Alcollarín - Caceres

Soy un loro. Un estúpido loro harto de migas y pipas subvencionadas por la UE. Soy un loro de vuelo torpe a causa del exceso de bagaje culinario en mis envejecidas entrañas. Los loros siempre comemos lo que comen los demás y repetimos lo que dicen los humanos, con una reiteración que roza la imbecilidad....
El otro día descansaba en el ramaje del centenario álamo de un colegio de la gran ciudad. Llovía a mares desde hacía varios días, como una suerte de anticipo del denostado diluvio universal. Los diluvios son necesarios porque limpian la atmósfera de virus, bacterias y contribuyen a la selección natural. Solo las absurdas especies más torpes, hurañas y oportunistas suelen sobrevivir a estos fenómenos.
A la salida del colegio pude comprobar la enorme capacidad de amar y sonreír que tienen mis imitados humanos y, eso, a pesar de la larga lista de preocupaciones cotidianas que les acechan; ya sean letras de la hipoteca, gastos generales de la casa, del colegio, de la alimentación, del combustible sobreinflacionado de, a duras penas, llegar a final de mes, de las caprichosas y, muchas veces mortales, enfermedades que les acosan.... Y a pesar de todos estos lamentables lastres, abrazaban a sus hijos, les besaban, les llenaban de lisonjas, de preguntas y sonrisas sinceras como soles. Todavía podían amar venciendo cualquier duda o sombra que les rodeara. Eso siempre me llamó la atención en mis adorables amigos y vecinos.
Pero en aquel colegio había una niña que permanecía estática sobre el improvisado rellano de la entrada. Mirando nerviosa a todos lados, como buscando aquellos besos y arrumacos que, de momento, solo estaban destinados a sus compañeros de clase. Su físico era poco favorecido, cabellos embarullados, gafas de otra época para tapar sus estrábicos ojos, el rostro hinchado a causa, quizás, de los muchos llantos acumulados a lo largo de su corta vida. Pero a mi me parecía bella. La belleza agreste de las que se descubre cuando se mira desde muy cerca.
Continuaba nerviosa envuelta en aquella triste y agotada expresión y yo la observaba a ella desde mi árbol con más melancolía todavía sin poder ser divisado. Allí no venía nadie a recogerla y el resto de compañeros ya habían desaparecido de la mano de sus ilusionados padres endeudados. Al fin, cuando ya solo llegaban ecos lejanos de otros colegios, de los coches intentando despistar los infinitos charcos del asfalto, de las músicas de fragancias de las cocinas de las casas, que me hacían desmayar cuando intentaba escucharlas a través de mis diminutos orificios nasales; al fin, llegó la que parecía su madre con un bebé de la otra mano y una expresión pegada a su rostro de la que ya lo ha perdido todo sin siquiera haber jugado ningún número en la lotería de la vida.
Mi amiga pareció emitir un guiño de satisfacción que, apenas, duró unos segundos, y bajó corriendo las escaleras del colegio para lanzarse al regazo de su mamá. Aun, a sabiendas, de que se iba a poner como una sopa. La mujer no la besó y dio la vuelta para volver por donde había llegado, con la niña a su lado sin ofrecerle, siquiera, el calor o el frío de su mano de adulta, de su mano de sabiduría . Y la niña la acompañó ni muy cerca ni muy lejos, apocada, silenciosa, con la cabecita ligeramente gacha, hasta perderse en la lejanía de las cosas que rodean la existencia de las personas. Y yo, desde mi álamo, la hice un guiño de pájaro cómplice cuando ella torció su cabeza para descubrir donde me encontraba enseñándome la blancura de lo que me pareció una postrera sonrisa.
Los loros no lloramos, pero solemos manifestar nuestra templanza o nuestros problemas removiendo y ahuecando nuestro plumaje. Así lo hice.
He decidido, desde ese lluvioso día, no volver a la gran ciudad. En esos días grises y húmedos lo que parece luz, progreso y espontánea felicidad, se transforma en sombras y desconfianzas. En esos días, parece como si el agua, a modo de tul de las sensaciones de los humanos, nos enseña la enorme distancia que existe entre la sonrisa sincera de un agobiado y el desprecio del muerto que vive. La distancia que existe entre el compromiso material del que todos son esclavos y el compromiso moral del que, tan solo, unos pocos se alimentan.
Ahora descanso en mi encina de la dehesa de la boticaria y escucho otro tipo de compromisos, los que llevo cien años oyendo sin que hayan variado un ápice. Y siempre guardo en un rinconcito de mi extraviada memoria un recuerdo para aquel último cruce de complicidad, entre un viejo pájaro loco y la niña que luchará contra la muerte viva de su madre y de su padre cada segundo y cada día de su vida, para huir con toda su furia del prematuro ataúd instalado en su hogar... Y la observo como se pierde en la lejanía empapada en lluvia, desprotegida pero henchida de fuerza para vencer la siguiente batalla. Y los adulterados charcos de agua, mugre y aceite se me figuran un enorme océano. Y lloro. Pero los loros no lloramos, solo repetimos lo que dicen los demás.
Agur

Perdón, por el error, quien debería firmar este pqueño relato es unloro. Mi amigo peter se ha liado al colgarlo.
Un saludo

Precioso relato, amigo loro. Yo no soy muy llorona, me aguanto mucho, pero creeme si te digo que se me han humedecido los ojos.¡¡¡ Pobre niña!!! Seguro que quien fué a buscarla a la salida del cole, no era su madre, porque no me puedo imaginar que una madre pueda ser tan fria con sus propios hijos. Aunque sé que existen esa clase de personar, me resisto a creer que una madre se pueda comportar así.

