San Martín de la Vega del Alberche - Avila

Vengo de cambiar en poco tiempo de escenarios muy diferentes, de cambiar el Sena por el Alberche, la bohemia por lo rural, el glamour y lo chic por los vaqueros raídos y la camiseta por fuera, la mousse por las torrijas, los campos Eliseos y de Marte, por el Vegazo y el Gamellón, el fastuoso puente de Alejandro III por el derruido Escobilla, de cambiar chez Eugene en la plaza du tetre por el bar Alberche y nuestro Eugenio particular, El Louvre y D´Orsay por exposición de aperos de campo, el maravilloso pórtico de Notre Dame (aquí me extasié), por nuestro sencillo portal de arriba, el ambientazo de Pigalle y Trocadero, por calles desiertas y turbadora soledad.
La ciudad de la luz, por un luminoso pueblo.
Aunque...cambiar lo que se dice cambiar..., ¡no!, que como dice el sabio, no cambio París por mi aldea.

Y después de todo esto aterrizo en Madrid, y sucede que el suelo, y el cielo más cotidianos, me resultan extraños, y toca de nuevo tener noción del tiempo y de esa realidad que no se parece en nada a esa que he vivido hasta ayer y que rozaba el sueño. Y ando como en el limbo entre lo tangible y lo onírico, yendo y viniendo, sin saber si estoy viviendo un sueño o soñando la realidad y a regañadientes enlazo letras y las aprisiono en palabras, ¿reales o soñadas? no se…
¿Continuara...?, tampoco lo se.
Son los daños colaterales tras unas largas vacaciones. (Y más que vengan...).

Lo peor es comprobar, como muchos sitios andan manga por hombro y patas arriba en fin... esos daños no se a que atribuirlos, pero ¡como está el patio!. ¡Mon Dieu!