1º de Mayo El movimiento obrero en favor de la reducción de la jornada de trabajo, comenzó en la América del Norte a principios del siglo. Ya en 1803 y 1806, respectivamente, se organizaron los carpinteros de libera y los carpinteros de construcciones urbanas de Nueva York. En 1832 se hizo en Boston la primera huelga en favor de las diez horas por los calafateadores y carpinteros, y aunque no tuvo resultados en aquella ciudad, ganáronla, en cambio los huelguistas de Nueva York y Filadelfia. El movimiento obrero adquirió gran incremento en 1840, a raíz de ser promulgada por el presidente de los Estados Unidos, Martín Van Buren, la jornada legal de las diez horas para todos los empleados del gobierno en las construcciones de la armada. Un mitin en favor de las diez horas tuvo lugar en Pittsburgo, el 18 de junio de 1845, a consecuencia del cuál se declararon en huelga más de 4.000 obreros, que resistieron cinco semanas, a pesar de no contar con grandes recursos. Desde 1845 a 1846, las huelgas se repitieron continuamente en los Estados de Nueva Inglaterra, Nueva York y Pensilvania. El primer Congreso obrero se celebró en Nueva York el 12 de octubre de 1845, y en él se acordó la organización de una sociedad secreta para apoyar las reivindicaciones del proletariado americano. A medida que aumentaba la agitación en las filas de la clase trabajadora, germinaba en las esferas del poder la idea de hacer concesiones y aunque éstas habían de resultar, como resultaron, Perfectamente inútiles, no por eso dejaron de hacerse. El Parlamento inglés estableció la jornada legal de diez horas en 1847, y en los Estados Unidos se celebraron innumerables mítines para felicitar a los obreros británicos por su triunfo. A consecuencia de un Congreso industrial celebrado en Chicago en junio de 1850, sé organizaron en muchas ciudades agrupaciones de oficio para obtener la jornada de diez horas por medio de la huelga. En 1853, en casi toda la República no se trabajaba más que once horas, mientras que antes no se trabajaban menos de catorce. Desde entonces, los obreros norteamericanos consagraron todos sus esfuerzos a obtener la reducción de la jornada de trabajo a ocho horas solamente. El presidente Johnson promulgó la legalidad de las ocho horas para todos los empleados del gobierno, y los obreros continuaron, reclamando a los patronos la adopción del sistema de las ocho horas. El 20 de agosto de 1866 se celebró en Baltimore un gran Congreso obrero, en el cual se declaró que ya era tiempo de que los trabajadores abandonasen los partidos burgueses, y se acordó, en consecuencia, organizar el partido nacional obrero. Él 19 de agosto del siguiente año celebraba ya su primer Congreso en Chicago el nuevo partido. En 1868 y en los siguientes años se declararon multitud de huelgas en pro de las ocho horas, perdiéndose la mayor parte de ellas. No por esto el movimiento cesó, sino que, como siempre, estas luchas animaron a los obreros a mayores empresas, inclinándolos cada vez más a las ideas socialistas. La "Liga de las Ocho Horas" que se organizó, en Boston el año 1869, adoptó decididamente el programa socialista. De 1870 a 1871 empezaron a organizarse entre los alemanes residentes en los Estados Unidos las primeras fuerzas de la "Asociación Internacional de Trabajadores". La influencia que esta Sociedad ejerció m el movimiento obrero americano fue notabilísima. Las masas populares, aun no bien penetradas de sus verdaderas aspiraciones, empezaron a comprender toda la grandeza de las ideas revolucionarias. Puede decirse que los trabajadores americanos, como los europeos, deben sus más firmes ideas sociológicas a aquella gran Asociación que, si en apariencia ha muerto, vive hoy más que nunca en todos los pueblos y en todos los que luchan por su emancipación definitiva. Como consecuencia inmediata de la organización de la Internacional, se declararon en huelga en Nueva York más de cien mil obreros. El invierno de 1873-74 fue crudísimo y la paralización de los trabajos tan grande, que muchos miles de hombres sufrieron los horrores e una muerte lenta por el hambre y el frío. Los obreros sin trabajo de Nueva York se reunieron en imponente manifestación el 13 de enero de 1872, y cuando la plaza pública estaba