la ley de la calle que es, hoy por hoy, más ancha que la que les ofrece el Parlamento. Se trata, pues, de agigantar al enemigo para escurrir el bulto del combate de ideas. De vendernos la burra de una espontánea indignación en vez del penco exhausto de un secular resentimiento. De camuflar la vergonzosa carencia de discurso exacerbando el recurso de al pataleo. Al cabo, el «agit-prop» prende como la yesca. Lo difícil es, luego, apagar el incendio.
Tomás Cuesta,ABC