Sólo después de un entierro Tenía una amante a la que sólo visitaba después de algún entierro. Ella le quería así, "eres otra persona después de un entierro", solía decirle, "me amas mucho más ardientemente, si no es así no te quiero". Solía leer para él todos los anuncios necrológicos y le comunicaba por teléfono si creía que debía asistir. -¿Sabes quién ha muerto?- decía al punto; a veces él llevaba tres o cuatro semanas sin tener noticias suyas. -¿Quién? -Fulano, tú lo conociste, deberías ir. -¿A qué hora? -El lunes a las tres, en el crematorio. Te espero después. Se sentía mejor en cuanto le encontraba algún entierro, y empezaba a prepararlo todo para su visita. Él iba y lo oía y lo veía todo, y la verdad es que iba muy gustoso porque sabía qué le esperaba luego. Sin embargo no era un cínico, de lo contrario los entierros no hubieran logrado conmoverlo. Pensaba en el muerto, lo veía delante de él, mantenía con él conversaciones pasadas. Quedaba tan afectado que apenas habría podido seguir viviendo sin unas palabras de consuelo. Curvado y envejecido, se ponía en camino hacia la casa de su amante. De pie detrás de la cortina, ésta lo veía acercarse por la calle. Luego le abría de par en par la puerta de entrada y exclamaba: "¡Bienvenido!" Siempre llevaba puesto algo que a él le recordaba la particular ocasión, algo pequeño, nada llamativo, pero él siempre lo advertía y le estaba agradecido.
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