materialmente cubierta con hombres, mujeres y niños, la policía acometió brutalmente por todas partes a la manifestación, disolviéndola en medio del mayor espanto de aquellos hambrientos indefensos. Desde 1873 a 1876 fueron muchas las huelgas que se registraron en los Estados de Nueva Inglaterra, Pensilvania, Illinois, Indiana, Misurí, Maryland, Ohio y Nueva York viniendo a ser así como el preámbulo de los últimos acontecimientos. Las grandes huelgas de los empleados de ferrocarriles en 1877 fueron el comienzo indudable del conflicto actual entre el capital y el trabajo. Finalmente, en el año 1880 quedó organizada la Federación de los trabajadores de los Estados Unidos y Canadá, y en octubre de 1884 acordase, en una reunión celebrada en Chicago, que se declarase en 1º de mayo de 1886 la huelga general por las ocho horas. En la fecha acordada estalló en aquella población la huelga, y desde luego obtuvieron un triunfo completo los constructores de edificios, los tabaqueros y otros oficios. Hay que tener en cuenta que los canteros de Chicago no trabajaban más que ocho horas desde 1867 y que muchos Estados se apresuraron a decretar la jornada legal de las ocho horas, decretos y leyes que fueron por completo letra muerta, pues los burgueses prescinden de ellas, como hacen siempre que a sus intereses conviene. En conclusión: más de 200.000 obreros de los Estados Unidos habían obtenido a mediados de mayo de 1886 una reducción de horas y otras ventajas. De 110.000 obreros que en Chicago y sus alrededores se declararon en huelga, 47.500 obtuvieron triunfo completo sin gran esfuerzo. En Norte América nació la idea de iniciar la huelga general y ya hemos visto como la clase trabajadora ha respondido en todas artes a aquella iniciativa. De Chicago partió la primera señal, y apenas ha transcurrido tiempo apreciable cuando la lucha se ha generalizado de un modo imponente. A pesar del gran movimiento obrero que acabamos de reseñar, las ideas socialistas hallaban cierta resistencia entre la población americana, mas extendíanse con inusitada rapidez entre los elementos alemanes y otros que componen una parte muy importante de los centros industriales de los Estados Unidos. Una de las causas principales de aquella resistencia era la falta de periódicos obreros. El Socialista era el único periódico que desde Nueva York, editado por Víctor Drury, extendía entre la población de origen inglés las ideas de emancipación social. En Chicago especialmente, los socialistas carecían de fuerza. Durante mucho tiempo, Alberto R. Parsons, fue el único orador inglés de las reivindicaciones sociales. Además los socialistas norteamericanos fiaban mucho en los procedimientos electorales, y fue preciso el transcurso de algún tiempo para que la experiencia les demostrase que sólo por los procedimientos revolucionarios se podía obtener algún resultado práctico. En Chicago llegaron, no obstante, a obtener los socialistas significativos triunfos electorales, hasta que mixtificadas las elecciones por el poder, a fin de evitar los éxitos continuos del socialismo, y divididos los socialistas en dos bandos por sostener a distintos candidatos, empezó a ganar prosélitos la idea de la abstención y del apartamiento de la política. El periódico de Boston Liberty, editado por el anarquista individualista Tucker, el Arbeiter Zeitung, de Spies, y la Alarm, de Parsons, que se publicaban en Chicago, popularizaran las ideas anarquistas. Los anarquistas de Chicago combatieron primeramente el acuerdo de la Federación de los trabajadores de los Estados Unidos y Canadá referente a la huelga de 1º de mayo de 1886, pero combatiéronlo por juzgarlo insuficiente y ser partidarios de ir derechamente a la Revolución. Más tarde dejaron de combatirlo y aun lo apoyaron, pues comprendieron que la huelga general por las ocho horas era indudablemente un medio de aunar las fuerzas obreras y agitar la opinión y las masas, preparándolas para otras más resueltas actitudes. Se formó en Chicago una asociación de las ocho horas y se celebraron multitud de reuniones al aire libre, organizándose y preparándose casi todos los oficios para la anunciada huelga. Los grupos socialistas y anarquistas desplegaron en esta tarea una actividad prodigiosa, tendiendo