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06-01-11 11:31 #6818708
Por:No Registrado
LA TRAGEDIA DE LOS BIENES COMUNALES: ECOLOGÍA DE MERCADO…
Frente a la incongruente retórica “ecologista” viene desarrollándose desde hace años una decidida apuesta por la elaboración de una teoría sobre la ecología de mercado. Relacionar economía y ecología buscando los nexos de unión entre ambas para concluir proposiciones capaces de satisfacer las demandas actuales que la sociedad exige a las ciencias sociales en lo referente a la interacción del ser humano y el medio ambiente en el que habita.

Muchos son los mitos y tópicos que rodean este campo de análisis y pensamiento. La corriente principal de investigadores dedicados a él pertenece mayoritariamente a un ideal social anticapitalista, heredero de las mezquindades intelectuales del socialismo con manifiestas segundas intenciones guiando el desarrollo de sus trabajos y teorías.

El colectivismo intervencionista y liberticida ha invadido sin reparos y con absoluta impunidad una rama del saber que sin duda hoy en día merece especial atención y desarrollo científico. No hablamos aquí de la investigación que pueda realizar el científico natural, sino de aquello sobre lo que el científico social debe dirigir su atención, en la medida en que la acción humana modifica los elementos preexistentes de su entorno natural y de cómo realizar un cálculo económico racional respecto a las consecuencias de la misma, especulando y arbitrando decisiones tratando de abrirse camino entre la inerradicable incertidumbre que nos acecha estableciendo instituciones capaces de generar certezas donde antes no las había.

Es curioso comprobar cómo el discurso conservacionista ha adquirido tintes providencialistas tomando a la naturaleza como elemento estático e independiente sobre el que el Hombre sólo es capaz de infringir un ilegítimo daño. Entienden estos ideólogos de una nueva divinidad que la Tierra es tal y como es y así debe permanecer, aislada de cualquier intromisión racional. El hombre, como ser racional, dispone de la facultad de perturbar un “equilibrio perfecto” en el que el resto de seres conviven sin maldad. El hombre por tanto no es equivalente a cualquier otro actor del medio natural, de hecho, por ser el único actor, el único que remueve los elementos pretendiendo corregir situaciones de malestar sustituyéndolas por otras consideradas subjetivamente más favorables, introduce un elemento perverso, artificial, egoísta.

Creen estos agoreros de la madre tierra que el hombre es eso, artificial, impuro, como un virus que todo lo corrompe, que atenta contra un orden estático introduciendo un dinamismo perverso digno de ser extirpado. Con estas bases, todo su razonamiento, aunque lo nieguen, está viciado de origen. No pueden tratar de vender al gran público que su lucha es por el bienestar del ser humano cuando es este el origen de su ira.

Muy al contrario de estas tendencias, de socialismo reciclado con las mismas bases inhumanas y arrogantes de siempre, surgen los auténticos ecologistas, aquellos que sí estudian la relación el ser humano con el medio natural en el que habitan. Asumen que el hombre pertenece a este mundo, que su naturaleza es la que es, que su acción pretende lo que pretende y por tanto no puede negársele su propio ser en pos de garantizar un equilibrio que no existe. La naturaleza cambia, no sólo por los cambios geológicos o cósmicos, sino también por los efectos que determinados seres infringen en el medio. Todos y cada uno de los seres que habitan y han habitado el planeta han modificado su entorno, nada permanece, todo cambia, el orden es dinámico, la coordinación natural surge del previo desajuste y cada cambio genera nuevas oportunidades para que las especies mejor adaptadas se hagan con su entorno. Esa es la lógica de la vida, no cabe negar la mayor y pretender conservar el rigor científico del ulterior análisis.

El ser humano atenta continuamente contra el medio. Cada nuevo ser humano supone un desajuste que encajar. EL ser humano tiene la capacidad de perseguir de manera deliberada fines conscientes que estima mejores para su provenir y su calidad de vida. Esa es su naturaleza, no sabe ser de otra manera. Una vivienda es un atentado contra la naturaleza, un pequeño huerto, es un sistema artificial, tecnológico de cultivo de alimentos. Un camino, aunque sea de tierra, altera la orografía, una fuente, un molino, una pequeña acequia…

En su búsqueda de nuevos medios para satisfacer sus fines de siempre y los que van surgiendo de cada descubrimiento y acción, el ser humano tiende a expandirse sin límite, dividiendo el conocimiento, el trabajo, generando eso que conocemos como sociedad extensa. Es inevitable que el ser humano altere el entorno… otra cosa es que esa intervención en el mismo sea viable en términos humanos y permita cierto conservacionismo.

Este último debe entenderse desde las preferencias concretas del ser humano en una época concreta. La idea del entorno y el interés por conservarlo “intacto” ha variado con el paso de los siglos. Es ahora, en la época industrializada, de grandes urbes, cuando el ser humano ha dirigido su atención y preferencia por disfrutar de entornos naturales aparentemente vírgenes. Conservarlos es el gusto de la burguesía. Obviamente para el agricultor o ganadero medieval poco importaba si un monte permanecía o no intacto, estéticamente bucólico. Lo que querían era sobrevivir, y si había que talarlo se talaba. Sólo al crecer la productividad del trabajo, gracias al progreso técnico generado desde el capitalismo el hombre se ha fijado y ha emprendido un gusto por conservar determinados enclaves, veranear en ellos, ser propietario de los mismos o vivir en su entorno…

Los que niegan la mayor no atienden a razones, por lo que esta conclusión les resulta insignificante, irrelevante.

