Zalamea de la Serena - Badajoz

Un paseo por El Colmenar de las Flores

Sabe a paz recién levantada la mañana. El penetrante aroma de las jaras envuelve el despertar de los cerros, pu pu put, pu pu put, repite incansable la abubilla saludando al amanecer. Laboriosas, las abejas aletean por doquier inundando con su invariable y sorda sinfonía la solana.
Trajinan los insectos. En un calvero de la loma un diminuto poblado de casitas de corcho sirven de taller y aposento para fabricar la miel.
Por encima de los panales, destellan con la luz del naciente sol los brillantes colores de los abejarucos, persiguiendo el alimento en forma de invertebrados voladores.
De entre los verdes pinos piñoneros, surge el arrullo enamorado de las tórtolas.
Canta una coguta posada sobre la rama de un matojo, dando a conocer a quien corresponda, los límites del terreno que le proporcionan la sustancia para sacar adelante a los cuatro recién nacidos que esperan ocultos al socaire de una mata, en un disimulado nido de hierbas y crines.
Somnolienta sobre una cama de fresca tierra, con un ojo abierto y el otro cerrado, descansa la mimética liebre del trajín de ardientes amores nocturnos. Posados en un alto eucalipto, un trío de cuervos etiquetados con negro plumaje, platican sobre el como y el porqué del naciente día, allí seguían en sus cosas cuando me fui, después de un largo rato que observándoles estuve.
Oigo por las desparramadas lomas las furtivas entonaciones de las perdices, coriche por aquí, coriche por allá, sonidos que se añaden a la sinfonía natural que el campo brinda al paseante.
Bocabajo al amparo de una amarilla retama me encontré la imagen, una cruz de madera ajada por soles y escarchas. A punto de caer de su cruzado patíbulo, del crucificado solo queda la cabeza, el tronco y sus extendidos brazos, como si de un pajarillo herido se tratara, cogí la figura, con las flexibles ramitas de la retama que le servía de cobijo, lo sujeté a su cruz.
Entre la fronda de una robusta encina, deposite el crucifijo para que desde allí contemplara el encanto que el lugar ofrece.
Vigila el águila en la altura, ayudada por una corriente térmica gira en círculos sin aletear, observando con detalle todo lo que se mueve bajo de si, encogió las alas de repente, como una exhalación se lanza hacia el suelo. Por un momento se hizo el silencio en la mañana.
No pude ver si fue perdiz, liebre o que otra presa cayó bajo sus garras, pero sin duda, fuera lo que fuera, servirá de alimento a las pequeñas aguilillas que en un lejano nido, allá por la Sierra de los Pollos estarán esperando el retorno de la cazadora.
Regresaba cuando vi sobre un muro de piedras que delimita el camino, un verde lagarto que apacible tomaba el sol.
Como gusta pasear por estos campos, que a cambio de nada nos ofrecen todos los días el sabor a paz recién levantada.

Desde San Sebastián
Un ilipense de la diáspora.
¡¡¡ZALAMEA DE LA SERENA CAPITAL CULTURAL DE LA SERENA!!!

que verdad es amigo todo lo que has puesto