siempre a establecer la solidaridad más estrecha entre todos los trabajadores. The Alarm era el órgano de los anarquistas americanos, y desde las columnas de aquel periódico hizo Parsons una enérgica campaña en pro de la huelga general por las ocho horas. El órgano más importante de los anarquistas alemanes, el Arbeiter Zeitung, del que eran los principales redactores Spies, Schwab y Fischer, no se distinguió menos en la propaganda de la huelga general. Ambos periódicos agitaron la opinión de tal manera, que desde luego se preveía que la lucha iba a ser terrible. Los oradores anarquistas que más se distinguieran en los mítines fueron Parsons, Spies, Fielden y Engel. Estos eran conocidos como tales, no sólo entre los trabajadores, sino también entre los burgueses. A medida que se aproximaba el día 1º de mayo la agitación iba en aumento. Los capitalistas empezaron a tener miedo, y decidieron organizarse para resistir las pretensiones de los obreros, y la prensa asalariada se mostró cruel e infame en los medios que proponía para acallar el descontento de las clases jornaleras. La lucha que se avecinaba tuvo por preliminar graves conflictos entre patronos y obreros. El más importante ocurrió durante el mes de febrero en la factoría de Mc. Cormicks, donde fueron despedidos 2.100 obreros por negarse a abandonar sus respectivas organizaciones. Por fin llegó el 1º de mayo. Miles de trabajadores abandonaron sus faenas y proclamaron la jornada de ocho horas. La Unión Central Obrera de Chicago convocó un mitin, al que asistieron 25.000 personas. Dirigieron la palabra a la concurrencia Spies, Parsons, Fielden y Schwab. La paralización de los trabajos se generalizó. En sanos cuantos días los huelguistas habían llegado a más de 50.000 Las reuniones se multiplicaron. La policía andaba ansiosa sin saber qué hacerse. Tuvo el valor de acometer a una manifestación de 600 mujeres pertenecientes al ramo de sastrería. Los patronos empezaron a hacer concesiones. La causa del trabajo triunfaba en toda la línea. El 2 de mayo tuvo lugar un mitin de los obreros despedidos de la factoría Mc. Cormicks para protestar de los atropellos de la policía. Los oradores del mitin fueron Parsons y Schwab. El día 3 se celebró un importante mitin cerca de Mc. Cormicks. Spies, que era conocido como buen orador, fue invitado a hablar. Cuando trató de hacerlo, muchos concurrentes ajenos a las ideas socialistas protestaron gritando que no querían oír discursos anarquistas. Pero Spies continuó su peroración, y bien pronto dominó al público, siendo oído en medio de un gran silencio. A las cuatro, sonó la campana de Mc. Cormicks, y empezaron a salir los obreros, que continuaban trabajando en la factoría. Una gran parte de los reunidos hizo, un movimiento de avance hacia Mc. Cormicks, sin que Spies interrumpiese su discurso, que duró quince minutos. El pueblo empezó a arrojar piedras a la factoría, pidiendo la paralización de los trabajos. Entonces se aviso por teléfono a la policía, que acudió presurosa. fue acogida su presencia con grandes muestras de desagrado, y acometió por ello a la multitud disparando algunos tiros. Los obreros se defendieron a pedradas y a tiros de revolver. La policía hizo entonces un fuego vivo y continuo sobre la muchedumbre, no respetando a los niños, a las mujeres y a los ancianos. El terror se apoderó de las masas, que huyeron despavoridas, dejando tras de sí seis muertos y gran número de heridos. Presa de gran indignación corrió Spies a las oficinas del Arbeiter Zeitung, y escribió un manifiesto titulado “circular del desquite”, que fue distribuido en todas las reuniones obreras. En las reuniones de aquella misma noche se discutieron los sucesos de Mc. Cormicks. Se acordó por de pronto convocar un mitin en Haymarket para la noche siguiente, a fin de protestar contra las brutalidades policíacas. A la mañana siguiente, 4 de mayo, Fischer informó a Spies del acuerdo tomado y le invitó a que hablase en el mitin, prometiéndolo así Spies. Este vio poco después la convocatoria del mitin, en la que se leía: "¡Trabajadores, a las armas y manifestaos en toda vuestra fuerza!" Entonces Spies dijo que era necesario prescindir de aquellas palabras, y Fischer accedió a su deseo de la convocatoria, así