El halconero José Ramón Muñiz Álvarez “EL HALCONERO” Haciendo gala y alarde de su pájaro en el cielo, olvidó su desconsuelo el marqués aquella tarde. Que, con instinto cobarde, quiere olvidar el dolor el que sufre por amor y escapa al azote fuerte de las garras de la muerte con contemplar un azor. Y, admirando la soltura del ave que corta el viento, supo soñarse contento, al contemplarlo en la altura. Que, olvidando su locura, viendo del aire el color, olvidó el verso mejor de los viejos trovadores que, cantando los amores, no contemplaron su azor. Porque en estas cacerías se refresca el corazón de la amarga desazón de las horas más sombrías. Porque las postrimerías del desdén, en el amor, se hacen acaso un licor que no quiere el paladar, si es más bello contemplar en la altura algún azor. Y, como siempre fue duro someterse a estos dictados, duele a los enamorados tener corazón tan puro. Porque el desprecio es el muro que no cruza el servidor si es que pretende el amor, por amores encendido, si no mira, suspendido, en el cielo aquel azor. Porque el amor, en su danza, acaso hiere al que hiere, si es que llevarlo prefiere y lo llena de esperanza. Y, si es que a todos alcanza quien les niega su favor huyendo de su dolor, a sus ocios el marqués se ha regalado cortés, al contemplar el azor. Que el jerifalte elevado, el ferre que va valiente, el aire corta inocente y no se ve cautivado. Y pues siempre es festejado su vuelo, sabe el amor olvidar con el rumor de sus alas cuando pasa, que la pasión nunca abrasa en la altura al buen azor. Y es que sabe resistir la pasión más elevada, si es que puede, envenenada, hacer a un azor sufrir. Y así puede divertir, con su vuelo alrededor, a su dueño y buen señor, un pájaro cuyo aliento es el hermano del viento, si el viento corre el azor. Y, porque el marqués lo sabe, gozar quiere de la calma, para serenar el alma y olvidar el dolor grave. Mas llorará cuando acabe el vuelo a cuyo favor debe olvidar el dolor del amor que ayer sentía, porque, tras la cacería, fatigado está el azor. Y, si valiente en la guerra lo admiraron los guerreros, los amores traicioneros lo destierran a esa sierra. Pues esta cárcel lo encierra y, menguado su valor, ve que le falta el favor del amor que prometieron unos labios que mintieron como no sabe su azor. Que, por amores vencido, derrotado en este caso, sabe rendido su paso, si es el amor un bandido. Y por el amor perdido, para no llorar su amor, desde que nace el albor, ante tan grave amenaza se consuela con la caza el buen dueño del azor. Y es siempre triste dejar al amor, si llega el día, si acaso la tarde fría quiere la altura apagar. Que, mudando de lugar, debe partir el amante, porque la dama distante quiere en él el descontento del sufrimiento violento que se siente a cada instante. Y se le escucha cantar, ya llegado a su castillo, de la luna bajo el brillo con tristezas y pesar: “Pues que me quiere matar, esa mirada es en ella la razón de mi querella, si es mi querella razón, pues me causa desazón soñar su mirada bella. Soñar su mirada hermosa como ninguna en el mundo, que causa un dolor profundo su mirada codiciosa. Por eso nunca reposa, malherida, el alma mía, porque paga la osadía de la luz que se derrama al pretender a una dama que la luz le roba al día. Porque el más claro pincel supo darle ese color que hace más bella la flor que el color le da a la piel. Y pues no existe doncel que sus amores no llore, no es preciso que enamore el aliento de su boca, pues su mirada no es roca en que el desdén se demore”. Esto escuchó su halconero de su boca en confesión, si, quebrado el corazón, el dolor se volvió fiero. Pero el joven pendenciero que manejaba la espada, admitió que, en la mesnada, imaginó muchos versos por sentimientos perversos inspirados por la amada. Y así oyó el marqués, cansado por los terribles dolores, a quien, dolido de amores, supo decir, aquejado: “Yo viví apesadumbrado por las miserias y penas que contemplan las almenas que me ven triste y vencido, que entre gemido y gemido, hierven de amores las venas”. Y le dijo el halconero que era el amor demasía que en el alma se sentía como la herida de acero. Porque quien era escudero en la batalla violenta sabe que siempre alimenta el instinto del amor la voluntad del amor que es tan cruel como avarienta. Y, avarienta del poder que le da jurisdicción sobre un pobre corazón, sabe el amor lo que hacer. Que el violento proceder del amor nunca amenaza, pero mengua y adelgaza de los hombres el valor, si no tienen un azor para entretener la caza. Que por eso la poesía sabe cantar los dolores que encendieron los amores en su rara travesía. Pues será descortesía no admitir que, sin derecho, causa el amor en el pecho tal dolor, tal ansiedad, que se rinde a su maldad quien no lo advierte al acecho. Y un laberinto callado de febriles sentimientos tejen los suaves alientos en el aire perfumado. Porque el aire embelesado trae noticias del color que tiene el labio mejor que jamás le fue ofrecido para luego, entretenido, verlo mirar un azor. 2013 © José Ramón Muñiz Álvarez "Poemas para Mael y Jimena" |