Cuento infantil. Mitad ficción mitad realidad Ërase una vez un pueblecito en Asturias. Una aldea perdida entre las montañas, en la que no había escuela.Ésta se encontraba en otro pueblo a dos Kilómetros de distancia. Como en el pueblecito sin escuela, había sólo cuatro niños y tres niñas, tenían que ir andando todos los días, en verano y en invierno, hiciera frio o calor, nevara o lloviera al colegio. En primavera, el camino hacia la escuela estaba plagado de árboles frutales y los niños podían coger, manzanas, peras, ciruelas, piescos, cerezas, avellanas, moras, higos etc. Pero había una fruta que no podían coger. Las fresas. Éstas, se encontraban en un huerto vallado por su dueño para que nadie las cogiera, pues era el único que las tenía. Un día del mes de Mayo, cuando los nenos y nenas subían a casa a comer, por el Palombar, pasaron al lado del huerto de las fresas, que tenían un color rojo chillón y decían cómeme, cómeme. Uno de los niños, el más mayor y también el mas travieso, propuso saltar la valla para comer las fresas. Los demás no le hiciero caso, por miedo, y siguieron para su casa, pero él, saltó la valla y se pegó un atracón, y no contento con eso se llenó los bolsillos también. Al poco rato pasó por allí el dueño de las fresas y se dió cuenta del desaguisado que habían hecho. Observó que prendida en la valla se habia quedado enganchada una hoja de un cuaderno con cuentas de dividir, así que dedujo que habían sido los niños de la escuela. Así que, se fue para allá y le contó a la maestra lo ocurrido. Ésta le dijo que no se preocupase que ella se encargaba de todo. Cuando regresamos los niños, despues de comer para la jornada de tarde en la escuela, la maestra nos estaba esperando en el patio. Gritó, con cajas destempladas: Póngase todos en fila y añadió: ¿Quién se ha comido las fresas del Sr. Samuel? Silencio sepulcral fué la respuesta. Repito una vez más, ¿quien se ha metido en el huerto del Sr. Samuel?, si no sale ahora mismo, estáis todos castigados de rodillas con los brazos en cruz. Nos temblaban las piernas, pero no salió nadie. Así que, la maestra nos metió para dentro y nos puso a todos de rodillas con los brazos en cruz. Hasta que no salga el ladrón vais a estar así. Cuando llevábamos 10 minutos, el dolor de riñones era ya insoportable. La maestra paseaba a nuestro alrededor y si alguien bajaba los brazos, con una regla le corregía "amablemente" Los más pequeños lloraban. Cuando la maestra pasó a mi lado, yo, na no podía aguantar más, y en voz baja le dije: Ha sido Tito. Ella, sin decir nada, se fue hacia donde se encontraba éste y pudo ver que todavía asomaban por el bolsillo de su pantalón hojas de fresal. ¿Con que esas tenemos eh? Gritó, y el niño se echó a llorar atemorizado. Tú te vas a quedar aquí castigado hasta mañana le dijo la maestra. Él dijo: que llamen al miou Tío. Y así se hizo, vino el Tío y tuvo que prometer que pagaría los desperfectos y que pondría un castigo ejemplar al sobrino. Y colorín colorado este cuento se ha acabado. Posdata. Si ven a un hombre de unos cincuenta y tantos años, con barba, comiendo fresas silvestres por el Palombar, ya saben quién es. |