corregida, se tiraron 20.000 ejemplares, que fueron repartidos entre los obreros. Parsons se hallaba a la sazón ausente en Cincinnati. Al llegar a Chicago el día 4 por la mañana, ignorando el acuerdo tornado y queriendo ayudar a su esposa en los trabajos de organización de las costureras, convocó al "Grupo americano" a una reunión en las oficinas del Arbeiter Zeitung. Por la tarde fue Spies a Haymarket, y no viendo a ningún orador inglés se dirigió con algunos amigos en busca de Parsons; pero corno no lo hallase, volvió a Haymarket ya de noche y dio principio al mitin. Entretanto algunos miembros del "Grupo americano", entre ellos Fielden y Schwab, fueron llegando a la redacción del Arbeiter Zeitung. A eso de las entró Parsons con su compañera, sus dos niñas y la señorita Holmes. Schwab abandonó pronto el local para dirigir un mitin en Deering, donde estuvo hasta las diez y media. La discusión sobre la organización de las costureras cesó al tenerse noticias de que en Haymarket hacían falta oradores ingleses, adonde se dirigieron Parsons y su familia, Fielden y la mayor parte de los concurrentes. Al llegar Parsons al mitin, dejó de hablar Spies y tomó aquél la palabra. Su discursó duró una hora aproximadamente. El mitin se celebró en medio del orden más completo, hasta el punto de que el Mayor de Chicago, que asistía al mitin con propósito de disolverlo, si era necesario, lo abandonó al concluir de hablar Parsons, avisando al capitán Bonfield que diera las órdenes oportunas a los puestos de policía para que se retiraran las fuerzas a sus casas. A Parsons siguió en el uso de la palabra Fielden. El tiempo amenazaba lluvia y soplaba aire frío, por cuya razón, a iniciativa de Parsons, se continuó la reunión en el próximo salón llamado Zept-Hall. No obstante esto, continuó hablando Fielden ante unos cuantos centenares de obreros que quedaron en Haymarket. La mayor parte de los concurrentes, y entre ellos Parsons, se dirigió a Zept-Hall, donde hallábase Fischer. Terminaba ya Fielden su discurso, cuando del puesto de policía inmediato se destacaron en formación correcta y con las armas preparadas unos ciento ochenta policías. El capitán del primer cuerpo había ordenado que se disolviese el mitin, y sus subordinados, sin esperar a más, fueron avanzando en actitud amenazadora. Cuando era inminente el ataque de la policía, cruzó el espacio un cuerpo luminoso que, cayendo entre la primera y segunda compañía produjo un estruendo formidable. Cayeron al suelo más de sesenta policías heridos y muerto, uno de ellos llamado Degan. Instantáneamente la policía hizo una descarga cerrada sobre el pueblo, y éste huyó despavorido en todas direcciones. Perseguidos a tiros por la policía, muchos perecieron o quedaron mal heridos en las calles de Chicago. Los burgueses, en el período culminante de excitación, habían perdido la cabeza, impulsados por el frenesí del terror, empujaban a la fuerza pública a la matanza. Se prendió a los obreros a derecha e izquierda, se profanaron muchos domicilios privados y se arrancó de ellos a pacíficos ciudadanos sin causa alguna Justificada. Los oradores de Haymarket, a excepción de Parsons, que se había ausentado, fueron detenidos los que se hablan significado de algún modo en el movimiento obrero fueran perseguidos y encarcelados. El periódico Arbeiter Zeitung fue suprimido y todos sus impresores y editores detenidos. Los mítines obreros fueron prohibidos o disueltos. Después se hicieron circular los rumores más absurdos y terroríficos de supuestas conspiraciones contra la propiedad y la vida de los ciudadanos. prensa capitalista no cesó de gritar: “¡Crucificadlos!”