LA MISA Y EL PIMIENTO Yo conocí a tío Quitoli, y quienes por la edad no hayáis tenido esta suerte, al menos sí que habréis oído hablar de él. Acerca de su persona os voy a contar una anécdota, que quizás os habrán relatado de otra manera. De pequeño, como siempre ocurrió con los niños, su madre lo obligaba a acudir a la misa dominical. Al muchacho parece ser que no le hacía buen paladar la cuestión religiosa y cambiaba la iglesia por la caza de pardales. Estas muecas al santo sacrificio no debieron pasar desapercibidas para su madre, que, al tiempo de darle unos buenos alpargatazos, le preguntaba: -¿Se puede saber por qué no has ido a misa? El muchacho, que debía ser espabilado en grado sumo, no tuvo problemas en dar la contestación al interrogante materno: -Es que don Simón el cura siempre se mete conmigo. En todas las misas me llama de mote, tres veces me llama de mote en las misas. Es que me llama Quitoli, Quitoli y Quitoli. La madre quería salir de dudas y no tardó en presentarse en la casa parroquial. -Don Simón, es que el mi muchacho dice que usted lo llama de mote cada vez que va a misa. Que usted lo llama Quitoli, Quitoli y Quitoli. Don Simón, el cura, irrumpió en una sonora carcajadas: -No mujer, no; que yo no llamo de mote al muchachu. Que Quitoli no va por él, que es una palabra que se dicen la misa. “Ecce Agnus Dei quitollis peccata mundi”, que significa que “este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Tío Quitolis encontró una buena excusa para no ir a misa. Una hermana de mi abuela tenía la disculpa en que el olor a velas le proporcionaba un mal embarazo, y es que la pobre se tiró casi toda su vida en gestación. Y mi prima escapa de la iglesia por el simple motivo de que le dan alergia los santos. Tengamos en cuenta que ejemplos de esta índole también proliferan fuera de mi familia. Así puedo referir el caso de un amigo de este servidor al que le gusta llenar el papo y simplemente se ausenta por asegurar que “la misa y el pimiento, son cosa de poco alimento”. A mi no me pasa lo que reseño. El domingo estuve en misa. Es algo que hago en cada festivo. Pero la noticia no es que yo fuese a la misa dominical, sino que de la misa dominical saliera cuando ya tenía el plato puesto sobre la mesa. Y con suerte, porque el domingo anterior el cura sermoneó en demasía y cuando llegué a casa estaba la sopa como un carámbano. ¡Con lo que me gustaba a mí antes pensar en domingo! A media mañana acababa la misa y teníamos tres largas horas de levantamiento de vidrio, de hacer el deporte vinícola de tasca en tasca. Incluso madrugábamos para ir a la misa mañanera con el fin de estar más rato con los amigos. Pero hoy, para los muchos que cumplimos con el mandamiento, el zafarrancho se toca a las dos del mediodía. ¿A dónde va ya uno a esas horas? Y que conste que buena parte de los que acudimos a misa somos los que antes llenábamos los bares. Hace un par de domingos a la salida de la iglesia, que, como he dicho, serían más de las dos, me di un garbeo por los bares del pueblo. Como llovía, los forasteros escaseaban y los tugurios prácticamente estaban vacíos. Como había poco trabajo me despaché con un camarero, que me preguntó: -¿Tú sabes dónde se mete desde hace tiempo la gente de Ahigal? -En la iglesia, macho, en la iglesia se mete, que la misa ha terminado hace un rato. -Ya decía yo que algo pasaba. Ya lo decía yo. ¡Por si fuera poco la crisis! Ya apunté que desde siempre me gustó soñar con los domingos. Era día de cumplimiento religioso y de cumplimento jaranero. Hoy esto es imposible para los que queremos seguir pensando en cristiano juerguista. Si cumplimos con los deberes religiosos debemos olvidar el ejercicio vinícola, y viceversa. A este paso me disculparé de la asistencia a la iglesia recurriendo al mal olor de las velas, a la humedad del suelo o a la fobia de los lugares tan altos. Y que claro que no me gustaría decidirme por una u otra cosa. Yo creo que para compaginar ambas no sería tan difícil cambiar la hora, ¿o no? Yo asé la manteca.
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