Vamos a la feria. ¡Vamos! Vamos a pasear la feria. Vamos al Rodeo, a escuchar los tratos de compraventa del ganado. Salgo de mi casa, me allego hasta el corral del concejo, vacío, allí me encuentro con un grupo de viejos sentados en las lanchas, degustando las sombras de este primero de mayo soleado y alegre. Los trigales bailan en Garcialvarez con la suave brisa alocada buscando los orificios de una flauta para inundar de música la calle. El olivar se zarandea y contonea como una bailarina con falda de amplio vuelo. Bajo la calle Calvario y me encuentro con los Cabezudos rodeados de niños, cantando y bailando a su alrededor. Subo por la calle La Rana y veo la feria en los rostros de jóvenes y viejos. Noto que es un día muy especial. Antes de llegar a la plaza escucho la música, pasodobles cantados por un saxofón y una trompeta urgiendo a disfrutar del momento. La plaza, cual novia radiante, adornada con farolillos de papel y guirnaldas se ha acicalado para recibir a las casetas, al pequeño escenario donde los músicos tocan las populares melodías y a la cantina que bordea la verbena. Huéspedes regulares que sólo la ocupan de feria a feria. Cantina repleta de gente conocida, ataviada con sus mejores galas, chateando, hablando, mirando a los danzarines y riendo carcajadas con alguno que ya va más que contento. Junto al atrio de la iglesia, la caseta de la caridad y muy cerca un enorme madero, como los postes de la luz, clavado en el suelo, al que dos hombres untan con grasa. Vamos, continuemos con nuestro paseo. Llegamos al castillo ocupado por casetas de tiro, cunitas y voladoras y un tiovivo de caballitos ya viejo. Allí me encuentro con amigos, nos retamos a subir a las cunitas y a las voladoras. Casi al inicio de la calle Castillo el tren de la bruja causa la hilaridad de los más pequeños que han ido llegando de la mano de los Cabezudos. Después de subir a las cunitas y casi besar el suelo por volver a encontrarme de nuevo sano y salvo sobre él, nos encaminamos al coto. No hubo vez que al subir al artefacto no recordara a la pareja de novios que cayó en medio del sembrado de habas y aún conservaron el humor de decir que habían bajado a por un guiso. Bajamos la pronunciada pendiente. Nos cruzamos con grupos igual de alegres que nosotros y llegamos al coto. Allí nos dispersamos en los corrillos de venta, las porfías, y las demostraciones de los vendedores de los bríos y bondades de los animales en venta. Los billetes bailaban de mano en mano. Los burros viejos alzaban sus orejas medio caídas, los mulos cerrados cambiaban los dientes y todas las yeguas son descendientes de Babiecas y Bucéfalos. Regreso a casa y la feria va conmigo. La feria no es más que un estado de ánimo, de alegría que se manifiesta en cada vaso de vino, abrazo de saludo y despedida, y nos inunda a cada zahinero y siempre, siempre es un día de sol radiante, aunque como hoy, y como tantas ferias, amanezca nublado y amenazando lluvias desde el telediario. |