La Codosera - Badajoz

Cuando hablo de cestas, me quiero referir a aquellas que llevaban las mujeres bajo el brazo cargadas de golosinas, y que eran la atención de toda la chiquillería.

Los días festivos solían situarse en el paseo de la Carretera, en la esquina de la calle que conducía al Salón de Baile.

Eran tiempos en los cuales se paseaba después de comer y al anochecer los mas pequeños se recogían en sus casas. Los mayores a las diez de la noche deberían estar cenando con sus padres.

Eran varias las señoras que tenían cestas, la Godoa, la Bichina, la Caca..., nombres muy conocidos por todos los niños de aquella época.

En sus cestas había de todo cuanto un niño podía desear. Caramelos, regaliz, pipas y quizás ya habían llegado los chupa chuts. Lo mas dificil para aquellos niños era conseguir el dinero necesario para poder disfrutar del sabor de algunas de aquellas delicias.

Al dinero se le llamaba "perras". Las había "gordas" y "chicas". Dicen que el nombre le venía de la figura de un león rampante, que las primeras emitidas, tenían en el reverso de la misma. El pueblo decía que aquello era un perro, y de ahí su nombre.

Para comprar algo de la cesta había que tener algunas perras. Para conseguir algunas de ellas, alrededor de estas mujeres se organizaban juegos, con los cuales algunos niños trataban de optener algunos ingresos. Las perras gordas y las chicas emitían sus sonidos en los juegos del cara ó cruz, de pares ó nones, de rebotes en la pared y de otros muchos. Cada niño solía llevar una bolsa donde guardaba sus perras como el mejor de los tesoros.

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el motivo de llevar la bolsa con el dinero, los bolindres ó cualquier cosa de interés para estos pequeños, era debido a que la mayoría de las veces, los bolsillos de los pantalones estaban rotos. Los bolsillos, las culeras, los tirantes..., casi todo se remendaba, se heredaba de unos hermanos a otros y las telas no aguantaban mucho. A la más mínima se rompían.

A la hora de comprar, las cosas tenían su precio por tantas gordas y tantas chicas. La palabra perra no solía decirse para ahorrar tiempo, y todo el mundo lo entendía.

Luego llegaron las monedas de 50 céntimos, que eran conocidas por dos reales, y anteriormente ya existía la de un real. Las cosas importantes no se compraban por pesetas, su precio se decía en reales.

Un niño de los de entonces con dos reales, era el rey de la Carretera. La cesta era suya. Cuando este niño crecio, la cesta áun continuaba en activo. El niño ya no compraba chuches, miraba a la cesta y allí encontrantaba los primeros pitillos. Se compraban de uno en uno, y el que lograba reunir el dinero para fumarselo, la mayoría de las veces, tenía que compartirlo con sus amigos. Toda una gozada.