Barcarrota - Badajoz

El Jacho" Revista de Barcarrota
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Me dicen que a vosotros podría "sonaros" algo de lo que ha sido la vida de algunas mujeres extremeñas. Que os podía enviar esta aportación. ¡Pues, sea!





Al principio fue la Mujer



Gustosamente respondo a la solicitud de un escrito con ocasión del Día internacional de la Mujer. Me congratula el que ya no se denomine de la Mujer Trabajadora. Parecería como si se limitase a la mujer que trabaja fuera de casa. Lo que significaría, una vez más, menospreciar a las madres y amas de casa.



Por ello comienzo mi escrito aludiendo a ellas. Con especial atención, y como homenaje, a la mujer extremeña de años no muy lejanos. Sí, la mujer extremeña. Ama de casa y campesina al tiempo. Desposada indisolublemente con la abnegación y el sacrificio. Niña con infancia huérfana de juguetes. Si acaso con la muñeca de trapos viejos y la cuna de trozos de corcho o madera del alcornoque y las encinas. Servidora y doncella mártir del acoso y agresión sexual de tanto cacique, ricachón y señorito desalmados. Novia del silencio y la resignación. En el mejor de los casos, quemando sus pestañas sobre el bordador mientras teje el ajuar (comprado a la “dita”) a la espera de un momento de respiro y semi bonanza que le permitiera celebrar la boda. Esposa eterna del esfuerzo y del trabajo. Virgen-Madre dolorosa de las luchas y penalidades cotidianas. Lucha y penurias que son decoración connatural y habitual de un hogar carente de casi todo y lleno de unos hijos que hay que sacar “p´alante.”



¡Ay, sufrida, bendita, noble y hermosa mujer extremeña! Para mí tengo que tu vida es la lira escondida y olvidada en el fogón del hogar (y ¡cuántas veces ajeno!) ¿Llegará, al fin, un día en que la mano hábil de un músico-poeta arranque a sus cuerdas el relato sinfónico y armonioso que duerme en ellas?



Antaño las mujeres han formado un colectivo anónimo. ¿Su papel en el escenario del teatro de la vida? Han sido personajes secundarios. En segundo plano, casi siempre. ¿Y hoy? Hay avances, sin duda. Negarlo sería de necios. Se han dado pasos en el ámbito de su elevación y dignificación. Sin embargo, pueden ser más superficiales de lo que parece. En mi opinión.



Si me fijo en los concursos de elección de mises y reinas de diversa índole, encuentro que son cuestión de “medidas en centímetros” más que de inteligencia, sentido común y capacidades varias. Cuestión de cuerpo y fachada, más que de riqueza interior. Un análisis sociológico serio del mundo de la publicidad nos muestra que, en el mejor de los casos, la mujer es objeto decorativo. Cuando no, puro exponente de su dimensión biológica y sexual para atraer al varón o macho.



En el campo de la actividad política el igualitarismo de las llamadas “listas paritarias”, en ocasiones, no pasa de ser superficial. Hasta el punto de que cabe preguntarse si la mujer se sitúa ahí por su valía, capacidad y preparación o por el mero hecho de ser hembra.



Como creyente siento vergüenza del trato que la Institución eclesiástica da a la mujer. En su doctrina le reconoce la misma dignidad que al hombre. En su praxis la mantiene marginada en varios aspectos. Y expreso mi repulsa por ello. Podría comprender la crítica que recibí hace casi cincuenta años por facilitar la participación de niñas como “monaguillas” junto a sus compañeros. Y si bien hoy se les posibilita mayor participación, no es en todas las parroquias. Y faltan pasos por dar. Sobre todo en encomendarles tareas importantes. Pues no me vale aquello de que en la Comunidad lo importante es servir.



Finalmente, en orden a la dignificación y liberación de la mujer habría que estar muy atentos a la manipulación del lenguaje y adoctrinamiento que se pretende por parte de muchos. Por ejemplo, me chirría aquello de llamar “preocupación por la salud” de la mujer a facilitar la píldora del día después indiscriminadamente, sin informar con seriedad de las contraindicaciones y riesgos que conlleva. ¿Dónde queda el feminismo? Me parece desfachatez en grado sumo. Y cinismo.



Pero alegrémonos de aquello en lo que verdaderamente se ha conseguido a favor de la mujer y, cada cual desde su lugar, se afane por ponerla en el que le corresponde.