Quince años ininterrumpidos asistiendo al “Día de la Luz”. Pero este año no, este año no sé que fuerza oculta me eximió de asistir al fatal accidente de un amigo. Fue la misma noche del lunes cuando, leyendo por internet los periódicos regionales, me enteré del grave accidente sufrido por un policía local de Arroyo de la Luz. Mis ojos no daban crédito: Cándido (mi amigo Candi) era el afectado en tan lamentable incidente.
No siendo hora oportuna para llamar a nadie e interesarme por él, dejé pasar –con intranquilidad- la madrugada del martes. Pero a la mañana siguiente del fatídico martes, una voz –al otro lado del teléfono- me encogió el corazón diciéndome que “Candi ha fallecido a las 6,00 horas, en el hospital de Badajoz”. Las lágrimas no me dejaban pensar. Todos mis momentos junto a él (durante treinta y un años) pasaron en décimas de segundo. Con la prudencia que da esos momentos de locura, mis pensamientos se desviaron hacia su mujer (Mari Luz) e hijo (Carlos). Toda la mañana fue un “vivir, sin vivir en mí”: llamadas accidentadas, olvidos imperdonables,… buscando justificaciones a algo que se me escapaba de las manos.
Horas más tarde, desde la “sensatez”, empecé a recordar momentos a su lado. Cuando lo conocí, allá por 1.977, un frío domingo de diciembre, acompañado por sus tres escuderos: Jerónimo, Lázaro y Sebas; a los cuales se les incorporó Mendo. Lo que me hicieron correr los “canallas”. Candi y yo siempre al frente de las carreras, ganara quien ganara el siempre salía vencedor. Como competidor y rival siempre fue un SEÑOR y como amigo un CAMPEÓN. “El Rodeo” ha perdido parte de su historia con su fallecimiento.
El destino, como es así de caprichoso, nos volvió a unir. Pero esta vez quiso que la modalidad deportiva fuera el fútbol. Fueron buenos años para nosotros, gracias al C.P. Malpartida volvimos a encontrarnos para seguir disfrutando de nuestra amistad y compartirla con todos los componentes de los equipos durante esos años. Más que un equipo de fútbol éramos un equipo de amigos. ¡Que viajes!, si parecía que íbamos de excursión.
Fueron pasando los años y, aunque nos viéramos de vez en cuando, nuestra amistad perduró. Quiso, asimismo el destino, por cuestiones laborales, que me asignaran –entre otros- Arroyo de la Luz y volvimos a retomar con más fuerza (si se podía) nuestra amistad. Catorce años de cafés y cervecitas, sino de a diario de un continuo, preguntándonos por la familia y los amigos, recordándonos viejas “batallas”.
Hoy, miércoles, en Arroyo alguien me ha preguntado: “¿con quién te tomarás el café ahora?”; “con Candi” he respondido, sin darme cuenta que hoy le estaba dando mi último adiós. Pero me da igual, lo tome con quien lo tome siempre estará presente aunque su ausencia será irremplazable. Ya no me quedan lágrimas para Candi, las que me quedan se las debo a su mujer y a su hijo. El jamás hubiera permitido ver sufrir a su mujer e hijo como están sufriendo, y yo como amigo tampoco. Decir que era bueno, es decir nada de él. A él lo hizo su madre fuerte y grande para que le cupiera el corazón y hacerlo mejor persona, mejor amigo, mejor compañero,… y si la bondad –en el más amplio sentido de la palabra- fuese personificada, esa sería Candi.
Las últimas letras que escribo, me gustaría hacerlas mías, pero son extraídas de un verso de Miguel Hernández (“Elegía a Ramón Sijé”), ellas resumen mi sentimiento hacia Candi y hacia toda su familia:
“A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.”
ADIÓS CANDI, ADIÓS CAMPEÓN