Almendral - Badajoz

Porque nací por aquí, y porque me da la gana:

LA PATITA:

Jaramago ha heredado de "Pilar primo de Ribera" la jefatura de los coros y danzas.
¡JARAMAGO FOR PRESIDENT!!!!!!!!!!!!

Chacho lobo, pues menos mal que estás tu por aquí para darte cuenta que si nooooo......

Por cierto lobo;

La letra dice:

La punta y el tacón
se baila con esmero
que me ha salido un novio
que se llama Frascuelo.

Frascuelo del alma mía,
Frascuelo de mi corazón
quién bailara contigo
la punta y el tacón.

¿A que te gusta, eh?

Mientras no me hagas bailar una jota.¡¡¡¡¡¡auuuuuuuuuu!!!!!!

¿A cuatro patas y aullandoooooooooooooooooo? ¡Anda ya chigagua

Aquí da comienzo un tira y afloja entre el joven catedrático -que recurrirá al jefe político don José Cepeda del Río- y el gobernador eclesiástico, señor Blázquez Prieto, que regía accidentalmente los destinos de la diócesis. Flórez cifró sus alegaciones en un Real decreto que facultaba a las cátedras para la elección de los libros de texto. Argumentaba, así mismo, que siendo la Instrucción pública competencia exclusiva del ministerio de Gobernación, debería ser el jefe político el que entendiese en su caso, concluyendo que si alguien había de juzgarlo serían los tribunales ordinarios, que eran quienes estaban legalmente facultados para hacerlo, y no las autoridades religiosas. Sus alumnos le prestaron un clamoroso respaldo y el jefe político le apoyaría también, aunque por razones que más parecen ser de carácter administrativo que de amistad personal.

Téngase en cuenta que los gobiernos de entonces pretendían secularizar y reglamentar la enseñanza secundaria, en tanto que la institución eclesiástica seguía defendiendo sus privilegios seculares oponiéndose a cualquier intervención en sus centros docentes. Aquel fue el verdadero trasfondo de la cuestión y todo lo demás (que Flórez no explicase en latín, «que inbuyese a sus alumnos máximas irreligiosas», o que llevase una vida poco recomendable) no fue otra cosa que pretexto y ocasión para dar comienzo al litigio.

También es cierto que un historiador de nuestros días, el sacerdote Pedro Rubio Merino, identificándose en exceso con la parte acusadora, nos ha ofrecido un retrato de Flórez nada favorable y una versión de los hechos poco verosímil. Rubio, por ejemplo, toma al pie de la letra una vaga insinuación que figura en los pliegos de cargo presentados por el gobernador eclesiástico, y la da como base cierta para hacer esta grave acusación: «Sin que sepamos los motivos nos consta que en la noche de Reyes de dicho año [1835] murió el Prior de San Agustín de Badajoz. La muerte del Prior no inspiró al fraile Segundo Flórez otras muestras de piedad que las de apuñalar al cadáver de su Superior». Desde una perspectiva más desapasionada, otro estudioso del tema -Ricardo Cabezas- ve la destitución de Flórez como una consecuencia del complejo juego de enfrentamientos personales y conflictos políticos que rodeó al caso

Sea como fuere, el asunto dio mucho que hablar, y cuando Flórez se vio privado del apoyo político no tuvo otro remedio que marcharse a Madrid en pos de mejor fortuna. A su llegada en 1838 también encontraría en la capital del reino paisanos influyentes que lo apadrinasen. Así, cuando el gobierno encomendase al pedagogo Pablo Montesinos la fundación de la Escuela Normal Central, José Segundo figuraría dentro del primer cuadro de profesores, como titular de Geografía e Historia. Con motivo de este nombramiento tradujo del francés e hizo adaptación de unas Primeras nociones de cronología e Historia para uso de las escuelas primarias españolas.

Entre tanto, Flórez proseguirá su formación intelectual, acudiendo a las clases de Historia Natural y de Agricultura que impartían en el Jardín Botánico científicos tan eminentes como Mariano de Paz Graels, Lucas Tornos o José Alonso Quintanilla. Tales estudios empíricos y una firme adhesión a las doctrinas médicas de Gall, unido todo ello a su inicial formación dentro de la escuela sensista, hicieron de Flórez una presa fácil del proselitismo positivista. Y, en efecto, casi por telepatía, se hizo discípulo de Augusto Comte cuando apenas se conocían en España las doctrinas de aquel filósofo francés.

