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La Codosera - Badajoz

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España > Badajoz > La Codosera
09-08-09 10:48 #2901720
Por:No Registrado
Premios Literarios.

Trini es una amiga de las de siempre. Seguro que, al igual que a ella, algunos de vosotros os va a gustar leer este texto, el cual corresponde al PRIMER PREMIO, fallado en la noche de ayer y que concede el Ayuntamiento de nuestro pueblo cada verano, y que este año va ya por su III edicción. El nombre del ganador, lo teneís al final.




Fiestas en honor de San Juan

Si hiciésemos una encuesta nos sorprenderíamos al comprobar que son muy pocos los vecinos que conocen que San Juan Bautista es el patrón del pueblo, debido seguramente al poco ó nulo culto religioso que se le dedica. Cuando entramos en la iglesia, si fijamos nuestra atención, nos damos cuenta que este Santo preside desde el altar mayor un lugar destacado en el retablo principal. En la parte de arriba está situada la Virgen de la Piedad, y más abajo, hacía la izquierda, con el borreguito en las manos, allí lo tenemos. Es una imagen pequeña, cuyas medidas son las precisas para ocupar la urna en la que se encuentra. Este dato nos hace pensar que ocupa este lugar desde hace más de doscientos años, que fue cuando se construyó el retablo.

Julia Álvez es una mujer que hoy ya tiene cumplidos los ochenta años. No le importa decir su edad ya que goza de buena salud y dice que los años son los que son. Es una señora del pueblo, viuda desde hace mucho tiempo y que nació cerca de la iglesia, tan junto a ella vivía que a su casa solamente la separaba el callejón que desde la calle Santa María iba a salir a la calle Rica.
Julia nos comenta que cuando era pequeña, desde por la mañana temprano, oía tocar las campanas de la iglesia y conocía todos y cada uno de los toques. En los días de fiestas las repicaban los monaguillos además de otros aficionados del pueblo que les gustaban subir al campanario para lucirse con el repique. Muchas de las personas, sobre todo hombres que iban a misa, se quedaban fuera, en la plaza, y no entraban en la iglesia hasta que el campanero había terminado su trabajo. A éstos les gustaban disfrutar oyendo lo bien que sonaban los bronces y haciendo apuestas sobre quien era la persona que mejor ó peor las había tocado.

La casa de Julia es de las pocas del pueblo que tienen historia. Un blasón de granito, situado en la fachada, datado en el año 1.799 indica, que aquí estuvo la posada del Duque, señor y propietario de casi todas las posesiones del pueblo de aquella fecha. Su padre la compró a una señora que se llamaba Romana y que, hasta entonces esta señora se había ganado la vida con la pensión que regentaba.

Julia tenía muchos hermanos, sobre todo hermanas, y un solo hermano, Foro, de nombre igual que su padre, Telesforo, por lo que, ella y sus hermanas, eran conocidas por el sobre nombre de las Telesforas. Diciendo Julia la Telesfora no había otra en todo el pueblo, a pesar de que su apellido Alvez no era muy corriente y había gentes que también las relacionaba por el mismo.

Su padre era un hombre famoso por ser uno de los industriales negociantes del pueblo. Se dedicaba al negocio de los huevos ó recovas, comprando y vendiendo los huevos, las aves de corral y la caza que se generaban en todo el término. En su casa desde por la mañana no paraban de entrar gentes. Entre los huéspedes y los empleados trayendo y llevando cosas de un lado para el otro había trabajo para todo el mundo. Nos comenta que a la hora de comer se sentaban en la mesa no menos de dieciocho personas.

Además de las campanas de la iglesia, desde su casa también se escuchaban las del reloj del Ayuntamiento que marcaban los tiempos en las tareas que se realizaban a lo largo del día. Dice que por entonces casi nadie tenía reloj y los trabajadores se regían para hacer sus labores por la posición del sol ó por los toques de este reloj municipal. Las gentes solían estar muy atentas al número de campanadas que indicaban cada hora ó las medias correspondientes.