. Así fue bruscamente interrumpido el movimiento por las ocho horas de trabajo. La policía se entregó a un misterioso y significativo silencio, a la par que hacia circular la especie de que tenía ya las pruebas más evidentes contra los perpetradores del crimen de Haymarket. Indudablemente se preparaba una comedia sangrienta. ¿Qué de extraño tiene, qué de particular que un trabajador cualquiera hubiese arrojado la bomba que sembró el espanto en medio de la policía, si ésta había ametrallado y trataba de ametrallar otra vez a pacíficos obreros que ejercían su derecho garantizado por las leyes americanas?. ¿Por qué admirarse de una consecuencia natural del derecho a la defensa propia? Perseguidos a tiros, los trabajadores, contestaron como era natural. la fuerza contra la fuerza. Cualquier otra cosa hubiera sido cobarde. A consecuencia de los sucesos que acabamos de reseñar, se incoó el correspondiente proceso. El día 17 de mayo se reunió el “Gran Jurado”. Desde Chicago se dirigió a un periódico de Nueva York un telegrama que decía: “El Jurado es de los mejores y podemos asegurar que la anarquía y el crimen no tendrán cuartel en manos de los que componen por decir si que componen aquella corporación. Es indudable que Spies, Parsons, Schwab y otros agitadores serán acusados”. Y en efecto, el jurado se componía de elementos predispuestos contra los socialistas y anarquistas, y los principales propagandistas y escritores de esas ideas fueron acusados. La acusación contenía sesenta y nueve cláusulas, complicando en el asesinato del policía Degan a Augusto Spies, Michael Schwab, Samuel Fielden, Adolfo Fischer, George Engel, Luis Lingg, Oscar W. Neebe, Rodolfo Schmaubelt y William Seligér. El último hizo traición vendiéndose villanamente a la policía. Schmaubelt y Parsons no se hallaban en poder de la policía, pero el segundo, cuando llegó el momento preciso, seguro de su inocencia, se presentó en el banco de los acusados para ofrecer con sus compañeros la vida en holocausto de las ideas. El día 21 de junio tuvo lugar el examen de los jurados ante el juez Joseph E. Gary. Fueron interrogados más de mil individuos, entre los cuales sólo había cinco o seis obreros, que recusó el ministerio público. En cambio fueron admitidos hombres que declaraban previamente que tenían un prejuicio desfavorable acerca de los anarquistas y socialistas, como clase; hombres que afirmaban estar previamente convencidos de la culpabilidad de los Acusados. En los autos constan estas declaraciones, y a pesar de las oportunas protestas los acusados tuvieron que conformarse a poner su vida en manos de gentes que desde luego los creían criminales. Cuando la defensa pidió que se instruyese de nuevo el sumarlo, se hizo constar por medio de declaración jurada que el alguacil especial Henry Ryce había dicho a varias personas muy conocidas en Chicago, que al efecto se citaban, que él había sido el encargado de prepararlo todo de tal modo, que no formaran parte del jurado más que hombres desfavorables a los acusados y éstos hubieran de ser así condenados forzosamente. ¡He ahí la pureza de la justicia federal de los Estados Unidos! El examen de los jurados duró veintidós días. El 15 de julio, Grinnell, como representante del Estado, empezó su acusación complicando a los comparecientes con los delitos de conspiración y asesinato y prometiendo probar quién había arrojado la bomba de Haymarket. Fundaba la acusación en que los procesados pertenecían a una sociedad secreta que se proponía hacer la Revolución Social y destruir por medio de la dinamita el orden establecido. El 1º de mayo era el día señalado para realizar el movimiento, pero causas imprevistas lo impidieron. Así quedó aplazado para el 4 en Haymarket. Lingg era, según Grinnell, el encargado de comprar dinamita y confeccionar bombas, Schnauhelt, cuñado de Schwab, era el que había arrojado la bomba de Haymarket con ayuda de Spies. El plan de acción había sido preparado por este último. Grinnell acusó de cobarde a Spies porque no asistió a la refriega de Mc. Cormicks, pero más adelante, a fin de sentenciarlo a muerte, acumuló sobre él toda clase dé horrores, apoyándose en el testimonio de un tal Gilmer, que afirmó haber visto al cobarde prender fuego a la mecha de una bomba arrojada en Haymarket. La vasta asociación secreta denunciada era obra de la internacional Los miembros de dicha asociación se dividían en grupos encargados unos de la propaganda revolucionaria, otros de la fabricación de bombas y otros de preparar en el manejo de las armas a los afiliados. Todo lo que pudo probar el representante del Estado, es que si cuanto relató fuera cierto, hubiera indudablemente estallado en Chicago una terrible rebelión de los trabajadores. Los testimonios más importantes para el ministerio fiscal, tampoco pudieron probar nada en concreto contra los procesados. Waller, Srhrader