La sala de plenos del Senado se reutilizará como salón de bingo La sala ofrece la mayoría de servicios necesarios para montar un bingo y pasa la mayor parte del tiempo vacía. Carrera de San Jerónimo, ingenería agraria. ¡Basta de despilfarro! En las pasadas encuestas la mayoría de españoles mostró cierto descontento con el Senado español: «no sabemos para qué sirve, no sabemos qué se cuece allí y esos viejos carcamales gastan un dineral de nuestros impuestos». Por ello, el Gobierno (siempre sensible a lo que sea ahorrarse unos eurillos para Merkel) ha escuchado al pueblo. ¿Disolverá el Senado? ¡No! ¿Se imaginan el pastizal en indemizaciones por despido? ¡Que no estamos hablando de obreros, becarios o demás mindundis! Así que los rumores apuestan por la transformación del Senado en un espacio más solvente para las arcas estatales. Según el estudio presentado, el Senado ofrece unos asientos cómodos que te cagas, todos orientados hacia un punto central, una pantalla de última generación, dispone de azafatas (perdón, ilustrísimas funcionarias de la cámara del Senado) y es un edificio céntrico; ergo: el mejor lugar para un bingo. Además, de por sí suele estar lleno de vejetes, así que no hace falta ni atraer a los clientes. La mayoría de senadores se muestran encantados: «A mi me pones una ley de ordenación civil y me quedo frito a los dos segundos, pero si me pones un par de cartones...¡eso ya es otra cosa!». Así el negocio será redondo: dejamos de gastar en senadores y estos comienzan a dejarse los duros en lo público. Para que no se diga, se pretende aprovechar los descansos entre serie de cartones para aprobar un par de leyes que vengan del Congreso. Ante todo, ¡guardianes del bienestar del Estado! Además, así la democratización del órgano de seniles del Estado será completa. Ciertas sesiones estarán abiertas al público, así los jubilados de toda España podrán acercarse al congreso y disfrutar (previo pago) del espectáculo: leyes, buenos sillones, maderas nobles, cartones y premios ajustados; no muy altos, pero que provocarían la muerte por sobredosis de chinchón a cualquier jubilado. De momento, el único que se muestra ofendido ante la propuesta es Santiago Carrillo: «Ahora que me ponen un bingo, van y no me dejan fumar. ¡Maldita sea! |