Julia y sus amigas, Elena la Barulla y Petra la de Millán, además de amigas eran vecinas y estaban atentas al ajetreo que a finales del mes de Junio se barruntaba en la Plaza. Esperaban ansiosas las fiestas en honor del patrón, San Juan, y observaban que, unos días antes del día 24, onomástica de los Juanes, Juanas y Juanitas ya había movimiento frente a la iglesia y también en la plaza Alta ó del Ayuntamiento, separada de esta por unos grandes escalerones que iban de un extremo al otro, entre las dos plazas. Estos escalerones gozaban de un lugar privilegiado, frente a la iglesia dominando la calle principal del pueblo, donde se asentaban los mejores comercios de entonces. En la plaza estaba la zapatería de Manuel Gómez, la Inspección de la Policía gubernamental, la Pensión de Millán, la Lonja de la familia Sixte, la consulta del médico, don Diego y la taberna de José Álvez, abuelo de Julia. Los días de grandes acontecimientos políticos ó religiosos, cuando se celebraban actos sociales como bodas, bautizos ó lo que fuera, se llenaban a rebosar, sobre todo de mujeres que no querían perderse detalle alguno del suceso correspondiente.

La vida pública y festiva de entonces giraba en torno a estas dos plazas y a la calle principal que bajaba, llamada Cantarrana, nombre dado al estar atravesada por el regato de agua procedente de la fuente del mismo nombre, y que había que saltar cada vez que se pasaba por encima. El agua que corría era la sobrante de la fuente, y los propietarios de las huertas cercanas a la callejina de los Nogales la utilizaban para regar sus tierras. Cuando llegaba el verano, a la chiquillería de entonces les gustaba meterse en este regato, pasar agachados por el túnel que había en los bajos de una casa, é ir a salir a las proximidades de la fuente.

Julia y sus amigas, cuando empezaba el jaleo festivo en la plaza ya no sosegaban. Como suele decirse, sus padres ya no hacían gavillas de ellas. El primer dato que les llamaba la atención, surgía cuando veían llegar algún carro tirado por mulas y cargado con palos largos y lonas ó telas de grandes dimensiones. El dueño ó encargado del cargamento se sentaba en uno de los laterales de la plazuela y, provisto de martillo y cincel, descarnaba los gorrones del suelo hasta hacer el hoyo donde clavar los postes que sujetarían la caseta. Este tipo de trabajo despertaba la curiosidad no solo de Julia si no también de otros chavales que eran espectadores del montaje y que algunos, con la emoción, se olvidaban de ir a sus casas para comer cuando llegaba la hora. Era frecuente ver a las madres que venían a buscarlos, dándoles voces y echándoles una buena reprimenda porque no estaban en sus casas sentados a la mesa.

Por fin llegaba el día del Santo. A primera hora de la mañana la diana floreada despertaba a los vecinos, con los sones alegres de la música de la banda de nuestros vecinos de Alegrete, que era la que solía venir todos los años.

Después había Rodeo en el Potril, donde se compraban y vendían todo tipo de ganado. Julia ya había visto en la posada de sus padres que habían llegado algunos merchantes forasteros encargados de hacer de mediadores entre el que vendía y los que compraban. Por entonces había muchas caballerías, necesarias para ir de un lado para el otro y trabajar los campos. Julia recuerda como en su casa, en el zaguán de la entrada, clavadas en las paredes, había grandes estacas capaces de soportar las monturas y aperos de los jumentos propiedad de los huéspedes durante los días que duraba su alojamiento. Los equinos los dejaban en las cuadras y corrales de la posada.
Al medio día, el repique de campanas invitaba al vecindario a los actos en la iglesia. Se notaba que era fiesta por lo bien vestida que solían ir las gentes. La calle principal se llenaba de voces, sonrisas y belleza de las mujeres que caminaban calle hacía arriba y que lucían sus galas para disfrute de los que miraban y que no podían asistir a los actos porque sus tareas se lo impedían. Los hombres llegarían después y esperarían los tres toques para entrar en la iglesia.