Fue por entonces cuando la irregularidad de sus ingresos le obligó a ejercer la docencia privada y el periodismo político. En esta lides se alineó con los demócratas, figurando entre los primeros que comenzaron a defender la opción republicana desde las páginas del Peninsular.

Al poco tiempo de su ingreso en la Redacción, este periódico dejó de apoyar la Regencia de Espartero, uniéndose a un sector del partido democrático que había entrado en coalición con los conservadores. Tal defección dejó a Flórez en una ingrata postura.

A diario, se leían en las páginas de su periódico insultos dirigidos a los «ayacuchos» (partidarios de Espartero) entre cuyos notables figuraban extremeños como Domenech, Montesinos o Cepeda, benefactores todos ellos del recién estrenado periodista.

Por eso quizás, hay algo de palinodia y autocrítica en la Gran Historia del General Espartero, que Flórez escribió cuando ya se había producido la caída del Regente. Esta obra -sin duda la más importante de su producción- figuró, por cierto, entre la bibliografía consultada por Marx para escribir sus artículos sobre la Revolución Española aparecidos en la New York Daily Tribune.

Mientras hacía acopio de materiales para historiar la vida política y militar de Espartero, Flórez se vio envuelto en una conspiración contra la dictadura de Narváez. Cuenta Díaz y Pérez en su biografía, que al registrar los agentes el cuarto de José Segundo, confundieron aquellos datos y fuentes históricas con papeles comprometedores, los cuales, sin embargo, se guardaban efectivamente en dicha casa, pero cuidadosamente ocultos bajo las cenizas del fogón.

No está del todo claro cómo Flórez pudo escapar del consiguiente proceso. Baste para nuestros propósitos el consignar que la inseguridad en que viviría desde entonces debió de inspirar1e la idea de salir del país.

La oportunidad se le brindó en forma de una comisión política que hubo de desempeñar junto con Abdón Terradas. Afirma Rodríguez Solís que el célebre Terradas «en 1848, al proclamarse la República en Francia, se hallaba accidentalmente en Madrid, y de allí marchó en unión de su amigo Flórez hacia París, al objeto de inclinar el ánimo del gobierno provisional de Francia en favor de la revolución que los demócratas proyectaban...

El papel del extremeño en aquella misión era - según puntualiza Díaz y Pérez- el de tranquilizar con su presencia a los progresistas españoles que no veían con buenos ojos el radicalismo jacobino del joven Terradas.

A poco de su llegada a París, Flórez comenzó a integrarse en la bohemia del Barrio latino y el 5 de julio de 1848 enviaba una carta al diario español El Clamor público firmándola ya como «residente.

En noviembre de aquel año comenzaría a ejercer como corresponsal de dicho periódico y desde entonces, salvo un breve intervalo durante la Primera República, vivirá en la capital francesa, entregado al periodismo y a la difusión de las ideas de Comte.

El exclaustrado comenzó su ejercicio como «partisant intellectuel du positivisme» desde El Eco de Ambos Mundos, periódico destinado a las Américas, en cuya cabecera -que significativamente era traducción de la comtiana Revue des deux mondes- lució por vez primera el lema político de «Orden y Progreso» (el mismo que los secuaces criollos de esta escuela inscribirían en la enseña nacional del Brasil).

Y fueron también aquellas las páginas que dieron acogida al homenaje necrológico que Flórez rindió a su paisano Bartolomé José Gallardo, presentando a este bibliófilo como uno de los precursores españoles de la corriente positivista

Poco después Segundo Flórez pasó a fundar y dirigir El Eco Hispano-Americano, «revista quincenal enciclopédica», cuya sección científica corría a cargo de un interesante pensador español, Ramón de la Sagra, revelador en España del kantismo.

En aquella publicación, que se mantuvo desde 1851 hasta 1872, ganaría también su pan del exilio don Francisco Pí y Margall, hasta poco tiempo antes de ser designado como Presidente de la Primera República española.

