Navarredonda de Gredos - Avila

Hacía mucho, muchísimo tiempo que no experimentaba una sensación, a la vez tan placentera y relajante, como la que disfruté en la madrugada del sabado al domingo pasado. Al otro lado de los cristales, haciéndose notar bajo la luz amarillenta de la bombilla colgada de la lámpara de una esquina, los copos de nieve se dejaban caer, silenciosos para no perturbar el descanso nocturno, sobre calles y tejados. En poco tiempo, se fue maquillando de blanco, redondeando sus formas, todo cuanto caía bajo nuestra mirada. Se amortiguaban los sonidos y tan sólo la campana del reloj, señalando los cuartos, las medias y las completas, osaba romper el silencioso sortilegio. Absorto, olvidé que estaba descalzo tal y como, impelido por un extraño barrunto de que algo maravilloso estaba ocurriendo, salté de la cama. Sin salir de mi estado, volví entre las sábanas. Mis pies fueron recuperando el calor a la vez que yo, todavía agradecido por el espectáculo, buscaba bajo las mantas la placidez del sueño. Bucardo.