La imagen de San Juan la bajaban del altar y la colocaban en las andas de cuatro varales, lo justo para ser llevada en procesión por otras tantas personas y pasearla por las calles del pueblo. Después de oír la Santa Misa, las autoridades de entonces presidían el acto religioso, acompañadas de don Pablo Meléndez, oriundo de Alburquerque, que era el cura de la parroquia, y a continuación se organizaba la procesión mientras se disparaban cohetes al aire libre siempre acompañados por la banda de Alegrete.
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Después de la procesión, al Santo lo devolvían a su ermita y las gentes iban a pasear a la plaza Alta, ó del Ayuntamiento, donde estaban instaladas las atracciones. Solían venir caballitos para los niños y las barcas para los mayores, éstas eran movidas por braceros. Julia recuerda como aquellos hombres fornidos las lanzaban una y otra vez hacía arriba, permitiendo al que subía, ver en el horizonte hasta el edificio de la fábrica, allá en el río. En la plaza de la Iglesia era famoso el puesto de las hermanas Parriegas, que eran de Alburquerque, y que trabajaban las latas haciendo verdaderas obras de arte. Con este metal hacían juguetes para los niños y toda clase de utensilios de cocina para las amas de casa. Pero el puesto de más éxito por entonces, era el de la señora Dolores Lavado, que vendía dulces y caramelos, y que se ponía justo en la esquina, lindando con la otra plaza. Un dulce en aquellos años era un lujo que solamente se comía en las grandes celebraciones, como estas de San Juan.

Esa mañana los bares se llenaban a rebosar y los hombres eran los que disfrutaban con la bebida y con las rambollas que servían los taberneros. En cada uno de estos establecimientos no faltaba la cacerola con guisos de carne típicos del pueblo, como la mondonga ó la chanfaina. Muchos de los clientes, cuando salían de los bares, ya iban hartos de las dos cosas, de comer y de beber. Su tío, Antonio Álvez, tenía una de estas tabernas en la calle Cantarrana, que estaba muy cerca de la plaza, conocida como el bar Farrangalla. Recuerda ver a los clientes en la barra hartándose y como a la hora de pagar las consumiciones, el tabernero le contaba los palillos de las presas que se habían ido comiendo y que ellos solían guardarlos en la cinta del sombrero, que no se lo quitaban ni para entrar en los bares.

Julia y sus amigas, con tanto ajetreo, se lo pasaban pipa y a cualquier cosa le sacaban provecho para divertirse. Eran tres diablillos. La Plaza de la Fuente era un lugar fijo donde casi siempre ocurría alguna cosa excepcional. Mientras los mayores vendían, compraban ó bebían vino en las tabernas, los muchachones trepaban en los paredones de los pilones ó saltaban de un extremo al otro en el pilón de lavar las mujeres. De vez en cuando alguno de los pequeños se caía al pilón de los caños cuando iban a beber y salían chorreando con el susto en el cuerpo por la mojandela, llorando calles abajo hasta llegar a sus casas.

Julia, Elena y Petra también tenían sus ocurrencias y en esta ocasión decidieron quitarle el tapón al pilón del lavadero de la ropa, que era el mayor de todos y que se encontraba en la parte de atrás de la fuente. El caudal de regato comenzó a subir y el nivel de agua bajaba por momentos. ¡Vaya susto que se llevaron, cuando vieron la que habían armado! El tapón estaba hecho con un trozo de corcho y trapos viejos alrededor, difícil de colocarlo fácilmente. La corriente del agua les impedía volver a ponerlo en su sitio. Con el nerviosismo, las tres se pusieron a llorar hasta que llegó una persona mayor y les solucionó el tema, colocando el tapón nuevamente. Lo peor fue aguantar la regañina de sus padres cuando conocieron su travesura.