y Seliger, antes compañeros de los acusados, depusieron contra los mismos, por temor a las consecuencias del proceso o por obtener el cumplimiento de las promesas que la policía les había hecho. Waller pretendió probar la conspiración, y se vio obligado a declarar que en el mitin de Haymarket, ni siquiera se esperaba a la policía y que en la reunión preparatoria para convocarlo no se habló nada de la dinamita. Waller se vendió miserablemente a la policía, pues su hermana Paulina Brandes declaró, cuando ya hablan sido ejecutados nuestros amigos, ante el juez Eberhardt, que todo lo dicho por su hermano era falso. Schrader había de comprobar lo dicho por Waller, pero su testimonio fue tan favorable para los acusados, que el procurador del Estado, perdiendo la calma, gritó, dirigiéndose a la defensa: “¡Este testigo no es nuestro; es vuestro!” Glimer declaró que había visto a Schnaubelt arrojar la bomba asistido por Fischer y Spies. Pero se probó que Fischer estaba en Zept Hall en el momento en que se arrojó la bomba, Spies en la tribuna de los oradores, y que la descripción del acto no se ajustaba a la situación y aparición de Schnaubelt. Su irresponsabilidad fue denunciada por un gran número de testigos. Seliger quiso probar que Lingg había fabricado la bomba de Haymarket, pero no pudo probar sino que Lingg hacía bombas, lo cual no era contrario a las leyes de aquel país, sin que consiguiese demostrar que existía alguna conexión entre la bomba de Haymarket y las fabricadas por Lingg. La defensa presentó dos testigos que negaban el testimonio de Seliger, pero la sala los recusó con la parcialidad de siempre. Para probar el delito de conspiración, el ministerio fiscal acudió a la prensa anarquista, presentando trozos de artículos y discursos de los procesados, anteriores con mucho a los sucesos origen del proceso. El objeto de semejante prueba era bien claro. A pesar de no ser nuestras locuciones contra el actual orden de cosas tan duras como las que usa la prensa burguesa de la República modelo cuando pide la matanza de los obreros, se presentaron convenientemente para aterrorizar a los jurados, ya mal dispuestos contra los socialistas y anarquistas como clase. Esta apelación a las pasiones de los jurados se extremó hasta el punto de exhibir armas, bombas de dinamita y ropas ensangrentadas que se decía pertenecientes a los polizontes asesinados. La teoría del representante del Estado quedó, a pesar de todo, completamente destruida, porque no se consiguió establecer una relación evidente entre la bomba arrojada en Haymarket y los anarquistas procesados. Los hechos, sólo los hechos quedaron en pie. Degan primero y siete policías más después habían muerto otros sesenta habían sido heridos; los acusados habían empleado duras palabras contra el actual orden de cosas, contra la irritante distribución del trabajo y de la riqueza, contra las leyes y sus mantenedores, contra la tiranía del estado y el privilegio de la propiedad, y era necesario tomar vida por vida y ahogar en sangre la naciente idea anarquista. Los ocho procesados fueron sentenciados. El 20 de agosto se hizo público el veredicto del jurado. Augusto Spies, Miguel Schwab, Samuel Fielden, Alberto R. Parsons, Adolfo Fischer, George Engél y Luis Lingg, fueron condenados a, muerte, Oscar W. Neebe a reclusión por 15 años Ocho hombres condenados por ser anarquistas, y condenados siete de ellos a muerte en la libré y feliz República Federal Norteamericana: he ahí el resultado final de una comedia infame, en la que no hubo procedimiento indigno a que no se apelase ni falsedad ni perjurio que no se admitiese. Las defensas de los abogados, aunque notables en la forma, carecen de importancia por una razón fácil de comprender. A los acusados no se les probó que hubieran cometido crimen alguno;, luego poco había de costar a los defensores demostrar que la petición fiscal era, además de injusta, bárbara y cruel. La acusación insistía principalmente en las ideas que profesaban los procesados, y en este punto nada podían hacer los defensores, ya que aquéllos no renegaban de Sus ideas, sino que se mostraban orgullosos de ellas. Son, pues, las defensas o discursos de los mismos acusados las que tienen importancia verdadera |