San Isidro Poca tradición ha tenido desde siempre este Santo en nuestro pueblo, a pesar de ser uno de los más festejados en nuestra Comunidad; por eso son muchos los pueblos que este fin de semana celebran esta fiesta, al contrario de aquí, que pasa casi desapercibido; es más, son pocos los muchachos, por no decir que ninguno, bautizados con este nombre, siendo como es patrono extremeño. Las romerías de San Isidro son espectaculares en muchos pueblos y no faltan las comidas típicas como la caldereta, las chuletas de cordero ó las tortillas de patatas, sin olvidar las empanadillas ni las croquetas. Todo ello regado con un buen vino de la tierra sirven para pasar un gran día disfrutando en el campo, expléndidos en el mes de Mayo. Eran años después de terminada la guerra cuando decidieron comprar el Santo. Una talla muy bien lograda, que se sacaba en procesión por las calles del pueblo, el día de su fiesta. Los responsables de la Hermandad de Labradores y Ganaderos eran los encargados de organizara el evento. A las gentes del pueblo, la verdad, este Santo poco le decía y la procesión no era de las más numerosas. Se la relacionaban con el mundo de la Hermandad, ya que después de celebrarse la procesión, los responsables asistían a una copa a la que no estaban invitados el resto de participantes. Esto no gustaba. Luego había otro tema que las gentes tampoco entendían, sobre todo aquellos que no tenía campo y por tanto no eran labradores. Después de la Misa, el personal se trasladaba hasta un campo situado en La Changarrilla, un lugar que le llamaban El Ropero. No se de quien era la propiedad. Allí esperaban unas cuantas de yuntas de bueyes, que previamente se habían apuntado al concurso. Por más que se miraba no te enterabas de nada. Tendrías que adentrarte en el barbecho para visualizar bien que era lo que estaba pasando y con los zapatos nuevos, los de los días de fiesta, no era el mejor momento hacerlo. Cuando te querías dar cuenta de algo, aquello se había terminado y alguien te comentaba que fulanito con su yunta eran los que más recto habían trazado el surco. Vinieron otros tiempos y la iglesia cambió de aires. Las nuevas directrices indicaron que sobraban Santos en los templos; las paredes habrían de estar casi limpias y los altares adosados ya no eran precisos. A San Isidro, entre otros, le tocó viajar a otro lugar. ¿Dónde pondremos al Santo?, dijeron más de uno. Y un día, esta vez no en procesión, viajando como cualquier mortal, emprendió el camino hacía la campiña, donde están los campos más ricos y prósperos del lugar y, allí en lo alto, junto a la Virgen del Carmen, le hicieron un hueco y así de esta manera comenzó a escuchar las plegarías en lengua portuguesa, que es como lo hacen las personas que por allí viven.
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