El artículo ha sido titulado “la tragedia de los bienes comunes” por una razón. En esta pugna eterna entre colectivistas e individualistas se esconde el debate entre la libertad y la igualdad, la propiedad privada o la ausencia de la misma. Los bienes que no son de nadie, que son de todos, pueden ser explotados por cualquiera. De esa explotación se desprenden costes que el explotador actual, el concreto, no padece, sino que repercute al resto, en una dinámica que concluye por aniquilar la capacidad productiva del bien. Esta idea es extrapolable a cualquier actividad, sea el fin buscado alimentar al ganado o simplemente disfrutar de un día de campo con la familia. Si no están definidos los derechos de propiedad sobre todo, absolutamente todo, los retales quedarán a merced de esa irremediable condena.

En el estatismo que vivimos el ecologismo socialista, consciente de esta verdad, ha optado por entregar la propiedad de estos bienes “comunes” o recursos naturales al Estado, pero no en un sentido abstracto, sino efectivo, actuando la Administración como propietaria “diligente” y excluyente de esos bienes. El Estado, además, limita el ejercicio de la propiedad privada de los particulares en la medida que entienda afecte a determinados elementos dignos de protección.

El Estado nacionaliza recursos, regula su explotación por particulares o simplemente administra el uso privativo que pueda hacerse de ellos en casos puntuales. Espero que se entienda lo amplio del argumento. Y estamos en manos del socialismo, y su imposibilidad teórica, comprobable en la práctica, ineficiente pero además límite al desarrollo empresarial de nuevas formas de gestionar y aprovechar esos recursos sin dilapidarlos.

El empresario particular especula calculando racionalmente el valor futuro que podrán tener actuales bienes o inversiones. Este acto de especulación, de perspicacia por advertir ajustes intertemporales, arbitrar las acciones, permanece disperso, en forma práctica, tácitamente en la cabeza de todos y cada uno de los seres humanos. Cuando el Estado dispone arbitrariamente sobre un sector concreto del proceso social oscurece para e impide la innovación dinámica y constante. Anquilosa su situación generando un coste incalculable.

Si los derechos de propiedad están perfectamente definidos, o se van definiendo a medida que las innovaciones así lo exijan en cada caso concreto, es obvio que las externalidades negativas, la contaminación, por ejemplo, dejarían de ser costes de producción que el empresario no padece esparciéndolas entre los demás sujetos y propietarios. Es decir, sólo en un mundo donde los derechos de propiedad privada estuvieran perfectamente definidos y con vocación de concretarse ante los nuevos elementos y actividades, la contaminación sería soportada en exclusiva por quien la generase, es decir, no podría verterla sobre bienes comunales, aunque fueran gestionados por el interesado y poco eficiente Estado, o sobre otros particulares, que tendrían la capacidad de reivindicar la defensa de su persona y sus propiedades. La tecnología habría ido por otros derroteros, habría avanzado de forma espontánea y efectiva en la búsqueda de formas de producción menos contaminantes, más limpias. Los coches no emitirían humo por la combustión, y todo eso que hoy empezamos a vislumbrar, con un alto coste de producción estaría a años luz de desarrollo.

Las razones por las que el petróleo sigue siendo la fuente principal de energía, al menos en la automoción, son muchas, pero nunca la égida interesada de los productores petrolíferos, sino la aquiescencia del Estado con la contaminación generada a costa de la salud de los seres humanos y el deterioro del medio. Primero fueron los bienes comunales, el mar, los ríos, el aire, ahora es el intervencionismo salvavidas del Estado, que pretende emprender un nuevo socialismo, el ecologista. Mientras tanto el medio se degrada y lo seguirá haciendo, y todos padecemos costes, externalidades negativas, que bajo una definición estricta de los derechos de propiedad no sufriríamos…

Dónde está por tanto la mejor forma de salvar el medio? En el socialismo ecologista, o el ecologismo de mercado? Hemos presentado aquí principios fundamentales, un análisis científico y además hechos incontestables que en la práctica dan la razón a este planteamiento. Es obvio que la corriente principal del ecologismo no sólo se niegan a comprender la naturaleza del ser humano, sino que reniegan de ella, pretendiendo construir un mundo organizado a su imagen y semejanza que consideran mucho más eficiente que otro sobre el que cargan tintas pero que jamás ha existido. Todo lo malo que hoy padecemos no procede de una economía pura de mercado, sino del mercantilismo, el intervencionismo, la estatolatría y la falta de definición de los derechos de propiedad. La oferta de los ecologistas colectivistas es más de lo mismo, y por cierto, aniquilar en la práctica al 90% de la población mundial… en una primera fase… en la segunda, el 10% restante por inanición…
Puntos:
09-01-11 14:44 #6834033 -> 6818708
Por:miragredos

RE: LA TRAGEDIA DE LOS BIENES COMUNALES: ECOLOGÍA DE MERCADO.
Este o tia, sabe bien lo que escribe. Ha calcao lo que pasa en Candeleda
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