Pavura de los condes de Carrión Medio día era por filo, que rapar podía la barba, cuando, después de mascar, el Cid sosiega la panza. La gorra sobre los ojos y floja la martingala, boquiabierto y cabizbajo, roncando como una vaca. Gúardale el sueño Bermudo y sus dos yernos le guardan, apartándolo las moscas del pescuezo y de la cara, cuando una voces, salidas por fuerza de la garganta, no dichas de voluntad sino de miedo pujadas, se oyeron en el palacio, se escucharon en la cuadra, diciendo, «¡guardá: el león!», y en esto entró por la sala. Apenas Diego y Fernando le vieron tender la zarpa, cuando lo hicieron sabidoras de su temor a sus bragas. El mal olor de los dos al pobre león engaña, y por cuerpos muertos deja los que tal perfume lanzan. A venir acatarrado el león, a los dos mata; pues de miedo del perfume no les siguió las espaldas. El menor, Fernán González, detrás de un escaño a gatas, por esconderse, abrumó sus costillas con las tablas. Diego, más determinado, por un boquerón se ensarta a esconderse, donde van de retorno las viandas. Bermudo, que vio el león, revuelta al brazo la capa, y sacando un asador que tiene humos de espada, en la defensa se puso. Despertó al Cid la borrasca, y abriendo entrambos los ojos empedrados de legañas, tal grito la dio al león que le aturde y le acobarda, que hay leones enemigos de voces y de palabras. Envióle a su leonera sin que le diese fianzas; por sus yernos preguntó, receloso de desgracias. Allí respondió Bermudo, «Señor, no receléis nada, pues se guardan vuesos yernos en Castilla, como en Pascua». Y remeciendo el escaño, a Fernán González hallan devanando en su bohemio, hecho ovillo en la botarga. Las narices del buen Cid a saberlo se adelantan, que le trajeron las nuevas los vapores de sus calzas. Salió cubierto de tierra y lleno de telarañas; corrióse el Cid de mirarlo, y en esta guisa le fabla: «Agachado estabais, conde, y tenéis mucha más traza de home que aguardó jeringa que del que espera batalla. Connusco habedes yantando, ¡Oh, que mala pro vos faga, pues tan presto bajó el miedo los yantares a las ancas! Sacárades a Tizona, que ella vos asegurara, pues en vos no es rabiseca, según la humedad que anda». Gil Díaz, el escudero, que al Cid contino acompaña, con la mano en las narices todo sepultado en bascas, trayendo detrás de sí a Diego, el yerno que falta, con una mano le enseña, mientras con otra se tapa. «Vedes aquí, señor mío, un fijo de vuesa casa, el conde de Carrión, que esconde mal su crianza. de dónde yo le he sacado, sus vestidos vos lo parlan; y a voces sus palominos chillan, señor, lo que pasa. Más cedo podréis tomar a Valencia y sus murallas, que ningún cabo al conde por no haber de do le asgan. Si no merece de yerno el nombre por esta causa, tenga el de servidor vueso, pues tanta parte le alcanza». Sañudo le mira el Cid, con mal talante le encara: «de esta vez, amigos condes, descubierto habéis la caca. ¿Pavor de un león hobistes, estando con vuesas armas, fincando en compaña mía, que para seguro basta? Por san Millán que me corro, mirándovos de esa traza, y que de lástima y asco me revolvéis las entrañas. El que de infanzón se precia, face en el pavor y el ansia de las tripas corazón, ansí el refrán vos lo canta. Mas vos en esta presura, sin acatar vuesa casta, hacéis del corazón tripas, que el puro temor vos vacia. Ya que Colada no os fizo valiente aquesta vegada, fágavos colada limpio: echaos, buen conde, en colada». «Calledes, el Cid, callades» -Dijo, con la voz muy baja-, «y la cosa que es secreta, tan pública no se faga. Si non fice valentía, fice cosa necesaria; y si probáis lo que fice, lo tendredes por fazaña. Más ánimo es menester para echarse en la privada, que para vencer a Búcar ni a mi leones que salga: ánimo sobrado tuve». más en esto el Cid le ataja, porque, sin un incensario, ninguno a escuchar la guarda: «Id, infante, a doña Sol, Vuesa esposa desdichada, y decidla que vos limpie, mientras vos busco una ama. Y non habléis ende más; y obedeced, si os agrada, aquel refrán que aconseja: la caca, conde, callarla».
|