Flórez, que además de propietario de la mencionada publicación era corresponsal de El Siglo de Montevideo y editor de un Almanaque positivista, también destinado a la América austral, debió de cumplir una importante misión proselitista en aquellas repúblicas hispánicas.

Probablemente, el ex-fraile había encontrado en la secta fundada por Comte la protección psicológica de una Iglesia, la disciplina de un nuevo dogma y el sustitutivo litúrgico que sancionaba ritualmente su matrimonio civil.

El entusiasmo que sintió Flórez por el nuevo culto debió de ser tal, que el propio fundador no pudo por menos de incluirlo entre los albaceas de su testamento.

Se comprenderá ahora, que una personalidad tan rica y extravagante como la de Flórez sedujese a Pío Baroja, quien tal vez llegara a conocerlo personalmente durante su primer viaje a París.

En todo caso, sí es cierto que trató bastante a íntimos del exclaustrado, como el Coronel Nicolás Estébanez, los cuales pudieron proporcionarle los datos precisos para trazar su retrato.

Retrato éste que, bajo el nombre de «Segundo Paz», pasaría a formar parte del abigarrado retablo de la emigración española en París que Baroja recrea en sus novelas, Los últimos románticos y Las tragedias grotescas.

Al poco tiempo de llegar a París Fausto Bengoa, protagonista de ambas ficciones, conoce a don Segundo Paz, emigrado español que era «casi célebre en el Barrio latino». Baroja pinta al ex-fraile como un vejete flaco y afeitado «que ostentaba una perfecta facha de dómine"

Días más tarde, Fausto Bengoa y su criado Mudarra, vuelven a encontrarlo en el restaurante del Odeón. Don Segundo -que lucía «un levitón Berrier, cuello alto y corbata de muchas vueltas» - estaba discutiendo en ese momento con un poeta.

Bengoa lo invita a su mesa para presentárselo a Mudarra. La escena transcurre así:
«El ex-fraile se despidió del poeta y se sentó con don Fausto. Hablaba el exclaustrado casi en andaluz.
Dijo que estaba queriendo convencer de la verdad de las ideas positivistas al que estaba con el perro, el cual era un señor que se dedicaba a cosas tan inútiles, según don Segundo, como hacer versos, y que tenía, además, una enormidad de absurdas preocupaciones.

-¿Se murió Mendizábal? -dijo de pronto el ex-fraile.
-Sí, hace ya tiempo -contestó don Fausto.
-¡Pobrecillo! -murmuró don Segundo-. Era un reaccionario. ¿Y qué hacen ahora en España?
- Preparándose para la revolución.
Y don Fausto habló de Olózaga, de Orense, de Ruiz Zorrilla, de Salmerón y de Castelar.
-Son unos mentecatos -afirmó rotundamente el ex-fraile-. El único hombre de España es Prim.
Don Fausto no se atrevió a contradecirle, y el exclaustrado continuó preguntando:

-¿Y Fernández y González?
-Escribiendo novelas.
- Aquí estuvo hace algún tiempo y no logró aprender francés. Entraba en una tienda y pedía las cosas, a gritos, en español. Al último le entendían.

¡Y que discusiones armaban! Según él, Víctor Hugo, Dumas, todos los grandes escritores de aquí, eran unos mamarrachos. Entre los modernos no había más que Schiller. ¿Y sabe usted por qué tenía esa predilección?
-No
-Pues porque no lo había leído...»

Continuó don Segundo narrando anécdotas hasta que Bengoa hubo de marcharse, dejándolo en compañía de su criado:

‹‹… Mudarra que sentía entusiasmo por todas las superioridades, quiso acompañar al enclaustrado.

Tomaron los dos por la calle Racine y en la esquina de ésta con Monsieur le Prince, don Segundo Paz mostró una casita de dos pisos y dijo:
- Ahí ha vivido el filósofo más grande de todos los tiempos presentes, pasados y futuros.
- ¿Quién?- preguntó Mudarra.

