Programa de las Fiestas 2002 SALUDO

Saludo
Año 2002

Se despertó por el frío y la humedad, el hambre sólo no lo habría conseguido, era una sensación que lo acompañaba en diferentes grados desde hacía meses.
Miró a su alrededor, los cacharros que había utilizado su madre, los jergones vacíos de sus hermanos y el arado que su padre unció en algún animal de tiro cuando los hubo. Estaba solo.
Corría el año del Señor de 1225 y en la aldea d Sotobrín sólo había dos edificios en pie. Las malas cosechas y una terrible epidemia habían matado poco a poco a toda la población, mientras los supervivientes quemaban los hogares apestados intentando salvarse; ahora sólo quedaban su casa y la iglesia.
Se llevó una capa raída y dos cebollas medio heladas, había oído que a una jornada escasa de viaje se encontraba el lugar donde se estaba levantando una majestuosa catedral, quizás allí podría trabajar y sobrevivir.
Se tomó el inútil esfuerzo de quemar también su propia casa y, cuando por fin se fue, sintió dejar sola en la iglesia aquella imagen a la que había rezado desde que tenía uso de razón.
Per Rodríguez llegó al despoblado a media tarde, el lugar estaba abandonado hacía décadas y, aunque distaba muy poco de su pueblo natal, había estado pocas veces. Como cualquier muchacho de Celadilla no solía aventurarse hasta allí porque decían que sus habitantes habían padecido una espantosa enfermedad. Pero esa tarde tendría problemas si no regresaba a casa con el cordero que le faltaba.
Le oyó balar dentro de la iglesia, se había colado por un hueco de la desvencijada puerta; se encomendó a San Antonio y entró con el corazón golpeándole con fuerza en el pecho. Agarró al animal y ya iba a salir corriendo cuando la vio. Era hermosa, una figura sedente de la Madre y el Hijo. Se acercó ensimismado y la contempló largo rato. No podía dejarla allí sola, así que la cargó como pudo y la llevó a su casa.
Su padre pensó que aquello podría acarrearle problemas y depositó la imagen en la parroquia del pueblo, donde los fieles empezaron a encomendarle sus plegarias.
Pero al cabo de unos días los animales se revolvían inquietos, los gallos cantaban a horas insólitas, los quesos se abría y el vino se agriaba. Y la imagen comenzó a llorar. Lágrimas cristalinas y quedas que se deslizaban por sus límpidas mejillas y venían a caer al suelo como diamantina lluvia.
Los vecinos, incluidos mujeres y niños, se reunieron en el pórtico de la iglesia para tratar la cuestión. La mayoría estaban asustados y había hasta quienes hablaban de maleficios. En medio de la discusión sólo Inés, la hermana pequeña de Per, supo ver lo que pasaba: “quiere volver” dijo primero en un susurro y gritó hasta tres veces hasta que por fin le hicieron caso.
Al día siguiente, una luminosa mañana de julio, primer domingo del mes, los vecinos partieron con la preciada carga hacia la vecina iglesia. Pasaron el resto de la jornada en aquel antiguo pueblo, festejando el día. Sólo cuando oscurecía volvieron a sus hogares, pero no con las manos vacías; llevaban la firme promesa de regresar al año siguiente, tener a esa Virgen entre ellos unos días y devolverla a su casa exactamente en esa misma fecha.
Nota: El presente relato carece de valor histórico, pero puede ser una de tantas explicaciones a por qué peregrinamos todos los años el primer domingo de julio.