EL SECUESTRO DE LA SOCIEDAD CIVIL El secuestro de la sociedad civil: De Herbert Marcuse A comienzos de los años 20 del siglo pasado Lucaks, junto con otros compañeros del Partido Comunista Alemán, creó el Instituto de Investigación Social, ligado académicamente a la Universidad de Francfort. En su seno, los sucesores de Gramsci recogerían su legado intelectual para producir una escolástica marxista con la que emprender “el largo camino a través de las instituciones”. Las figuras más importantes de la Escuela de Francfort fueron Max Horkheimer, bajo cuya dirección se consolidó su prestigio internacional como centro de pensamiento avanzado, el crítico musical Theodor Adorno, el psicólogo Erich Fromm y un joven talento nacido de la propia escuela llamado Herbert Marcuse. Todos ellos arribaron a los Estados Unidos de Norteamérica huyendo del nazismo, encontrando acogida en la Universidad de Columbia, en el Estado de Nueva York. A los efectos de este breve estudio, el hito más importante de la escuela de Francfort es el desarrollo de lo que se llamó “La Teoría Crítica”. La crítica a la que hace referencia su denominación se dirigía, obviamente, hacia la sociedad occidental capitalista, que estos pensadores marxistas declaran férreamente oprimida por una mentalidad tradicional judeocristiana, a la vez que manipulada por las estructuras burocratizadas de los grandes medios de comunicación, que producen una falsa cultura con el objeto de apaciguar, reprimir y entontecer a las masas mediante la imposición de aberraciones conceptuales como el cristianismo, la autoridad, la familia, el capitalismo, la jerarquía, la moralidad, el patriotismo, la tradición, la lealtad, el conservadurismo o la continencia sexual. Bajo la teoría crítica, el sistema occidental es acusado de cometer toda clase de genocidios contra el resto de las civilizaciones (el mito rousseauniano del buen salvaje), de mantener sojuzgados a sectores enteros de la población (mujeres, minorías étnicas, homosexuales, etc.) o de fomentar el nacimiento y desarrollo de todo tipo de conductas de carácter fascista. Se trata de un marco filosófico que pretende inculcar un pesimismo constitutivo en el alma occidental, a pesar de ser la sociedad más próspera y libre del planeta. Sin embargo, como escribió Aron, «todo régimen conocido es torpe y culpable si uno lo compara con un ideal abstracto de igualdad o libertad». A grandes rasgos esta fue la estrategia psicológica para que la generación occidental de los 60, la más privilegiada de la Historia, se convenciera a sí misma de vivir en un infierno insufrible. Pero quizás el hito más importante de la Escuela de Francfort fue la publicación del libro de Herbert Marcuse "La tolerancia represiva", que muy pronto se convertiría en lectura de culto en los ambientes académicos. Marcuse, como ya se ha apuntado, llegó a los EEUU junto con los demás integrantes de la escuela aunque, a diferencia de la mayoría de sus compañeros, no volvió junto a ellos a Alemania en los 50. Cuando los campus universitarios norteamericanos ardían en las oleadas violentas de los 60, Marcuse era una figura venerada entre los sectores más radicales. Sus alocuciones Ahora, más que nunca, es necesaria una rebelión intelectual y moral que desenmascare todo este veneno social y los agentes que lo inoculan. Aunque la tarea es ingente, es posible detectar algunos incipientes movimientos de la población. O más coyunturalmente las masivas manifestaciones en defensa de cuestiones que afectan al orden social y a los principios en que se sustenta la unidad nacional, así lo demuestran a nuestro juicio. El nerviosismo de la izquierda lo corrobora. Es como si todos esperaran a que el vecino afirme públicamente que el “rey va desnudo” para sumarse con bravura a esta denuncia de lo evidente. Pues bien, proclamemos ya, ahora, que el rey no sólo va en pelotas, sino que además, estamos dispuestos a rebelarnos contra su tiranía con las herramientas que proporciona a todo hombre la razón, la moral y la inteligencia, para distinguir lo que la Historia ha demostrado que hace a las sociedades prósperas de lo que las esclaviza. En última instancia, la única diferencia entre la conquista violenta del poder por una minoría totalitaria, como pretendía el leninismo, y la obtención del mismo por caminos difusos previa aniquilación del arsenal moral e intelectual de la sociedad, si finalmente sucede, sólo estribará en que la agonía habrá sido más larga y las víctimas mucho más numerosas. Es posible que estemos inmersos en una guerra perdida de antemano, pero aún así, nosotros estamos dispuestos a luchar en ella con todas sus consecuencias. ¿Y usted? |