Urbiés - Asturias

La tragedia

La tragedia surca la noche en forma de temporal.
Con garras de león y dientes de lobo abate el pequeño pesquero
que durante minutos agonizante, lucha, se defiende, no se amedrenta,
pero el mar, coloso de agua y sal, busca ansioso la cruel realidad.
El aroma del miedo inunda los tres corazones que lo habitan
y sus pensamientos viajan veloces a Cudillero, su puerto;
se enredan como hiedra en las sombras de cristal
con bocas mudas, con almas muertas.
De la profundidad de las negras aguas surgen manos
que con abrazos blancos atrapan cuerpos y,
en el mudo silencio, que es dolor, reposa risueña la muerte.
Son hombres que libres escogieron su camino,
y nunca han renegado de su oficio,
pero recelosos de su destino, luchan sin tregua contra enemigo enfurecido.
Las manos se aferran a hilos de seda, a clavos de fuego y aguantan
frío de muerte, sorbos de envenenada agua.
Todo sirve si el fin es no hundirse como piedra hasta el fondo.
La noche clarea, la aurora va pintando un sol negro y en el gris cielo,
el mundo despierta en mal sueño,
es otra mañana que nace arrepentida de estar allí.
Labios negros marcan la tristeza de pensamientos febriles
y en las sombras mudas resbalando por la irrealidad de un sueño,
aparece como ángel protector, un pesquero.
Los ojos miran al puerto que brota de entre la triste lluvia
y con anhelos reformados encuentran rostros apagados.
Están todos, todos se pierden por el hormigón buscando consuelo en la esperanza,
en afonías de rezos y reniegos ven acercarse el pesquero.
Brazos de expectación arriban mientras que los ojos cansados buscan.
Tres mujeres sin color ni cuerpo esperan con cautelosa desesperación.

La mujer de curtido espíritu que en sus ojos ya no lleva mar,
solo porta pena,
mira hacia la embarcación y entre aquellos hombres de hierro y plata
alumbra como un sol su hijo.
La otra que espera con el corazón encogido y abrazos de infancia,
por más que mira, no encuentra nada;
con las rodillas en el suelo y la mirada al cielo,
bebe murmullos de llovizna mientras eleva sus rezos.
El mar de sus ojos estruja su alma cuando pasa a su lado la sombra maldita de la muerte envuelta en una manta.
La tercera que hasta ahora fue llanto,
recupera su callada sonrisa al ver como entre dos pescadores,
camina la esperanza de sus sueños.
Y, como el mar es ley de vida, pronto volverán a él
sintiendo en sus carnes que talvez mañana será su día.