"el pastor y las estrellas" EL PASTOR Y LAS ESTRELLAS Transitó por estos campos de Dios una persona de vida y hábitos anónimos cuyo nombre si mi memoria no me engaña respondía al de Antonio Hidalgo Santos-Mora Como los antepasados que engendraron sus días fue pastor por llanuras y cerros de la Serena. Empleó los pasos que le otorgaron, recorriendo campos y dehesas tras el errante rebaño. Cada atardecer sentado junto al chozo descontaba una puesta de sol de su misero calendario, gratuito de días. Sorteó como pudo durante su vida frugales primaveras, tórridos veranos, ásperos otoños e inclementes inviernos, eso si, siempre con una sonrisa por gesto, porque Antonio además de bien parecido, era buena gente. Huérfano de madre, creció entre cuencos escasos de gachas, presentándosele de cuando en cuando la ocasión de saborear el manjar de un mendrugo de moreno pan de centeno. De entre el rebaño una cabra del color de la noche, le espantaba la bicha que en muchas ocasiones recorría su buche, la tibia y blanquecina leche le devolvía la sonrisa cuando esta estaba a punto de desaparecer. No sabia de números, menos de letras, los pasos de estos dos supuestos siempre iban en sentido contrario al caminar de Antonio, pero no por ello era un rehalero sin conocimiento, y le gustaba hilar las palabras para entretejer versos. Gustaba de contemplar en las noches que la luna tapaba su cara con el velo de las sombras, el techo celeste, observaba el carro grande, el carro chico, las cabrillas, las tres marías, el lucero de la tarde, llegando siempre a la misma conclusión. Eso que atisbaba noche tras noche estaba muy lejos, y el porque siempre permanecían en el mismo sitio temblando como la débil luz de una lamparilla. Aunque lo que más le fascinaba era ver las chispillas que entre los meses de Julio y Agosto cruzaban el firmamento de un lado para otro, él en su entendimiento las comparaba con las pequeñas ascuas que saltaban de la lumbre. Recitaba Antonio entre dientes “La oscura noche enciende sus candiles para huyan los lobos, de los fieros mastines” La reflexión era casi siempre interrumpida por los ladridos de los perros y el suave tintineo de las campanillas, denunciando el fato de los merodeadores de merinas. Conocía el campo y sus pobladores Antonio. Porque he de decir que Antonio cumplió por esas fechas veintiún años. Ciertamente la amabilidad de la vida nunca contempló de frente su cancela, por decirlo más claro, tan siquiera tubo la gentileza de acercarse al sendero que hasta su humilde morada de bálago conducía. Pero cosas de la vida Antonio además de ser buena gente era un ser amable, gustaba de saludar no solamente a las personas que de tarde en tarde con él se topaban. -Buenos días tengas amigo colorín, como pasaste la noche acurrucao en el olivo chico. -Que tengas buenos días saltarina liebre, que aunque te creas segura tras el bayunco, la zorra y los milanos te andan buscando. Salía de su ensimismamiento para azuzar a su mejor amigo. -Anda con ellas Rubio, que se han metido a comer en el trigal. Dicho y hecho, en menos que cantaba un gallo el perro rubio salía como alma que lleva el diablo tras las ovejas descarriadas, para devolverlas al anonimato del rebaño. Sobre el canchal como todos los días se mostraba el indolente lagarto, como una estatua dorándose al sol, recibiendo del astro rey la energía suficiente para corretear el resto del día, entre el pedregal en busca del sustento. Desde San Sebastián. Un ilipense de la diáspora. ¡¡¡ZALAMEA CAPITAL CULTURAL DE LA SERENA!!! |