Un abrazo.

Estimada Rosa. Créeme si te digo que, aunque los loros no tenemos el don del llanto, me temblaba el pulso cuando escribía con mis arrugadas patas lo que escribía.
Yo creo, Rosa de los vientos, que esa mujer tampoco era su madre. Se trataba de una especie de zombi de ojos opacos y caminar autista...
Estoy de acuerdo contigo. Las madres nos dan la vida y, son LA VIDA.
Un abrazo

Querido Loro, emocionadisimo, el duende se ha quedado, que historia tan tríste.Porque creo que no hay cosa que hiera más nuestra sensibilidad que la tristeza de un niño.
Normalmente solemos ver todo lo opuesto, abuelos que arropan el corazón de sus nietos, rellenando el hueco que los padres dejan, por motivos de trabajo.Esos abuelos entregados en cuerpo y alma a sus hijos y nietos.
Tambien a esos padres que apresurados llegan justo a la hora para estar los primeros a la salida de sus hijos, en fin, eso es lo normal.
Pero tristemente debe haber todo en el mundo, y es triste verlo como lo has visto tú, con tus ojos de Loro, ahí quieto en la rama sin poder hacer nada, solo un pequeño guiño.
Grácias Loro, por relatarnos lo que ves, es bueno tener cerca alguien como tu, que nos de otra óptica de la vida.
Un beso fuerte.....

Aunque no son horas, quisiera hacer una aclaración a lo escrito anteriormente para evitar cualquier tipo de suspicacia o malinterpretación. Los loros no juzgamos las conductas de las personas, nosotros somos juzgados continuamente y, no siempre, tenemos defensa...
En mi visión desde el árbol, creo que pude ver lo que, cotidianamente, vemos todos sin, la mayoría de ocasiones, podamos intervenir.
En la vida, a pesar del olor a caramelo y el fluir amable de las cosas, también existe una óptica diferente, oscura, necia, huraña, interpretada por personas que, casi siempre, tenemos cerca.
Debería haber dedicado ese escrito a todas esas abnegadas madres maltratadas que deambulan por la vida sin pena ni gloria, con un ataud colgado a sus espaldas. La niña de mi visión no tenía culpa de eso, ni la sociedad amable que la rodeaba tampoco o ¿si?
No refresca mucho en el encinar. El viento es cálido y húmedo y provoca inquietud entre el rebaño, a la espera de la próxima tormenta.
Un saludo

¡Genial narración!. Eso es literatura.
Eres único, Loro. Lástima que no te prodigues más, para nuestro deleite.
Después de ver el partido de la Sexta me he asomado, antes de irme a la cama, para ver si había alguna novedad y me he encontrado con este soberbio escrito.
Gracias, gracias Loro.
Un abrazo

Buenas tardes Loro,hemos querido entrar antes,pero teníamos dificultades con el foro,había algún error.Ayer leímos tú escrito y nos gustó,muy triste si,pero sabes tienes razón,hay madres que andan así,por desgracia,que su vida,no es dulzura,ni alegrías,ni tienen amor,sino todo lo contrario,maltratadas por la vida o por......quién sabe,y pasan sin pena ni gloria,con esos hijos que no tienen en la cara la alegría de los demás niños,esos niños lo sufren en silencio,y se les ve en sus caritas,es la cruda realidad,de la sociedad,que muchas veces (la mayoría) no vemos,mejor dicho nos hacemos los ciegos.Loro,relato bién echo,narrado y un toque para todos nosotros.Y no os olvideis de abrazar a vuestros hijos y darles un beso todos los días,cuando vayais a buscarles al colegio.Un abrazo muy muy fuerte,para todos.

loro, bendito loro burtoniano, ojalá tú aludieras en el foro de mi pueblo a los lectores. Que sentimientos hay dentro de tí? que te enseñaría a sufrir a tí??.
eres el antiseptico que me cura de las pequeñas heridas sociales de estos pqueños núcleos cerrados (a veces) que son los pueblos.

Estimado Loro; con tu juiciosa literatura nos has hecho ver la realidad de la cruda vida, imágenes que diariamente vemos, manteniéndonos inmóviles ante ellas, mirando hacia otro lado-cosa común en estos días- encerrándonos en nuestra coraza evitamos así que "lo feo" no nos toqué, así pues, la insociabilidad y la inhumanidad fluyen a raudales en está nuestra sociedad.
SALUDOS!