A pesar del calor del mes de Junio, por la tarde, las gentes con ganas de divertirse volvían a salir y se juntaban con los que continuaban en los bares y que aún no había ido a comer a sus casas. El sonido de los acordeones sonaba en muchas de las tabernas y las voces, cantos y gritos de los que ya estaban calientes, se escuchaban desde la calle. El público caminaba hasta el Ejido de la Luz donde se celebraban los concursos que el Ayuntamiento había programado. Había carreras de caballos y también de burros, trofeo para el que llegase primero y premio para el último. Muy animadas también eran las carreras de ciclistas, como una cosa moderna donde destacaban los que tenían mayor pericia al entrar el pincho en la argolla colgada en el extremo de la cinta de las muchas que sobresalían de la cuerda situada en la meta, y no hablemos de las carreras de sacos, lo bien que se lo pasaban las gentes viendo las caídas de los participantes con sus prisas por llegar a la meta. Julia y sus amigas se iban al almacén que su padre tenía aquí, donde se hacían los concursos y desde el andén de la puerta tenían buenas vistas. Este local lo utilizaban los obreros de su padre para envasar los huevos de las gallinas en cajas de madera con paja. Uno por uno los iba embalando para que no se rompieran y pudieran llegar a sus puntos de destino que solían ser Badajoz ó Madrid. Su padre junto con su tío Adolfo Fernández, llegaron a comprarse un camión para el transporte y colocaron de chofer, como empleado, a Ángel el Rata.

A media tarde comenzaba el baile en el salón de Juan Tojera. Este local estaba en la primera planta, en la esquina de la calle General Navarro, que entonces se llamaba Arrabal, una calle que antaño debió de estar en las afueras del casco urbano, de ahí su nombre, cuando el pueblo contaba con defensas militares. Y por la noche se celebraban los fuegos artificiales frente al Ayuntamiento con lo cual se terminaban los actos conmemorativos.

La fecha de San Juan además de ser conocida como un festejo religioso en aquellos años, también tenía su faceta profana y costumbrista. Esa noche la Luna suele ser mágica, llena de misterio, y eso misma inquietud debieron de sentir aquellas personas que en grupos no muy numeroso, a media noche, emprendían el camino de la huerta Barroco, donde estaba la fuente de aguas herrumbrosas y donde junto a ella las mimbreras florecían. Los padres de un niño pequeño acompañados de una pareja de jóvenes del pueblo, uno llamado Juan y la otra de nombre María, mezclaban creencias y religiosidad en un rito, poniendo a San Juan por testigo, para lograr que el bebé curase de la hernia que padecía. Este acto se comentaba al día siguiente y todo el mundo preguntaba, rodeados del misterio, que niños se habían pasado por las mimbres.

Los tiempos actuales modificaron muchas cosas de la vida de nuestros pueblos. Las circunstancias determinaron que nos quitaran la fiesta de San Juan, una celebración que a su vez había reemplazado a las fiestas del solsticio de verano, cuando los días comenzaban a ser más pequeños. Las autoridades de entonces pusieron como excusa que el principio del verano no era el mejor momento para celebrar nada y la quitaron así, por las buenas. A San Juan las gentes lo fueron olvidando y nos trajeron otros santos que también los sacaron en procesión, pero no por eso los padres y las madres que siguieron teniendo hijos, dejaron de ponerles el nombre de Juan ó Juana. Son muchos los abuelos y abuelas que hoy lo llevan, pero del Santo, del que tenemos en la iglesia, nadie se acuerda de llevarle una vela y encenderla para que interceda por nosotros.

Autor: josé luis olmo (amigo de todos vosotros)


Puntos:
09-08-09 12:49 #2902426 -> 2901720
Por:trini-1

RE: Premios Literarios.
Es precioso me ha encantado leerlo te doy las gracias pues este año no pude que darme para la feria solo estuuve de lunes a jueves y se que me he perdido todo eso los relatos,ver detenidamente las fotos(algunas vi)pero que se le va ha hacer,gracias a gente como tu tengo la oportunidad de leer estos maravillosos relatos.
Puntos:
09-08-09 21:56 #2905506 -> 2902426
Por:paeonia

RE: Premios Literarios.

Muy buen relato, ¡Enhorabuena! Textos así nos ayudan a conocer la vida cotidiana de años atrás, que no está tan lejos en el tiempo pero que ya la mayoría de nosotros no hemos conocido.
Puntos:

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