- ¡Quién ha de ser!- exclamó el exfraile- Augusto Comte.
Mudarra no recordaba haber oído tal nombre; miró la casa, no se le ocurrió ninguna observación, y esto le pareció depresivo. Haciendo un esfuerzo de memoria encontró algo como una idea y preguntó:

-Oíga usted, este fllósofo Comt ¿es el que escribe Kant?
-El exfraile lanzó a Mudarra una mirada de desprecio, y, sin saludarle, se alejó de su lado; luego le dio tal risa la pregunta que se tuvo que apoyar en la pared de una casa para reír a su gusto y toser y sonarse y hasta quitarse los dientes postizos y guardarlos en el pañuelo.

Mudarra miraba corrido al viejo, que con la mano en el costado no paraba de reír; al ver las muecas que hacía se le contagió la risa, y comenzó a reír a carcajadas. Al notarIo, el exfraile se indignó:
- ¡iMmbécil! -dijo. ¡
Luego se arregló la corbata, se puso la dentadura postiza y se alejó de allí con aire sarcástico y desdeñoso».

Todavía hará don Segundo Paz varias apariciones cortas a lo largo de esta novela. Ya al final, Fausto Bengoa, algo intrigado por este personaje, interrogará sobre él a un amigo:

«- Y Paz, ¿de qué vive?
-Es comisionista de una casa de América.
-Pero ése es buena persona.
- Sí; ¡ya lo creo!.
- Y tipo raro.
-Figúrese usted que vino a París hace cuarenta años, con la idea de pasar tres o cuatro días, y no ha vuelto a su tierra.
-Es notable. Sin duda, le gustó París.

-Sí; se hizo amigo de algunos escritores de aquella época, sobre todo de Augusto Comte, y luego ya no se separaba de él. Hoy mismo, que nadie se ocupa de Comte, no puede soportar que se hable sin admiración de ese filósofo. Le siguió como un profeta, y cuando Comte inventó, en recuerdo de su amada Clotilde de Vaux, una ceremonia religiosa completamente ridícula, don Segundo era de los oficiantes.

-¿Y ha escrito algo Paz?
-Sí; pero cosas sin interés, libros para chicos, de encargo... Lo que guarda es una gran correspondencia con Garibaldi, Mazzini, Félix Piat... Don Segundo tiene la virtud de atraer a los hombres célebres»

Algo así debió de ocurrirle al auténtico don José Segundo Flórez, porque Nicolás Estébanez, en su Memorias, alude también a dicha correspondencia:

«...Cultivé su trato durante muchos años y aprendí de él muchas cosas: era un archivo de nombres y sucesos. Ignoraba todo lo moderno, pero conocía con sus menores detalles la historia política de España y Francia desde 1830 hasta el sitio de París.

Varias veces me dijo que yo heredaría su correspondencia, en la que había preciosas cartas del coronel Rengifo, del general Rodil, del general Maroto, de Espartero, de Orense, de Donoso Cortés, de Martínez de la Rosa, de Abdón Terradas, del infante don Enrique, de muchos políticos hispano-americanos, de Emilio Girardin, de Prim, de Garibaldi, de Pi y Margall, de Augusto Comte y de otros positivistas, entre ellos Congreve (...).

Flórez murió sin testar cuando yo estaba en Madrid y no he sabido a qué manos han ido sus papeles»

750.000 extremeños, se fueron a otras regiones españolas o naciones europeas.
Ahora, hay en Extremadura un millón o así según dijo Monago el otro día en el Senado.

¿Hubiera sido mejor que no esté casi la mitad de este pueblo echando raíces en otros lugares? Tengamos en cuenta que por cada extremeño que se fue, hay cinco o séis personas más como mínimo detrás de él. Lo que quiere decir que Extremadura no estaría con una densidad de población tan baja, con lo que ello supone en cuanto a riqueza se refiere.

Es verdad, que en principio, antes de echara raíces nuevas, vinieron muy bien a los que se quedaron los dineros que ellos enviaban y que, incluso ahora, aunque sea de higos a brevas, muchos se dan una vuelta por la tierra donde nacieron y se criaron. y eso también deja algunos dinerillos, pero no es lo mismo.

Jaramagos el Extremeño.
El templario el Español.
Jaramagos un Domeño.
El templario un Conquistador.

El templario te Ayuda.
Jaramagos te mete la Puya.

Increible hijo del templo, genial.