SERRANAS Luchando en campo abierto un contrabandista, y defendiendo a trabucazo limpios su vida y la de su jaca cartujana, mató a un carabinero. A esconder su libertad se fue a la sierra, y en su pecho triste guardó como consoladora reliquia el cante grande de la Caña. Vagó por las espesuras serranas hasta dar con una cueva, tras un cortinón de zarzamoras, que le sirvió de guarida. Temeroso, bebía en los regatos y comía algarrobas y madroños. El alegre piar de las alondras reales tranquilizó su espíritu, y una serena mañana de mayo se le metió el sol en el alma, le hirvió la sangre en los pulsos y se proclamó a sí mismo rey de la serranía. Cuando, alegre, paseaba sus dominios, se le subió a la boca el cantar, pero hurano y receloso. ¿Por qué? Allá abajo había vino que caldeaba, entrometidas guitarras que todo lo arrebujan en la gama de sus punteados y rasgueos, mujeres de ojos de brasa y hombres a quienes disputarlas, ruidos de ciudad, gallardías que lucir, y el cante se matizaba, alargándose para pedir explicaciones, y la Caña, la Seguiriyas, las Soleares, expresaban pasiones palpables, dolor de los sentidos. Aquí arriba, lo más sonoro es el chocar de la espuela en el estribo vaquero, el son acompasado del paso de la jaca en las lajas del caminillo serrano, el fragor del agua en los barrancos, el zumbar del viento en las carrascas…De noche se suman a esta armonía el agobiante campanilleo del grillo y el graznido estridente del mochuelo. La Caña, en boca del bandolero, pierde sus arrestos y se transforma en la Serrana, tan acompasada, tan serena, tan olorosa a poleo y a tomillo, tan estirada en la grandeza del paisaje; la Serrana, que es igual a la Caña en sus dos tercios de cambio, pero más dulce, más reposada, más campera. Patrimonio de hombres solos: de bandidos, contrabandistas y pastores, no tiene amores femeninos que expresar, ni arrestos que mantener por ellos. A todos iguala la soledad, cuando no la tragedia; por eso acarician en sus letras a los caballos que comparten la vida azarosa de aquéllos, a los árboles que les dan sombra y fruto, a las cosas bonitas de la Naturaleza. El que quiera madroños vaya a la sierra, que se están esgajando las madroñeras. Por la sierra, l´aurora sale yorando. ¡Probesita, y qué noche ha estao pasando! Porque l´aurora, por el día se divierte, de noche yora. Cuando estés en el trono de tu alegría, acuérdate de un hombre que te quería. Y ayá en tus glorias, te pido que de un triste hagas memorias. Al yover en la sierra, Por primavera, Toman coló de sangre Las torronteras. Y entonses pienso: Así será mi yanto Si caigo preso. No me jayo en la chosa con los pastores: quiero se bandolero de los mejores; y por el día, pasear a cabayo la serranía. Ayá entre los breñales, un pastor yora; que ha perdido los sajones y cachiporra. Aquel lusero grande, que está temblando, ¿por qué estrella bonita estará penando? Que ayá en el sielo, tiembla las luminarias tambien de selos. En mi redil tenia una cordera. De tanto acariciarla se gorvio fiera. Y las mujeres, si mucho se acarician, fieras se güerven. Por la Sierra Morena va una partida. Al capitán le yaman Jose Maria. Sus compañeros, Francisco de la Torre, Juan Cabayero. Esta es la primera estrofa de una leyenda de bravura, jactancias, solitarias congojas. Una leyenda de bandolerismo romántico que se acoge a la Serrana para darse a conocer por su voz llena y reposada, por su bravía majestad.
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