PARA ANTONIO 90 CANTE FLAMENCO “LAS TEMPORERAS” ¡Pagos de Lucena, de Aguilar, de Cabra, de Montilla!...Se fue dejando La Serrana jirones de su capote de monte en vuestras viñas, en vuestros olivos, pero jirones chiquitos, porque las manos que a él se asieron ni fueron duras, ni porfiadas. ¡Lucena! En tu seno, más blanco que la nieve, oí el airoso cantar que llamáis las Temporeras. Yo anduve por tus calles y tus campos a caza de ellas. Sabedor de que en este pedazo de tierra existió un cante, patrimonio de las gañanías, con el que acompañaban su trabajo en la besana, fui de Ceca en Meca sin poder atraparlo. Tal que cual gañán salmodiaba, trincando a su mancera, un cante sin color ni estilo propio, mixto del de la Trilla y la Taranta. Tenía tanto más interés en dar con las Temporeras, cuanto que sospechaba fuera el lazo de unión entre Trilleras y Caleseras; pues al ceñirse al paso desigual de la yunta de mulos en la ara, no participaría ni del rechinante fragor de las diligencias ni del compás caluroso de la era agostiza. Por mata la tarde, fui a la casa de un amigo, hidalga y acogedora, de señoril fachada y portalón que achata el peso de un escudo de armas de ampuloso lambrequines, tallado en piedra. El zaguán recién regado, dibuja con sus menuditos guijos una cruz calatraveña; al fondo, una puerta de cuarterones patinosos que luce en su centro, y en él reluce un pomposo aldabón de <<oro de Lucena>>, limpio y brillante, como mocita curiosa a la que basta para su tocado el jabón y el agua.¡De oro se me llenó la mano cuando llamé!. Después del consabido: <<Gente de paz>>, me colé por el despacho de mi amigo, detrás de cuyo nombre se atropellan qué sé yo cuántos apellidos ilustres. Mi amigo lo es también de la tradición, de la heráldica y de la zambra. Le expuse mi desencanto, y, tras de hacer memoria, con ese reposo con que en los pueblos se hace memoria, dijo: - Tal vez Perrilleja, Tenazo… En el patio trasero de la casa de mi amigo hay una parra umbrosa, y bajo ella abre su bocaza fría un pozo de brocal enjalbegado, sobre el que florecen macetitas de albahaca, macetitas de espliego… Una moza, guapa y limpia, que se llama Araceli, nos trae en una bandeja de cobre unas copas grabadas con la cruz de Calatrava, y una botella con el marbete de Mora, llena de solera de las <<Bodegas de Nuestro Padre Jesús>>. Al descorcharla nos acaricia con un olor a manzana, a florecillas de la sierra…; luego canta en las copas con gorgoritos de jilguero. Esperamos, y, ya el sol traspuesto, se entró por el patizuelo el ansiado Perrilleja, acompañado del aperador de mi amigo. Ambos sabían las Temporeras, y como araban en el mismo olivar, quise escucharlas al día siguiente en el mismo salero donde se sazonaron. Al olivar de <<Los Dorados>> me encaminé y en él oí este cante, tan característico y que me enorgulleció encontrar, porque se acoplaba, como prevía, al lugar designado en la escala que hemos recorrido. Inicia el gañán la copla cantando un verso, y, al terminarlo, el otro lo recoge, anunciando su decisión con un: <<¡Voy!>>, y así se turnan hasta que uno grita: <<¡Fuera!<<, y remata la estrofa. Más moderno es que la termine el que la comienza; verdad que tampoco abunda los que saben cantarla. Así es indiscutible, pierde el matizado que le da la variedad de voces y la alegría de los gritos que piden la vez. Dan escolta a este cante en la besana el piar de las pipitas, que brincan en los camellones del surco recién abierto, y lo aroma el fuerte vaho que sale de la tierra herida y que huele a búcaro. Luego cuando el sol traspone y los calados de los olivos transparentan la amoratada luz del crepúsculo; cuando las campanas y campanitas del pueblo cercano llenan la campiña de ecos argentinos tocando la oración; l,bre la yunta del arado que quedó en el surco, apuntando con el timón al lucero que afanoso parpadea en el horizonte; al emprender el apero el camino del caserío, llevando cada pareja, a lomo, al gañan que la gobierna, riman las Temporeras con el alegre trotecillo de la querencia, más vivas, más alegres, confundiéndose casi con un fandango. La tierra, con la llovía, ha tomao mejor tempero; y esto lo agradece el amo, los gañenes y el apero. El Sota trae una yunta de dos mulas alazanas, que ellas solitas s´atreven con toita la besana. Tós los mulos del cortijo de don Juan Manué Carrasco, no le llegan a los míos a las coronas del casco.
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